Compositor, intérprete y director, Adonis González considera al piano una extensión de su imaginación.
“El piano es el lugar donde puedo explotar toda mi imaginación; es un instrumento que no es como el violín o el trombón, que solo tocan en un registro X limitado o que tienen una sola línea; es como una orquesta, y como lo toco desde los seis años, es una extensión de mi imaginación”, comparte a MILENIO.
El artista cubano regresa a México, un país donde vivió en la década de los noventa y al que visita con frecuencia, ahora para participar en la 28 edición del Festival Internacional de Piano En Blanco y Negro, con una master class el sábado 20 y un concierto el domingo 21, a las 13:30 horas, en la Escuela Superior de Música y en el Auditorio Blas Galindo del Centro Nacional de las Artes, respectivamente.
A partir de la temática en torno al romanticismo en la música, Adonis González preparó un programa con piezas de compositores como Fréderic Chopin (Dos impromptus), Maurice Ravel (Alborada de gracioso), Sergei Rachmaninoff (Preludios, opus 35), que conviven con obras de clásicos latinomericanos como el cubano Ernesto Lecuona (Gitanerías) y la venezolana Teresa Carreño (La primavera; Un baile en sueño), además de tres composiciones propias (Carboncillo, Coral y Èrò Ìjo)
“Quiero que el público no me recuerde a mí, sino que recuerden la vivencia como un concierto que los hizo salirse de la cotidianidad, de todos sus problemas; que aunque sea por una obra o por el concierto completo, puedan olvidarse de lo cotidiano y viajar en mi mundo musical. Ojalá y pueda lograr eso, eso es mi deseo: que se puedan olvidarse de todo y disfrutar mi mundo musical”, ofrece el artista cubano.
Adonis González debe su nombre mitológico a un tío materno suyo, médico, que antes de nacer él fue enviado por el gobierno cubano a una misión internacionalista a África, y desapareció. Y, al no tener noticias de él, la madre del futuro músico, Eduviges Matos, y sus otras dos hermanas, lo bautizaron así.
“Parece que lo extrañaron tanto que cuando yo nací me pusieron el mismo nombre que el de él, pero con tan buena fortuna que al año de yo haber nacido, él regresó de África. Estamos hablando de una época en que no había internet, el correo era casi imposible, y al no tener noticias de él por más de un año pensaron que se había muerto y quisieron darme ese nombre”, relata el pianista y compositor.
Nominado al Grammy Latino por su álbum debut Adiós a Cuba, González empezó desde muy niño a tomar clases con su madre y se graduó del Instituto Superior de Arte de La Habana, una ciudad en la que espera poder algún día hacer el estreno en su país de su Concierto para piano, que es muy cubano.
“Sería ideal tocarlo en Cuba, porque mi concierto es muy cubano. Suena bien en otros lugares, pero hay cosas que no tendría ni qué explicarlas, porque los músicos van a entenderlas inmediatamente, porque son tan parte de nuestras raíces el material musical que uso en muchas partes. Eso me daría un placer enorme: tocar mi concierto, si no en Cuba, por lo menos sí con una orquesta de músicos cubanos”, dice.
Adonis González dejó Cuba hace tres décadas para vivir primero en México, y ahora pasa la mitad del año en Viena y la otra en Estados Unidos, donde estudió su maestría en la Universidad del Sur de Mississippi y su doctorado en la Mason Gross School of the Arts de la Universidad de Rutgers, además de dirección orquestal en Juilliard, y es profesor de Música de la Universidad Estatal de Alabama.
Se considera ciudadano del mundo, adora México donde coincidió con su colega y compatriota, el jazzista Osmany Paredes, con quien estudió en la Escuela Nacional de Música de Cuba. Pero, Adonis González sigue refrendando su cubanía y el apego a sus raíces afrocubanas y antillanas en su música.
—¿Qué lo hace ahora cubano, maestro?
Soy cubano, siempre voy a ser cubano. Cuando digo que soy ciudadano del mundo, eso no cambia mi esencia. Me refiero a viajar, a sentirme en casa en varios lugares. Adoro Austria, su bienestar; este verano pasé también un tiempito en Italia. Pero mi esencia no la cambia nadie. Sí, he vivido 30 años fuera de mi país, pero el lugar donde uno nació y la esencia de uno, pienso yo que no cambia, se oye en mi música y en mi manera de tocar, en la ritmicidad, en el calor latino que tenemos todos los hispanos al tocar, hay algo ahí que no va a cambiar. Y yo sí amo a mi país de nacimiento, sin dudas.
