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  • Iain Reid: el nuevo horror cósmico

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Iain Reid, escritor estadunidense, autor de libros como 'I’m Thinking of Ending Things'. (Especial)

Con tres novelas que se adentran en la fragilidad de la identidad y la erosión de la conciencia, el autor canadiense se ha consolidado como una voz central del horror contemporáneo.

Al cabo de probar fortuna en terreno autobiográfico con dos libros de memorias, One Bird’s Choice: A Year in the Life of an Over-educated, Underemployed Twentysomething Who Moves Back Home (2010) y The Truth About Luck: What I Learned on my Road Trip with Grandma (2013), el canadiense Iain Reid (1980) lanzó su extraordinario debut en el campo de la ficción en 2016.

La incomodidad y la inquietud permanentes que me provocó la lectura de I’m Thinking of Ending Things se puede sintetizar en las siguientes frases que la chica sin nombre que lleva la batuta de la narración, una de las voces más singulares de la literatura reciente, elabora para referir uno de los microrrelatos insertos en el flujo cada vez más demencial y fracturado de la historia: “Algo que desorienta y sacude lo que damos por sentado, algo que perturba y quebranta la realidad: eso es aterrador”.

Perturbadora es en efecto la manera en que la primera persona concebida por Reid va dando cuenta de una realidad que poco a poco, gracias a una malicia y una sutileza escriturales que hay que admirar, se cuartea para dejar entrar a través de las fisuras un mundo hecho de arenas movedizas en las que el lector se hunde sin remedio, atrapado por acontecimientos que resultan más pavorosos por desenvolverse en una atmósfera al parecer cotidiana que, sin embargo, evidencia su cercanía con un horror cósmico generado en las profundidades de una mente al borde del colapso.

Ese derrumbe psíquico es justo el mecanismo que permite que I’m Thinking of Ending Things se plante con firmeza en el terreno cenagoso donde radica el narrador no fiable, la figura literaria tipificada por Wayne C. Booth en 1961 que, desde mi punto de vista, nació formalmente con Tristram Shandy (1759–1767) de Laurence Sterne para luego ser afianzada en libros como Memorias póstumas de Blas Cubas (1881) de Joaquim Maria Machado de Assis y Los papeles de Aspern (1888) y Otra vuelta de tuerca (1898) de Henry James, y posteriormente desarrollada y perfeccionada a lo largo del siglo XX.

Hábil para meterse bajo la piel y, sobre todo, dentro de la cabeza de una personalidad escindida en la que se materializará la sombra del suicidio, Reid ha entregado una obra que se interna en los laberintos de la memoria y la soledad con paso envidiable y seguro. Esta, no tengo duda, es una de las novelas más estremecedoras que he leído desde que el COVID-19 llegó para quedarse.

En 2020, en pleno pico de la pandemia, se estrenó vía streaming el tercer largometraje del estadounidense Charlie Kaufman (1958), basado en el debut de Reid.

¿Importará decir que este filme alucinado y fascinante da cabal continuidad a las obsesiones que Kaufman explora tanto en sus guiones para Michel Gondry y Spike Jonze como en sus dos cintas anteriores, Synecdoche, New York (2008) y Anomalisa (2015): el desdoblamiento y las fracturas de la identidad humana, la memoria y sus múltiples grietas, la alienación y la incomunicación en el nexo amoroso, el flujo del tiempo y el horror al vacío que genera la posibilidad de la muerte?

¿Que el personaje materno interpretado por la infalible Toni Collette verbaliza el extravío mental que tanto apasiona a Kaufman al afirmar que perdería la cabeza si no la tuviera atornillada a su propia cabeza?

¿Que la superficie anecdótica, en la que una chica que puede llamarse Louisa o Yvonne o bien carecer de nombre (Jessie Buckley) acude a conocer en medio de una tormenta de nieve a los padres de su novio Jake (Jesse Plemons), esconde una serie de corrientes subterráneas donde impera un aparato de citas culturales que van de David Foster Wallace a Pauline Kael, de Guy Debord a William Wordsworth?

