I
Los libros de superación personal, generalmente guangos, cobran otra dimensión cuando los escribe una deportista que permaneció 158 semanas continuas en la cima del ranking de la LPGA (Ladies Professional Golf Association) y que, además, redacta bien.
Uno termina de leer Soñar en grande (Hachette Livre, 2025) con la sensación de que el mundo se puede comer a puños y nuestro caddie es, ni más ni menos, que Lorena Ochoa.
El libro también elimina la idea de que Lorena cometió un error al retirarse muy joven, a los 28 años, y estando en la cima. A través de las páginas queda claro que ella planeó ser la mejor golfista desde que era una niña y que sus vivencias le indicaron el momento ideal para abandonar la competición profesional.
II
A quienes admiran a Lorena Ochoa les tengo una mala noticia. Ella confiesa en el libro que todos sus éxitos profesionales no se deben al esfuerzo de muchos años sino a una trampa, pues a los cinco años su papá le costeó una delicada operación para ponerle brazos biónicos.
Es una broma. Tal chascarrillo surgió entre los conocidos de Lorena cuando ella empezó a ganar torneos infantiles. Lo que sí fue verdad es que, siendo niña, se cayó de una especie de tirolesa improvisada y tuvo varias fracturas en ambos brazos. Los héroes de esa película no fueron médicos gringos ni europeos que le implantaron piezas robóticas sino traumatólogos mexicanos que la operaron y enyesaron, además de los amorosos cuidados en casa.
III
Aunque suene a lugar común, los triunfos deportivos de Lorena Ochoa surgieron gracias a una labor de equipo y ella así lo dice con insistencia. Javier Ochoa fue el encargado de tomarle la palabra a la niña que un día le dijo como si nada: “papá, quiero ser la mejor golfista del mundo”.
Javier Ochoa no sólo es el padre de Lorena. Durante un primer tramo de la carrera de su hija también actuó como chofer, consejero, amigo y, por supuesto, financiador.
Marcela Reyes, su mamá, es una artista plástica que siempre ha estado al pie del cañón y con eso está dicho todo (además de consentir a Lorena con sus platillos favoritos: cochinita pibil, tortas de lomo y otras delicias).
Alejandro, hermano de Lorena, durante algún tiempo hizo las veces de caddie, consejero y promotor. El destino quiso que Alejandro conquistara la cima del Everest al mismo tiempo que ella ganaba su primer torneo LPGA en Nashville, Tennessee. Emocionante sincronía.
Daniela, su hermana, fue y sigue siendo la confidente número uno. Javier, alias Pay, es el hermano mayor, un conocido arquitecto.
IV
Aunque al inicio de su carrera Lorena Ochoa contó con el apoyo financiero de su padre, no faltaron épocas de apretarse el cinturón y salir adelante como fuera. Al leer el libro puede uno ver a la golfista viajando por carreteras de Estados Unidos en compañía de su papá y de su hermano, a bordo de una camioneta adaptada donde cupieran todos los tiliches y hospedándose en un solo cuarto de hotel para ahorrar dinero.
Una beca ganada a pulso en la Universidad de Arizona, para estudiar Psicología Deportiva, hizo posible que Lorena tuviera más apoyo económico y logístico en el golf, pero se movía por la ciudad de Tucson en un coche de medio uso que estaba cerca de ser considerado una carcacha.
En esa misma universidad estudió Annika Sörenstam, la célebre golfista a quien Lorena logró derrotar, haciendo a un lado el hecho de que la mexicana era fan de la noruega.
Lorena dejó la universidad antes de graduarse porque llegó el momento de quemar las naves y apostar todo por el profesionalismo en el golf. Un primer promotor internacional le prestó dinero porque los patrocinios tardaban en llegar, aunque con los buenos resultados deportivos finalmente arribó la bonanza económica.
Lorena Ochoa ganó 27 torneos oficiales de la LPGA, incluyendo dos majors (algo así como los grand slam en el tenis) y pertenece al Salón de la Fama del Golf Mundial.
V
Aquí falta mencionar a un personaje clave en el éxito de la deportista tapatía: Rafael Alarcón, un destacado golfista de Guadalajara quien también creyó en la frase de la pequeña Lorena: “quiero ser la mejor del mundo”.
Rafael Alarcón tomó en sus manos la carrera de Lorena Ochoa desde su temprana adolescencia. Él le enseñó todos los secretos técnicos y mentales para alcanzar sus metas.
Los caddies (“quienes llevan los palos de un jugador durante el juego y le ayudan, de acuerdo con las reglas”) también fueron muy importantes para conseguir triunfos y asimilar derrotas. Cabe mencionar que, en alguna ocasión, ella tomó la dolorosa decisión de darle las gracias a un caddie que mostraba dudas en momentos difíciles.
Lorena además se apoyó en psicólogos para salir de baches emocionales y transformar los fracasos en enseñanzas para el futuro a corto, mediano y largo plazos.
Antes de ser muy famosa, a Ochoa le tocó llegar como líder al último hoyo de un torneo importante y, entonces, cometer errores garrafales que no solo le arrebataron el primer lugar sino que también la sacaron del podio.
VI
Un elemento importante en la autobiografía de Lorena Ochoa es el sentido del humor. El libro está salpicado de varios momentos chuscos, aunque el más simpático se produce cuando la golfista narra el día que invitó a una docena de amigos de Guadalajara para que la vieran jugar nada menos que en Las Vegas, Nevada.
Cuando el papá de Lorena se enteró de que a su hija se le había ocurrido esa brillante idea, se molestó muchísimo. Le parecía que eso era un coctel explosivo que podía distraerla demasiado. Incluso, la jugadora le habló para decirle que su desempeño en el campo iba fatal, aunque luego le hizo saber que se trataba de una broma.
Lo que sí fue verdad es que los amigos de Lorena llegaban al campo muy desvelados, con lentes oscuros y rehidratándose como podían. Ella ganó el torneo y la celebración fue en el green del hoyo 18, donde la bañaron “con cervezas, agua, champaña y todo lo que encontraron”.
VII
En su carrera deportiva Lorena Ochoa vio triunfar a pocas golfistas y fracasar a muchas. También vivió conflictos emocionales propios y fue testigo de lo que muchas competidoras sufrieron para conseguir algún triunfo efímero.
A los 28 años, plenamente convencida, la tapatía decidió retirarse y formar una familia. Se casó y tuvo tres hijos: Pedro, Julia y Diego.
Metafóricamente también es mamá de muchos niños de bajos recursos económicos que han salido adelante gracias a su labor filantrópica. La Fundación Lorena Ochoa creó la escuela La Barranca, en Zapopan, Jalisco, donde han estudiado más de siete mil infantes. También patrocina a la fundación Xuntas, que apoya a golfistas mexicanas.
Por si todo eso fuera poco, se asoció con la Fundación Becar que tiene 30 escuelas de excelencia en 11 estados de la República, por donde han pasado más de 12 mil alumnos.
En el lenguaje machista se dice que tal o cual deportista es el papá de sus adversarios porque los domina en el juego. Extrapolando esa idea, Lorena es la mamá de todas las golfistas de su generación y deberían felicitarla cada 10 de mayo.
VIII
Hace un par de semanas, Lorena Ochoa y su esposo emitieron un comunicado anunciando su divorcio en buenos términos y pidieron respeto a quienes los rodean.
Viniendo de Lorena Ochoa tal petición, en esta columna eso es una orden.
Fin.
AQ