Poco después de las seis de la mañana, una luz rasante comienza a despertar suavemente el norte del valle del Jordán. El paisaje, bañado en tonos dorados, se despliega con majestad. Frente a la tienda, el té y la salvia hierven lentamente en un brasero. El sol, aún tímido, acaricia las ovejas y la pequeña parcela de olivos de nuestros anfitriones. A lo lejos, se adivinan las colmenas, el huerto, y más allá, otras explotaciones familiares similares, apretujadas entre los campos de maíz y las monoculturas de dátiles medjool de los colonos. Aunque estemos en Cisjordania, el 85 por ciento del valle es territorio vedado para los palestinos.
Esta mañana hace frío. Apenas se oyen unos pocos pájaros y el crujido tranquilo del fuego. Pero el silencio no tarda en romperse: dos aviones rasantes sobrevuelan el campamento, rociando pesticidas. Uno de ellos pasa a menos de veinte metros de donde estamos. El zumbido ensordece y probablemente impregna nuestro té con moléculas tóxicas. Está tan cerca que podemos distinguir al piloto, absorto en su tarea de colonizar también el cielo.

El té está listo. Nos reunimos en la tienda colectiva, donde antes hubo casas, arrasadas en numerosas ocasiones desde la guerra de 1967. La familia de Abou Ahmed ha levantado un pequeño caserío de tiendas con lonas y estructuras metálicas. Llevamos una semana viviendo y trabajando con ellos, como parte de una campaña organizada por la Unión de Comités de Trabajo Agrícola Palestinos (UAWC). Se espera que la presencia de militantes internacionalistas pueda atenuar en algo la violencia cotidiana ejercida por el ejército y los colonos. Participamos en las labores del campo y documentamos la situación para contarla al regresar.
Esta mañana, Abou Ahmed se ha puesto una chaqueta elegante y zapatos lustrados para ir al mercado. No lleva mucha mercancía; su familia cultiva sobre todo para sobrevivir. Es común en Palestina: más del 70 por ciento de las tierras en manos palestinas se cultivan en explotaciones menores de una hectárea. La mayoría son familiares. El olivo es el árbol central: unas 100 mil familias dependen de él parcial o totalmente. Pero aquí, en el valle del Jordán, una relativa abundancia de agua permite diversificar cultivos. Pero ese mismo recurso es hoy motivo de lucha. Controlarlo es un objetivo estratégico del ocupante, que no escatima esfuerzos.
El llamado “acueducto nacional de Israel”, una infraestructura hidráulica de 130 km, extrae cada día 1,7 millones de metros cúbicos del lago Tiberíades y los conduce al corazón del territorio de 1948, dejando atrás un valle cada vez más seco. Pero el despojo también ocurre a pequeña escala. Esta semana, mientras pastoreábamos las ovejas, Saber, el vecino, nos mostró una fuente que había usado toda la vida. Los colonos han bloqueado el acceso, robado la bomba, destruido parte del sistema de riego y amenazan con disparar a quien se acerque. En otros lugares se excavan pozos ilegales. Se desmantelan poco a poco los sistemas consuetudinarios que gestionaban la tierra y el agua como bienes comunes.

A pesar de todo, Abou Ahmed no contempla marcharse. La lucha por la tierra se libra a diario, sobre las pequeñas parcelas. Resistir es la consigna frente a la maquinaria colonial, que opera con una sofisticación brutal. A veces, amparada en la ley del ocupante: se confiscan zonas enteras como terrenos militares o parques naturales, se destruyen viviendas bajo el pretexto de proteger sitios arqueológicos. Otras veces, la violencia es más directa: incursiones nocturnas de colonos que destruyen invernaderos, tractores, herramientas. Ayer mismo, vimos cómo habían destrozado uno a uno los paneles solares de una familia, mientras robaban los inversores. A veces la agresión se disfraza de amenazas o insultos; otras veces, llegan los golpes. Y no faltan las ocasiones en que los colonos disparan, hieren y matan.
La agresión toma muchas formas, algunas menos directas. Por ejemplo, los colonos llevan sus rebaños a pastar en campos palestinos. Han soltado jabalíes en el valle, arrasando cultivos. Abou Ahmed nos contó el caso de dos amigos cuyos rebaños murieron tras la fumigación de productos tóxicos en los pastos. Todas estas violencias son posibles gracias al respaldo del Estado sionista, que arma a los colonos y les ofrece protección militar sin condiciones.
Ante esta voluntad explícita de limpieza étnica, quedarse en la tierra es un acto de resistencia. Esa tenacidad obstinada, llamada ṣumūd (صمود), es la que sostiene el arraigo a Palestina. Uno de los objetivos de la UAWC es precisamente apoyar esa determinación. Fundada en 1986, la organización trabaja exclusivamente con pequeñas fincas. Promueve la agroecología como herramienta de liberación frente al dominio económico colonial. En efecto, Israel controla las cadenas de suministro de fertilizantes, pesticidas y semillas. Al fomentar cultivos para la exportación —dátiles, fresas, tomates cherry—, tanto el ocupante como agencias occidentales (como la recién extinta agencia estadunidense USAID) socavan la soberanía alimentaria palestina con la promesa de ganancias rápidas.
Hoy, el 81% de los productos que se consumen en Cisjordania y Gaza provienen de los territorios anteriores a la creación de Israel en 1948, y el 79% de las exportaciones palestinas se dirigen también allí. Al subcontratar la producción agrícola a los palestinos, las empresas coloniales externalizan todos los riesgos: si baja el precio de la fresa, simplemente no compran. Se genera así una dependencia económica profunda, que el Estado sionista no duda en utilizar como arma contrainsurgente. En Gaza, con un bloqueo total por aire, mar y tierra desde 2007, el hambre —y hoy la hambruna— se ha convertido en un instrumento más de guerra.
En este contexto, la agricultura campesina que promueve UAWC* forma parte integral de la lucha por la liberación nacional. Fomentando la producción para el mercado local, construye pacientemente la soberanía alimentaria. Apoyando la autosuficiencia tecnológica, cultiva la autonomía. La creación de un banco de semillas ha permitido recuperar variedades locales. Tres mil campesinos pueden ahora acceder, casi gratuitamente, a semillas resistentes, poco exigentes en agua y sin necesidad de insumos químicos. Semillas tan indómitas y profundamente enraizadas como quienes las siembran.
Traducción del francés por Laila Porras
* Campaña “Solidarity Shields” de la UAWC. Desde hace años, la UAWC enfrenta grandes dificultades para reclutar voluntarios. Sin embargo, esta es una forma concreta de apoyar la causa palestina y darle visibilidad. Es también una escuela de lucha y resiliencia, para enfrentar el sionismo y la colonización. La próxima campaña tendrá lugar entre septiembre de 2025 y marzo de 2026. Para más información consultar: [email protected]
AQ