Si eres cinéfilo, Michelle Couttolenc ya ha estado en tu vida. Aunque no lo sepas, su oído ha afinado la experiencia sonora de más de cien películas: El laberinto del fauno, Luz silenciosa, Ya no estoy aquí.
En la edición 2025 del Ariel recibió su séptima estatuilla y sumó 19 nominaciones, lo que la convierte en la mujer más reconocida en su categoría y probablemente en toda la historia de este galardón.

En la lista de las más nominadas al Ariel aparecen nombres como Ana Ofelia Murguía (17), María Rojo (11), Angélica Aragón (10), Isabel Muñoz Cota (10), Blanca Guerra (9), Marga López (9), Bárbara Enríquez (9), Brigitte Broch (7). Entre todas, Michelle Couttolenc, con 19, lidera la historia desde el universo del sonido.
Este año ganó por la película Cocina, bajo la dirección de sonido directo de Isabel Muñoz Cota.

El fenómeno del Oscar
La relación de Couttolenc con los Premios de la Academia también tiene algo de mito. Pasaron 51 años para que una mujer fuera nominada en sonido, 67 para que una lo ganara, y 92 para que lo hiciera la segunda: Michelle, mexicana.
El 25 de abril de 2021 recibió el Oscar por Sound of Metal junto a Carlos Cortés, Jaime Baksht, Nicolas Becker y Phillip Bladh. El filme retrata a un baterista que pierde la audición y su equipo lo tradujo en un viaje inmersivo de silencios y estruendos que estremecieron al mundo.
Ese triunfo trajo consigo un golpe inesperado: medio año sin trabajo. La “maldición del Oscar”, le advirtió el veterano sonidista del cine de Tarantino, Michael Minkler: “A todos nos pasa. Después del Oscar, nadie te habla”. La industria asume que estás demasiado cotizado, eres casi inalcanzable, y de pronto las llamadas dejan de llegar.

Pero ella resistió. Fundó con sus socios, Astro LX, hoy el estudio de mezcla más grande de América Latina, donde ha dado forma a más de cien películas y a una convicción: que la voz de las mujeres y de los hombres suenen con la misma fuerza.
“Es inconsciente, pero muchos los hombres mezcladores suben más el volumen la voz de los hombres. Yo me aseguro siempre de que la voz de las mujeres se escuchen igual”, cuenta en el podcast Pioneras de MILENIO, conducido por las periodistas Claudia Solera, Janet Mérida y Cinthya Sánchez.

El sweet spot de la adolescencia
La obsesión comenzó a los 14 años, cuando frente a su casa construyeron un cine. Se convirtió en su refugio. No sabía de frecuencias ni de acústica, pero sí que había un lugar específico en la sala donde el sonido la atravesaba distinto, capaz de erizar la piel.
Si era necesario, Michelle llegaba una hora antes y se formaba sola en la taquilla para asegurar su lugar, aunque la fila estuviera completamente vacía. Los adultos que la veían desde lejos no podían evitar mirarla con extrañeza: una niña de 14 años, quieta, paciente, esperando tanto tiempo como si en esa sala estuviera a punto de ocurrir algo extraordinario.

Luego, sus padres y sus dos hermanas la alcanzaban en la sala. Ese lugar tenía un nombre que aún no conocía: el sweet spot. Para Michelle era la fila I, asiento 13.
El ritual era suyo: escuchar. Un día, hojeando una revista, descubrió dos palabras que sellarían su destino: “ingeniería en audio”.
Francia: el inicio del viaje
En México no existía una carrera que uniera arte y ciencia del sonido cinematográfico. Solo había dirección de cine o ingeniería acústica. Así que buscó más lejos.
Gracias a sus estudios en el Liceo Franco Mexicano y al diploma de ahí —que le abría las puertas en las universidades francesas— logró aplicar a la Escuela de Imagen y Sonido de Angulema, en Burdeos. De 500 solicitantes, aceptaron 12. Entre ellos, una mexicana de 19 años.
Uno de sus profesores universitarios más queridos, después le confesó: “Te elegimos porque pensamos: si una chica viaja sola desde el otro lado del mundo, sin padres, sin amigos, sin su comida ni su cultura, debe tener una fuerza especial”.

Los inviernos fueron su prueba más dura. El primero casi la quiebra: una gripe feroz la tumbó durante semanas; no estaba preparada para enfrentar un frío así. Tanto que pensó en abandonar. Años después, cuando ya estaba por terminar la carrera, viajó a México con la idea de no volver para presentar los exámenes finales. Entonces su profesor la detuvo con una frase que se le quedó grabada: “Estás hecha para esto”.
Y lo estaba. Terminó.

Churubusco: la primera puerta
De vuelta en México, ya graduada, escuchó un consejo que le cambiaría la vida:
“Si quieres hacer sonido para cine, tienes que ir a los Estudios Churubusco”.
Llamó durante semanas hasta que al fin la citaron: “Ven mañana”.
Al cruzar esa puerta y estar en una de los estudios más impresionantes que había pisado, el aire se sintió distinto, como brillitos suspendidos en cámara lenta, como en las películas. Sucedió la magia. Seis meses después de estar ahí casi como espectadora y conseguir que le dieran empleo, su primera película fue El hoyo, de Juan Carlos Rulfo. La tercera, El laberinto del fauno.

Sound of Metal: el reto imposible
La gran prueba llegó con Sound of Metal. Fueron 17 semanas de mezcla —lo normal son cuatro— y un cuaderno lleno de más de 500 anotaciones que Michelle llama su “carta a Santa Claus”, de todo lo que modificaría para hacerla más real. El desafío: hacer sentir cómo se rompe el mundo cuando se apaga el oído.
El resultado fue tan sorprendente que padres de niños con problemas de audición le escribieron: “Ahora entiendo mejor a mi hija, a mi hijo”. Para ella, ese también fue un gran premio.
En 2021, Michelle subió al escenario de los Oscar y se convirtió en la primera mujer mexicana en ganar la estatuilla a Mejor Sonido.
La pionera
Hoy Michelle Couttolenc es referente mundial. Entre sus créditos está el próximo documental de Depeche Mode, filmado en México y decenas de películas que no se escuchan igual sin su sensibilidad.
Habla de frecuencias, texturas y planos, ciencia, matemáticas, pero también de emociones: de cómo un sonido puede hacerte temblar el alma.
Lo que empezó con una adolescente cuidando obsesivamente el asiento I-13 en un cine, se convirtió en una carrera que cambió la historia del cine mexicano y del sonido en el mundo.
Porque a veces basta un lugar preciso, un sweet spot, para escuchar la vida distinta y hacer que suceda la magia.

HCM