La escritora Alma Delia Murillo (Ciudad de México, 1979) acompañó a las madres buscadoras para conocer sus vidas y relatar su historia y la de los desaparecidos en ‘Raíz que no desaparece’ (Alfaguara), donde al mismo tiempo critica a los gobiernos y dice que decidió “habitar la tragedia dantesca en la que estamos en México”.
En entrevista con MILENIO, la autora habla del proceso de su novela de ficción con base en hechos y testimonios reales, que buscan llamar la atención al tema que sigue creciendo en nuestro país ante la indiferencia de las autoridades.

La literatura no puede ser cobarde, tiene que ser valiente. ¿Cómo fue el proceso?
Soy mexicana; en los últimos 20 años, sobre todo, ese es el relato de nuestro país, para quien lo quiera escuchar, aunque ya es tan estridente que realmente hay que estar ciego o sordo para no saberlo. Es esta acumulación de crecer, oír, escuchar, acompañar; yo llevo muchos años escribiendo columnas en diferentes periódicos, y siempre estoy con el tema de los desaparecidos, porque me indigna, me da tristeza y porque también creo que hay que remar mientras podamos contra la insensibilización. Estamos llegando a un momento en el mundo en el que la pedagogía de la violencia está en su punto más álgido; entonces podemos ver un genocidio en vivo, en redes sociales, y tolerarlo.
¿Por qué el tema de las desapariciones?
No es algo nuevo, pero en los últimos tres sexenios —Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador— se agudizó de una manera brutal: 130 mil desaparecidas se registran en ese periodo. Me convoca, me entristece, me conmueve; es inevitable como escritora contemporánea no querer hablar de lo que vivo y, por otro lado, no quería un informe periodístico o un ensayo. Se podía apelar desde la ficción,contar una historia y lograr que todo esto se humanizara y dejara de ser un dato duro, un fenómeno de la violencia con sus estadísticas.

En el libro relatas que las madres buscadoras tienen sueños donde sus seres queridos les dicen dónde están enterrados. ¿Es real?
Para escribir este texto necesitaba no hacer una novela de escritorio, sino salirme con ellas, acompañarlas y entrevistarlas. Había que escucharlas para no decir cosas que luego uno se imagina desde su privilegiada mesa en casa. Todas me contaron sueños con pistas, tan precisas que es sorprendente, inexplicable. Hay todo un lenguaje que, como no es racional, no es académico, no es forense, no es fiscal, pero existe y además existe de la fuente raíz, que son las madres.
¿Hiciste labor de campo?
En primer lugar, me sacó del privilegio la humildad de decir: "Yo de esto no sé y tengo que ir a preguntar", y también ponerle mis emociones al proceso. Da mucho miedo, porque las cosas que viví acompañando a las mamás buscadoras fue de meterme a fosas, clavar la pala y la varilla y olerla; es como ellas saben si hay o no un cuerpo ahí, por el aroma que sale en la varilla. Ellas me enseñaron y te contaron, y lo que yo hice fue traducir el relato. No soy periodista, es un oficio que tiene muy claro su formación y su ejercicio, pero siempre me han interesado los temas sociales y narrar la realidad. Por eso la narradora es una mezcla de escritora, no periodista, que está cubriendo como una especie de crónica.
Son alarmantes las cifras…
No podemos vivir en un país que tiene 75% de su territorio con fosas clandestinas y que no nos pase nada. Que no todos en algún momento sintamos tristeza o sintamos miedo o que veas una noticia y te queden ganas de llorar en el cuerpo. Esas son buenas señales, quiere decir que todavía la humanidad que hay en nosotros nos está diciendo: "Aquí pasa algo que no debería estar pasando".
Haces una crítica poderosa a los gobiernos…
Era inevitable; solo el sistema de registro de personas desaparecidas es alucinante. Somos un país en un momento muy convulso; odiábamos al PRI por su dictadura perfecta, luego vino el PAN y tampoco lo hicieron mejor y en el último sexenio, por lo menos en cuanto al tema de violencia y desapariciones, tampoco. Todos los gobiernos de todos los colores han sido omisos, insuficientes, negligentes e insensibles. Es inevitable decirlo y sentirlo como mexicana que está aquí en esa conversación, y está bueno enojarnos, siempre apelo a la emoción; puede ser la tristeza, la compasión, la rabia. Si una de esas no nos mueve, es fácil instalarnos en la indolencia y seguir esta pedagogía de la crueldad que nos tiene cada vez más tolerantes a todo tipo de violencias.

¿Qué pretendes despertar en el lector?
Lo que yo quería era sacudir la apatía.Tenemos esta fantasía de que esto solo les pasa a los otros, los que están en las zonas marginales, por eso la novela empieza en el centro de la ciudad, con la palmera de Reforma reemplazada por un ahuehuete que se murió. Esa metáfora no podía desperdiciarla, porque además se murió en la glorieta de las y los desaparecidos. Y cuando como escritora me fui en la búsqueda con las madres, me di cuenta de que Ada habla con los árboles y que los árboles van manifestando fenómenos, digamos, botánicos, diciendo que está pasando algo en nuestras raíces; empiezan a enfermar, a tener un hongo que se llama negrilla, que es cuando excedes el nitrógeno, que quiere decir que hay demasiados cuerpos en sus raíces. Por eso la metáfora de la novela son las raíces de los árboles infectadas que empiezan a infectar todo.
¿Ada está inspirada en una madre buscadora real?
Está hecha de las mamás con las que hablé, que son vitales, amorosas y un tanto oscas también; no son perfectas y eso es muy importante, porque hay una idea perversa de que las víctimas, que también es un vocablo a discutir, tienen que ser perfectas, buenas y beatas para que merezcan nuestra compasión. Tenemos que sacudirnos eso, porque al final son víctimas de un Estado que no ha respondido. Y en efecto, la novela tiene ciertos componentes de novela negra, porque están buscando un cuerpo.
¿Qué opinas de que el Estado niegue las fosas clandestinas y desapariciones?
Es lo que tiene a México sumergido en esta herida brutal, porque además ya nos está desbordando y es como un rasgo esquizofrénico la negación de algo tan evidente como lo que sucedió en Tepatitlán. ¿Cómo es posible que se atrevan siquiera a negarlo? Por eso yo sí digo con todas sus letras la palabra exterminio en la novela; porque además es aplicarles una agresión brutal a las familias buscadoras y a los colectivos y a las mamás. Encima las estamos llamando mentirosas, pero ellas son las que muchas veces encuentran, en efecto, pruebas, restos, cenizas, digamos, crematorios improvisados, armados.
¿Por qué consideras que era importante escribir sobre el tema?
Para que el relato se quede en algún lugar y por eso mi novela, entre capítulos, tiene fichas reales de personas desaparecidas y termina con una larga lista de personas desaparecidas, que es una forma de insistir. Porque si un día desaparecen a los desaparecidos, los desaparecen del relato, los desaparecen de la estadística, pues que vivan de muchas otras maneras. Y si un día nos desaparecen este libro, a lo mejor los árboles lo terminan contando con estas manifestaciones que voy anunciando ahí, que no son tan descabelladas, son pura y dura ciencia botánica.