¿Que la estructura de thriller psicológico es un mero pretexto para elaborar una honda indagación filosófica que se plantea como un viaje al fondo de la noche existencial, que muestra un claro filón teatral —herencia de Synecdoche, New York— en los escasos escenarios donde se desarrolla: un automóvil, una granja, una heladería en medio de la nada, una preparatoria y un recinto en el que se entrega el Premio Nobel de Física?

¿Que la sensación de desasosiego y descolocación va en aumento gracias a una endiablada capacidad narrativa para conducir y torcer el mundo racional hacia el territorio de la duplicidad y la deriva más abiertamente surrealista?

No lo sé. Lo que importa, eso sí, es constatar que I’m Thinking of Ending Things es una nueva obra maestra del genial Charlie Kaufman.

Foe (2018), su segunda novela, confirmó a Iain Reid como uno de los talentos más interesantes en el campo del terror psicológico contemporáneo, y en 2023 fue llevada al cine con acierto por el director australiano Garth Davis, con Saoirse Ronan, Paul Mescal y Aaron Pierre en los papeles estelares.

Si I’m Thinking of Ending Things muestra ya un estilo sumamente depurado, en deuda lo mismo con la decantación lingüística de Samuel Beckett que con los ambientes opresivos y opresores de Franz Kafka, Foe eleva la angustia existencial patente en el corpus kafkiano a un nuevo nivel al colocarla contra un fondo de ciencia ficción ubicado en un futuro incierto, ambiguamente apocalíptico y distópico, en el que la humanidad está siendo duplicada por una corporación aeroespacial llamada OuterMore con miras a colonizar un mejor planeta para vivir ya que la Tierra ha alcanzado finalmente su límite debido a la devastación climática.

El primer paso de dicha colonización implica el traslado a la estación espacial Installation para realizar labores que nunca terminarán por explicitarse y para las que es reclutado Junior, un hombre que vive con su esposa Henrietta en una granja apartada de un centro metropolitano cuyo nombre no se revelará y adonde llega Terrance, un empleado de OuterMore que se encargará de estudiar obsesivamente a Junior para recabar la información necesaria para diseñar el doble que ocupará el lugar de este mientras se halla en Installation.

Con este triángulo sólido que cobra visos crecientemente siniestros, permitiendo que se instalen la incertidumbre y la perplejidad que tanto le fascinan, Reid cimenta con destreza una historia ominosa que explora temas clásicos como el doppelgänger, la fragilidad de la memoria y la suplantación, pero dotándolos de una carga de horror casi metafísico que jamás se aligera.

Pocas novelas recientes me han desconcertado y entusiasmado tanto como Foe, que en su tramo final cuenta con una inteligente vuelta de tuerca que se venía fraguando con la ausencia de ciertos signos de puntuación y que da un sentido distinto a lo que se había leído.

Con We Spread (2022), Reid amplía la indagación anímica presente en I’m Thinking of Ending Things y Foe y la lleva a un cruce estimulante donde confluyen la ficción especulativa y la weird fiction.

En esta tercera novela hay una resonancia oblicua, un eco amortiguado que recorre los márgenes del lenguaje y la percepción. Se trata de un relato que aborda la vejez no como etapa natural del ocaso biológico, sino más bien como umbral hacia lo otro, lo inarticulable, eso que se roza sin ser nombrado del todo.

En este sentido, We Spread no sólo prolonga la atmósfera enrarecida de I’m Thinking of Ending Things y Foe, sino que depura su pulsión más radical: explorar los límites —afectivos, espaciales, mentales— en que la identidad se diluye, se fragmenta, se vuelve espectral.

Reid ha sabido construir una obra que, sin adherirse por completo a las convenciones del horror o el thriller psicológico, tiene su herramienta más eficaz en el extrañamiento cotidiano.

