Humbe hace música para entender. Con 24 años, ha construido una carrera que no responde a fórmulas ni al ritmo de la industria, sino a las urgencias internas de quien se sabe en búsqueda constante. Sus álbumes son diarios íntimos, escritos con una voz que se atreve a ser frágil, contradictoria, profundamente humana.
Su música —una mezcla de pop confesional, atmósferas íntimas y producción quirúrgica— se ha ganado un lugar entre los oídos más atentos de la nueva generación latinoamericana. Pero más allá de los números, lo que distingue a Humbe es esa insistencia casi obstinada en hacer arte desde la vulnerabilidad, sin temor a mostrar grietas.


En esta entrevista, hablamos de miedo, de fe, y de esa extraña certeza que aparece cuando uno escribe con la sangre todavía caliente.
Lo que sigue es un pequeño retrato de alguien que está aprendiendo a estar en el mundo con todo lo que eso implica: los vértigos, las dudas y el deseo de conectar sin dejar de ser uno mismo.
¿Cómo desarrollas el concepto en tus álbumes? ¿De dónde viene la inspiración?
Cada álbum es como un capítulo en mi evolución personal. Construyo el concepto alrededor de las emociones que estoy viviendo intensamente en ese momento, puede ser el duelo, el deseo, la esperanza, la identidad. La inspiración normalmente viene de la vida misma: una conversación, un desamor, una sesión de terapia o incluso el silencio. Siempre intento hacer algo que se sienta como si no pudiera haber venido de nadie más que de mí.
¿Qué artistas han influido en tu sonido y estilo?
Son muchos: Frank Ocean me enseñó la belleza de la ambigüedad emocional; Rosalía me hizo creer en la expresión sin géneros, y artistas como Juan Gabriel y Alejandro Sanz me mostraron el poder de cantar desde el alma.
¿Con qué canción te sientes más conectado y cuál fue la más difícil de completar?
La que más me toca es una que no he lanzado, se llama Dueño del cielo; define quién soy hoy, tiene algo espiritual, como si hubiera pasado a través de mí en vez de venir de mí. Más que una canción, es un espejo, una oración, una entrega. La más difícil de terminar también es una inédita, Murallas. Surgió de un lugar muy profundo y crudo, una emoción tan fuerte que casi no podía ponerla en palabras. Escribirla fue como sangrar en la página y tratar de convertir eso en algo bello.
¿Cómo decidiste y cómo fue la experiencia de lanzar tu álbum de forma independiente?
Fue una forma de recuperar mi libertad; quería tener control total sobre mi sonido, mis visuales y mi lanzamiento. Fue intenso: más responsabilidad, más riesgo, y también más satisfactorio. Cada detalle se sintió como un reflejo verdadero de mi visión.
¿Tu audiencia conoce al verdadero tú a través de tu música?
Absolutamente. Mis canciones a veces son más honestas que yo en la vida real; me entrego por completo a ellas, sin filtros. Si escuchas con atención, vas a oír mis dudas, mi alegría, mi dolor, incluso las cosas que todavía estoy tratando de entender.
¿Cómo abordas tus presentaciones en vivo?
Trato mis shows como experiencias emocionales inmersivas, una mezcla de concierto, terapia y cine. Los visuales y el vestuario importan mucho, no son solo decoración, ayudan a contar la historia; me gusta pensar en el escenario como un portal hacia mi mente.
¿Tuviste en tu carrera un punto de inflexión o cuándo comenzaste a sentirte cómodo como artista?
La primera vez que estuve en un escenario grande y escuché a la gente cantando mis letras, ese momento hizo que todo se volviera real. Sentirme cómodo en mi piel es algo que todavía estoy aprendiendo; cada álbum me acerca un poco más.
¿Qué es lo más sorprendente que has aprendido de ti a través de la música?
Que soy más valiente de lo que pensaba; escribir me obliga a enfrentar cosas que preferiría ignorar. Me ha enseñado a abrazar la vulnerabilidad como una especie de superpoder.
¿Qué sigue para ti musicalmente?
Estoy sumergiéndome en algo crudo y teatral, algo que difumine la línea entre canción, confesión y performance. Quiero que mi próximo proyecto se sienta como abrir un diario… pero en un sueño.
hc