Cultura

Historia de unos zapatos

Husos y costumbres

Un hallazgo casual en la calle desencadena una serie de recuerdos, suposiciones y escenas que cruzan lo cotidiano con las huellas de una violencia indecible.

Hace unas semanas, camino a la farmacia, encontré al pie de un árbol unos zapatos abandonados; eran dos pares de zapatillas de mujer, de tacón alto y plataforma —hace días supe que se llaman pleasers y los utilizan las bailarinas de tubo, pero también los he visto en las fiestas e incluso entre las secretarias que los usan para aumentar la altura sin sufrir tanto. Unos azules claro y otros de color crema. Uno de los pares, no recuerdo cuál, estaba incompleto. Estaban ahí tirados, entre las plantas y la basura que la gente deja en las jardineras y pensé que quizá esos zapatos tenían una historia que imaginé enredada, hasta chusca y festiva por el tipo de zapatos y sus colores. Incluso se me ocurrió fotografiarlos y me da pena no haberlo hecho finalmente; tenía prisa por conseguir unas medicinas y olvidé la escena.

Cuando apareció la fotografía de los cientos de zapatos encontrados junto al crematorio de Teuchitlán por las madres buscadoras, el hallazgo tristísimo y terrible de la barbarie cotidiana de este país que no termina por más que nos digan, recordé los zapatos de la jardinera al pie del árbol y pensé que esos zapatos de tacón fueron abandonados ahí, probablemente, en una huida. Quizá las mujeres que los usaban —doy por hecho que lo eran, aunque no lo sé—, se los tuvieron que quitar para correr más rápido. Yo tenía otra versión imaginaria de los zapatos desechados: una especie de gesto de liberación a la mitad de una farra, el de lanzarlos a la jardinera en un rapto de entusiasmo en la borrachera. La gente avienta zapatos; sin ir más lejos, en la entrada a una de las paralelas de la calle Bolívar desde Fray Servando vi hace poco la consabida hilera de tenis colgando de los cables eléctricos: un entusiasta arco triunfal que recibe a quienes toman esa calle.

¿Pero y el zapato faltante? Quizá estaría más adelante, en la avenida, donde alguien lo pudo haber recogido, si doy por hecho que sus dueñas (¿o su dueña?) corrieron hacia la avenida y no en sentido inverso. ¿Podría haber otra versión de la historia? No se veían viejos para que alguien simplemente se hubiera deshecho de ellos y seguramente alguien los recogió después porque cuando volví a los dos días por esas calles ya no estaban ahí.

El otro día regresé a la farmacia (voy mucho a la farmacia), pero era de noche, como a las nueve. Me pareció que la calle estaba muy sola; por ella caminaba un indigente que se detuvo en la esquina, frente a un altar con foquitos y flores. No recuerdo haber visto antes el altar. Había también un hombre solitario de gorra, nada más, pero todas las apariencias engañan. De todos modos, no pude evitar acordarme de los zapatos.

AQ

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Ana García Bergua
  • Ana García Bergua
  • Autora de novela, cuento y crónica. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2013 por La bomba de San José y Premio Nacional de Narrativa Colima 2016 por La tormenta hindú. Recientemente publicó Leer en los aviones y Waikikí, junto con Alfredo Núñez Lanz.
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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.notivox.com.mx/cultura/laberinto
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