Cultura

Una máquina de recepción

Literatura

En ‘Las trabajadoras’, Mónica Nepote reorienta nuestra atención hacia un lenguaje que acoge y desafía las estructuras literarias tradicionales.

Mi madre tomó mis manos,
haciendo un hueco que recibe
me dio un alfabeto nuevo, apenas un código.

Releo el libro Las trabajadoras y elijo tres versos como la punta de un hilo que quisiera ensartar en el ojillo de mi pantalla para escribir estas líneas. Con estos tres versos, creo, es posible deshacer el pespunte de la escritura de Mónica Nepote y jalar la trama. Intento estar atenta a las marcas, a los pedazos y a su montaje para poder poner todo de vuelta, como estaba, al terminar mi lectura.

Las trabajadoras no es, como la mayoría de los libros que inundan las mesas de novedades, un libro que desarrolla un tema para complacer a les lectores, las redes sociales o al mercado. No es, tampoco, una escritura mimética y retiniana (como Belén Gache llama a la convención literaria más empolvada, retomando palabras de Marcel Duchamp sobre la pintura). Su escritura es más bien, como diría también Gache, contraliteraria; intenta desafiar al gran edificio de la literatura con una operación, me parece, acaso más humilde y rara: la de poner atención.

Simone Weil pensó muy a fondo en ese ejercicio de tender el oído y el cuerpo que implica poner atención. “La atención consiste”, nos dice, “en suspender el pensamiento, en dejarlo disponible, vacío y penetrable al objeto, manteniendo en une misme (las ees son mías), pero en un nivel inferior, los diversos conocimientos adquiridos que deban ser utilizados”. Y el pensamiento, continúa, “debe ser como la persona que, en la cima de una montaña, dirige su mirada hacia adelante y percibe a un mismo tiempo bajo sus pies, pero sin mirarlos, numerosos bosques y llanuras”. La imagen tiene algo de mística en Weil; pero en otra pensadora, Anna Tsing, se vuelve más terrenal. Ella nos propone “reorientar nuestra atención” hacia otras formas de “hacer mundos”; hacia los mundos “que nos enseñan cómo mirar alrededor en lugar de hacia adelante”, que es lo que hace el progreso. La escritura de Mónica Nepote sí se enraiza en la cima de la montaña, pero también baja por los bosques y llanuras hasta la aguja y el hilo o la máquina de escribir; atraviesa los cuerpos humanos y no humanos reventados por sostener la vida. En ese sentido, Las trabajadoras se suma a esa forma de la escritura que intenta mirar alrededor, poner atención y reorientarnos. La autora escribe como si tuviera un cuenco entre las manos para recibir. No busca, no descubre: acoge.

Siendo niña, la mamá de la voz poética vio y usó por primera vez un teléfono, cito: haciendo viajar la voz por la espiral de metal y plástico hasta un oído, en el estupor de las nuevas máquinas. Solemos pensar el teléfono, principalmente, como una máquina de emisión y conexión para acortar distancias. Pero los teléfonos también son, tal como aparecen en Las trabajadoras, máquinas de recepción. En palabras de la autora, trabajan en el hacer venir lo inmaterial, volverlo peso, calor. Esta es una de las estrategias con las que el libro piensa el lenguaje y trastoca sus códigos más tradicionales: construyendo una máquina de recepción que hace venir al cuerpo lo inmaterial; que da peso y calor a las palabras de su niña-madre-abuela-hermana-tía-costurera-mecanógrafa. Esta escritura no solo pone luz en la atención sino que se pregunta: cómo poner atención, hacia qué y desde dónde. Y el libro especula y duda con todas estas preguntas en tanto lenguaje, medios de producción, cuerpo y trabajo.

Las trabajadoras piensa el sistema de la lengua —ese con el que hacemos literatura— como un patrón que da órdenes al cuerpo reventado de las mujeresmáquina. Y, para confrontarlo, configura un vocabulario de líneas punteadas, botones y tinta mecanográfica que sostienen la vida con alfileres y espaldas encorvadas. Es con este vocabulario que la autora acciona su máquina de recepción y transcribe a su hermana Lilián; comparte las etiquetas subversivas en la ropa de Zara; amplifica la voz de los litros de agua desecados en color; invoca las enseñanzas de la abuela para hacer una cadena, un nudo; convierte su cuerpo en una hoja que guarda las inscripciones de las teclas; recibe los dictados fantasmales de sus ancestras y desteje la trama de la herencia.

El asunto no es sencillo: la máquina corporativa nos engulle y nos aplasta, pero algunas máquinas, como la de coser, la de escribir, el teléfono, también nos sostienen y nos arrullan. Estamos ante una escritura situada en la complejidad de los tiempos. Por eso no es raro que este objeto de papel, hilo, tinta y pegamento está pensando también sus propios modos y medios de producción: Las trabajadoras se editó y diseñó en una editorial independiente pequeñísima (Heredad), que se distribuye a sí misma, vende en línea y llega a librerías independientes y ferias del libro. Este objeto reconoce ese trabajo y la deuda que el sistema literario tiene, precisamente, con todas las otras formas de escribir, editar, distribuir, difundir, vender y leer literatura.

Dice otro verso: un texto que no cierra, que se trasmina. Así escriben Las trabajadoras, con un lenguaje que, en sus palabras (y algunas añadidas): rompe sus barreras óseas e intenta quebrar la pequeña superficie que nos impide descolocarnos y organizarnos rizomáticamente. Cada palabra está elegida poniendo atención en esa otra lengua de la recepción, en un vocabulario descentrado que se pregunta qué estamos haciendo con las palabras. Y se aleja de la idea literaria de revelar o descubrir algo a través de géneros rancios y enlatados. Las trabajadoras se comporta, antes que cualquier otra cosa, como un cuenco; nos recuerda cómo ser receptores telefónicos, cómo acuencar la lengua para sostener otras palabras, para recibir otros mundos.

Estamos ante una escritura que, a diferencia de los mandatos tradicionales, no quiere esconder su proceso y no intenta invisibilizar a los cuerpos que la producen. Nos recuerda que: Un cuerpo es, finalmente, muchas voces. Si un cuerpo es muchas voces, pienso al cerrar mi ejemplar, no es solamente porque ha hecho la labor de convocar y escribir con otras voces sino porque las recibe, las guarece. Y es que poner atención es más un ejercicio de recepción, como el de la secretaria mecanógrafa, que de búsqueda y descubrimiento.

En un presente horrísono y violento como este en el que seguimos viviendo, donde las hegemonías no cesan de invisibilizar la opresión y desinformar; y la máquina militar-corporativa de la muerte destruye todo a su paso, no puedo pensar en una forma de escritura más pertinente que el intercambio situado y crítico, de gratitud y compasión, que implica el acto de poner atención. La frase más famosa de Simone Weil, que es más bien apócrifa, pero, a la vez, configura una síntesis de su pensamiento, dice: “La atención es la más rara y pura forma de la generosidad”. Tenemos aquí un libro que pone atención. Sobre todo, tenemos un libro que, como la madre del yo que nos habla, hace en sus lectores un hueco para recibir y sostener. Es, de hecho, un libro que se hizo haciendo un hueco que recibe y sostiene.

Gracias, maestra Nepote, por tomar nuestras manos haciendo un cuenco que recibe y darnos un alfabeto, apenas un código.

Este texto fue leído el 29 de julio de 2025 durante la entrega del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2024 a Mónica Nepote por su libro 'Las trabajadoras'.

AQ

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.notivox.com.mx/cultura/laberinto
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