En I’m Thinking of Ending Things está el pensamiento como amenaza; en Foe, la suplantación como desencadenante de lo ilusorio; en We Spread, la vejez como territorio movedizo, como si el paso del tiempo fuera menos un avance lineal que una desaparición paulatina del suelo que se pisa.

En Reid lo weird deja de ser una estética para trocarse en una ética del desconcierto.

Penny, la protagonista de We Spread, una artista septuagenaria que es trasladada a un misterioso asilo tras sufrir una caída, encarna la frontera porosa entre lo real y lo imaginario y funge como alter ego de la madre del autor, víctima de demencia senil.

La experiencia de Penny en Six Cedars Residence, cuya arquitectura resulta progresivamente más maleable, más confusa, más abyecta —para usar el concepto acuñado por Sergio González Rodríguez—, remite a esos espacios ficcionales en que el tiempo se curva y el yo comienza a resquebrajarse.

Con su personal solícito hasta lo perverso y sus rutinas asfixiantemente precisas, el asilo funciona como una zona liminal: no es un sitio de reposo sino una antesala del desvanecimiento, un limbo donde la conciencia flota sin puntos de anclaje.

Es aquí donde Reid entronca con la tradición iniciada por H. P. Lovecraft y continuada por autores como Robert Aickman y Thomas Ligotti: el relato de lo extraño como inmersión en el orbe de lo incierto, donde la lógica consuetudinaria es corroída desde dentro.

Al igual que en los narradores de las novelas anteriores de Reid, en Penny hay una sospecha constante de que algo no encaja, de que lo que se percibe no corresponde con lo que debería percibirse.

Esa grieta cognitiva es justamente la que abre paso a lo weird no como algo sobrenatural, sino como una falla ontológica: de golpe el universo ya no ofrece garantías.

Lo que más angustia en We Spread no es que la realidad se altere, sino que quizá nunca haya sido estable.

La senectud, así pues, no es tanto una tragedia fisiológica como una experiencia metafísica: ¿qué ocurre cuando el cuerpo y la mente ya no responden, cuando la memoria empieza a deshilacharse, cuando las certezas se desdibujan?

Artista del trazo tenue y la observación melancólica, Penny parece intuir que, más que una desgracia, la pérdida de control es una forma distinta de habitar el mundo. Su desconexión progresiva con el entorno no se vive únicamente como decadencia, sino como posibilidad: la posibilidad de un acceso, de una visión oblicua que los demás —los jóvenes, los sanos, los convencidos de la perdurabilidad del yo— no pueden soportar.

A diferencia de I’m Thinking of Ending Things y Foe, donde el clímax se resuelve en revelaciones más o menos abruptas, We Spread elige la ambigüedad como final y como forma: la novela se difumina con la lentitud de un cuadro impresionista observado desde demasiado cerca, un lienzo cuyas figuras se dispersan y cuyos contornos se pierden.

Más que un retrato de la ancianidad, We Spread es un recordatorio de que lo verdaderamente extraño —lo raro y lo espeluznante, para acudir al título del magnífico libro de Mark Fisher publicado en 2016, así como lo incognoscible— está en lo más próximo: en el cuerpo que se deteriora, en la mente que vacila, en la identidad que se esfuma como humo enviado en señal de auxilio.

Con su tercera novela, Iain Reid confirma que lo profundamente inquietante no se oculta en lo monstruoso ni en lo fantástico, sino en el temblor íntimo de lo que creíamos conocer. Y que envejecer no es morir, sino disolverse en el horror cósmico que acecha a la vuelta de nuestros días sobre esta Tierra cada vez más impredecible, cada vez más incomprensible.

AQ

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Mauricio Montiel Figueiras
  • Mauricio Montiel Figueiras
  • (1968) Es narrador, ensayista, editor, traductor y gestor cultural. Entre sus libros más recientes se encuentran Un perro rabioso. Noticias desde la depresión (2021) y Las sirenas vuelven a cantar (2022).
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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.notivox.com.mx/cultura/laberinto
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