—¿Por qué incluyó a Ernesto Lecuona, Teresa Carreño y obras suyas, para su debut en En Blanco y Negro, con un enfoque temático sobre el romanticismo?
Porque el romanticismo tiene muchas facetas. También he incluido a Rachmaninoff, que aunque murió en el siglo XX, su música siempre fue romántica, lo considero el último romántico. Y también porque siempre sólo se escucha a los tradicionalmente grandes románticos, Schuman, Liszt, Chopin. Pero tenemos otros compositores como Teresa Carreño, que era amiga de Rossini y conoció a Liszt y vivió en esa época. Aunque murió en 1917, su música es totalmente romántica, totalmente de salón, y era una de las pianistas más importantes en Europa a finales del siglo XIX.
“Me pareció apropiado no solo tocar Chopin, que voy a tocar Chopin al inicio, sino también incluir dos obras de ella, y un poco el romanticismo latinoamericano. Lecuona realmente es del siglo XX, pero su música, al igual que muchas de las cosas de Manuel M. Ponce, son esencialmente románticas. Quise tener eso y alternarlo con otras piezas mías y con una de Ravel, para obtener un matiz diferente. Carreño adoraba Chopin y tocaba muchas de sus obras. Hay música romántica ahí al por mayor”.
—Supe que conoció a Lecuona gracias a su mamá. ¿Ella fue su primer contacto con la música?
Mi mamá era muy buena pianista, estudió 8 años y nunca perdió la habilidad de tocar, aunque no se dedicó a ello. Empecé a tocar piano, porque había un piano en la casa y ella tocaba, y se escuchaba un poco de música clásica. Ella me enseñó discos de Lecuona y a través de ella descubrí muchas cosas de la música clásica en general, con los LP de antes, que sí, me despertaron esa curiosidad. Por suerte mi madre, Eduviges Matos, me prestó atención y me puso a estudiar música desde muy temprana edad. El hecho de iniciarme como músico, sin duda, se lo debo a mi madre, se lo debo al haber nacido en un lugar, en un seno familiar en el que se valoraba la música clásica y que había un piano.
—¿Cómo surgen las piezas de su autoría que están en el programa?
Son tres. Una es una obra de juventud, Coral, dedicada o inspirada por mi maestra de esa época de juventud, que fue la pianista Yleana Bautista, cubana nacionalizada mexicana, que dio clases en el Conservatorio de México. Yo estudié con ella en Cuba y ella me inspiró mucho el amor por Bach, entre otras cosas. Coral es una de mis primeras obras que compuse. Las otras dos son más recientes: Carboncillo, una especie de experimentación sonora, como un boceto, como los carboncillos que hacen los pintores a lápiz. Y la tercera, Èrò Ìjo, que significa en yoruba algo así como idea de danza.
—Ser pianista debe de ser muy absorbente ya, ¿cómo logra también ser compositor y director?
Sí, es difícil. Hay que tener mucho enfoque y muy claras las prioridades. Qué concierto viene, si viene un concierto de piano solo, un recital o algo, y estar muy claro de la fecha cuando hay que dirigir. Y lo más difícil quizás sea componer, porque hay que estar en un estado de ánimo de mucha tranquilidad para ser realmente creativo y hacer lo que uno quiere. Es cuestión de organizarse. Y yo prefiero componer los fines de semana, para que tenga más tranquilidad. Porque además soy profesor de una universidad, combino la docencia con la creatividad, con la parte interpretativa, ya sea como director o concertista, aunque la dirección la hago mucho menos frecuente que las otras. A veces se ha juntado todo y hay que tener mucha disciplina y estar muy claro de qué priorizar sin volverse loco.
—¿Alguna vez ha tocado una obra suya como pianista solista y dirigiendo la orquesta?
