Desde hace más de 30 años indígenas tzeltales que habitan sobre la Cuenca del Río Perla en el corazón de la Selva Lacandona de Chiapas que se ubica en el municipio de Ocosingo, han denunciado la falta de salud, educación, vías de comunicación y energía eléctrica, pero hasta ahora siguen sin ser escuchados.
De manera organizada se manifestaron esta semana los más de 15 mil pobladores en la comunidad de Pichucalco, una de las localidades que fue fundada hace 80 años por personas provenientes de diversos estados del país que no tenían un futuro en su lugar de origen, mientras que otros llegaron tras huir de las fincas donde vivían como esclavos.
La exigencia para resolver la precariedad en la que se encontraban las seis comunidades y seis rancherías como Amador Hernández, Guanal, Plan de Guadalupe, Ibarra, Candelaria y Pichucalco, data de 1974 cuando participaron en el Congreso Indígena convocado por don Samuel Ruíz. Sin embargo, a pesar de la denuncia las deficiencias sociales continuaron y fue así como en 1994 decidieron participar en el levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).
Comunidades sin carreteras
Pichucalco es una de las tres localidades más grandes de la región. Ahí se concentraron los habitantes de la docena de comunidades que analizaron la problemática que enfrentan por la carencia de los servicios básicos. Entre ellos se encuentra Vicente Gómez, quien nació y hasta ahora vive en el mismo lugar.
El hombre de unos 50 años explica que para llegar hasta la Selva Lacandona solo hay dos formas: la primera es caminar entre diez y 12 horas desde la cabecera municipal de Ocosingo y la segunda es a través de avioneta, cuyo costo oscila los cinco mil pesos por persona y representa un gasto mayor de lo que generan con la cosecha de maíz, frijol y ganado.
“Caminamos la lluvia, en el lodazal, como en este tiempo -de lluvia- como dice el compañero, nos enfrentamos a piquetes de culebras, a veces en un parto no hay medio para salir a un hospital, a veces las hermanas mueren en el camino por la falta de carreteras, a veces llevamos nuestros caballos pero quedan atascados en el lodo”, explica.

Antes de retirarse del sitio que fue escenario de la manifestación, Manuel Cruz habitante del Ejido Candelaria, se sitúa en el camino que conduce a su comunidad y señala a las mujeres tzeltales que se dirigen hacia un camino de tierra que por la lluvia se convirtió en un pantano, pues sus piernas llegan a sumergirse hasta la rodilla.
“Nuestra vital necesidad para que sepan las autoridades son los caminos, este camino es del que tanto hemos hablado, donde caminamos de diez a 12 horas para llegar a nuestras casas, no hay otra opción. Aquí tenemos que pasar si vamos a la cabecera a comprar nuestros víveres, lo cargamos en nuestros hombros con tal de llevar comida a nuestras familias”, indica.
Los indígenas de esta región viven aislados, pues no cuentan con carreteras para el ingreso de vehículos y los pocos caminos que existen son pequeñas veredas aplanadas. Mientras que el único puente que había lo construyeron ellos mismos, les facilitaba cruzar el Río Perla para acortar un par de horas la travesía, las lluvias de los últimos días se lo llevaron.
Educación rezagada
“Necesitamos maestros de primaria y secundaria” expresa Lilia Gómez Santiz, una mujer de aproximadamente 40 años originaria de la comunidad Pichucalco, quien viste el traje multicolor hecho a base de listones que representa a la región.
Señala que desde hace 20 días que inició el ciclo escolar no han llegado los maestros, por lo que los más de 500 estudiantes están sin poder aprender y acuden a diario a los salones de clases hechos de madera, donde aguardan que pronto puedan conocer el mundo a través de los libros.
“Hay algunos padres de familia que fueron a dejar a sus hijos hasta San Cristóbal de Las Casas, otros tuvieron que irse a otro estado para poder estudiar una carrera y se fueron hasta Chalco en el Estado de México, porque aquí no hay escuelas, no hay preparatoria, no hay universidad y nosotros queremos que nuestros hijos no vivan lo que nosotros pasamos”.

Su español es escaso pero en su rostro se observa la esperanza de que pronto se resuelvan las necesidades del pueblo que la vio nacer, crecer y ahora luchar por las mejorías.
Hace más de diez años las autoridades educativas contrataron a jóvenes de la misma comunidad y crearon un programa llamado Plan Educativo Comunitario Intercultural (PECI) mediante el cual los educando indígenas recibían un pago de 800 pesos mensuales para que alfabetizaran, sin embargo, el proyecto desapareció.
Escasez de medicamentos
En la región conocida como Amador Hernández hay una casa construida de madera que funciona como Centro de Salud. Ahí se atiende un partero y una promotora. En el interior se encuentra una báscula, una mesa de madera y un anaquel casi vacío. Los pocos medicamentos que quedan están caducados.
Ahí no hay médicos y menos enfermeras, las emergencias se atienden como pueden y con lo que tienen. Mientras el equipo de Notivox conversaba con Jorge Hernández, partero comunitario, llegó un niño de aproximadamente nueve años con una herida en la mano, llorando y su madre pidiendo que lo curaran.

El especialista tradicional aplicó algunos medicamentos y cubrió con un pedazo de tela para evitar que se infecte, al tiempo que narra que la última muerte infantil ocurrió en el mes de abril de este año.
“El bebé venía bien y normal, pero a la hora de nacer ya venía muy mal, estaba muy grande, ya no pudo vivir porque se quedó atorado y nosotros no tenemos nada para ayudarlo, no lo pudimos sacar de la comunidad para que lo atendieran en un hospital porque ya eran las ocho de la noche”, relata.

Al igual que en el sector educativo, hace siete años en la región de la Selva Lacandona también se suspendieron las Brigadas de Salud Aéreas que representaban una oportunidad para los pobladores, ya que en situaciones de emergencia podían ser trasladados a un hospital mediante avionetas, pero hoy quedaron a la deriva.
Hoy los pobladores de esta comunidad piden infraestructura para poder mejorar sus condiciones de vida, ya que ante la necesidad algunos jóvenes se han visto en la necesidad de migrar, explica Juana. “Hay algunas mujeres que somos luchadoras, queremos vender algo, queremos trabajar y ganar nuestro dinero pero no hay como. Las mujeres trabajamos, luchamos por nuestros hijos, pero nadie nos escucha ni hace nada por nosotros”, remata.
rdr