No. Sí estrené mi Concierto para piano con la Orquesta Sinfónica Nacional de Costa Rica y yo era solista y era compositor, pero el director fue Irwin Hoffman. No me ha tocado todavía dirigir y tocar y ser el compositor a la vez, pero es uno de mis sueños.
—¿Qué sello le imprime usted a cada una de estas disciplinas o qué sello personal, cómo lo definiría, o si son complementarios, si es el mismo para todas?
Es el mismo, porque cuando uno toca o dirige o compone sale la esencia de quién uno es como músico. ¿Cuál es el sello distintivo? No sé. Pero sí me imagino que todo el bagaje de lo que uno ha vivido como persona y como músico y como ciudadano del mundo, por decir así de alguna manera, todo nutre al resultado final. Y las sensibilidades que uno tiene como artista se nutren de las vivencias que uno tiene y de la persona que uno es, independientemente de la parte técnica.
—¿Qué pide como compositor a los intérpretes? ¿Qué exige como director a las orquestas?
Soy bastante abierto, más que nada me gusta que la persona aborde mi música con cierta creatividad. Y también yo trato de ser creativo; respeto mucho el texto original, pero siempre me sorprende cuando oigo a otras personas tocar mi música, porque descubro cosas que yo no sabía que estaban en la misma música. Algunas de mis piezas han sido tocadas por otros pianistas y siempre me sorprende lo que ellos descubren o lo que ellos enfatizan, que a mí no se me había ocurrido. Es lo bonito. Ellos me piden que las toque para tener una referencia y yo realmente aprendo muchísimo de escucharlos a ellos.
—¿Cómo mantiene sus raíces cubanas, una cultura que le ha dado tanta música al mundo?
Por ejemplo, el Èrò Ìjo tiene un nombre yoruba porque hago honor a mis raíces afrocubanas. En Cuba llegaron varias tribus, pero la más prominente era la yoruba, que tiene una influencia bastante fuerte en la música popular cubana. En mi música, quiera yo o no, siempre sale algo de mis raíces como cubano, como afrocubano y como antillano. Y también la parte española en Carboncillos, ahí se oye un toque español, desde el lente de Cuba; aunque he estado en España, mi visión de España, lo que sale cuando toco es la España que yo recuerdo mezclada con la cubanía y con la parte afrocubana. Mis raíces antillanas, hispanoamericanas y africanas están presentes en mi música, quiera yo o no, independientemente de toda la influencia académica europea, de Bach y de los años de estudio.
—¿Qué es un piano para usted?
El piano es el lugar donde puedo explotar toda mi imaginación; es una extensión de mi imaginación. Es como una orquesta. Puedo hacer muchas cosas, por eso siempre, desde niño, improvisaba mucho en el piano, era como mi lugar para explotar y jugar con toda mi creatividad. Eso es lo que veo: todas sus posibilidades sonoras. Me parece un instrumento maravilloso, doy gracias que toco ese instrumento y no otro, aunque me nutro de la manera que se tocan otros instrumentos para tocar mi piano. Soy muy fanático de la música de violín, de la vocal. Y todo eso influye en como uno toca, incluso de la música orquestal. Es un instrumento por excelencia muy versátil, que puede llenarlo todo. Cuando veo un piano, veo una orquesta y un instrumento con una paleta de colores y posibilidades que pocos tienen.
—Es docente y va a impartir una clase magistral en el Cenart. ¿Qué pide a un joven que quiere dedicarse a la música, al piano?
La curiosidad musical que tengan. Y cosas que son también de talento, que depende del nivel al que vayan a entrar, si van a la universidad ya tienen que tener cierto nivel y cierta destreza de coordinación. Pero, más que nada, la curiosidad musical, porque usualmente lo que falta a muchos de los alumnos que vienen a mí es información. Es ver más allá de cómo están tocando en ese momento y poder ver en lo que se pueden convertir basado en sus propios dones. A veces les digo: “En tu caso sería mejor que te dediques a la parte de componer que a la parte de tocar, porque te veo más como un músico en general que como un virtuoso”. Y hay muchas maneras de disfrutar la música, todo el mundo no tiene por qué ser un virtuoso, pero todos podemos disfrutar la música y ser la mejor versión de uno mismo. Mi meta como maestro es lograr la mejor versión posible del alumno basado en lo que él me enseña.
PCL