La actual irritación social, división cultural y crispación política hacen cada vez más difícil el acto de la conversación y vuelve tóxicos los intercambios más triviales. En una aparente paradoja, dos protagonistas de las guerras culturales norteamericanas, James A. Lindsay y Peter Boghossian, escribieron en 2019 How to Have Impossible Conversations: A Very Practical Guide, un manual de conversación que, al mismo tiempo, es una radiografía de las discordias de nuestro tiempo.

Lindsay y Boghossian son conocidos por sus furibundas críticas a la cultura woke que transitan de la refutación, la exhibición de inconsecuencias y la parodia a los coqueteos ultraderechistas de Lindsay. La década pasada, ambos, junto con Helen Pluckrose, escribieron cerca de veinte disparatados artículos con retórica progresista sobre temas como la “construcción social” del pene y la defensa de la gordura que propusieron (en varios casos con éxito) a revistas académicas, y que llevaron al despido de Boghossian de la Universidad de Portland por “violar pautas éticas” en la investigación de “sujetos humanos”.
Este libro, escrito por dos incendiarios, contiene consejos para elevar la urbanidad de la conversación, crear conexiones entre los interlocutores, tratar de encontrar consensos, buscar la verdad o, en último caso, culminar incruentamente una conversación imposible. Por sus páginas desfilan técnicas, que se extraen de la mayéutica clásica, de los breviarios de urbanidad, de las preceptivas de conversación, de los libros de autoayuda o, incluso, de manuales de manejo de crisis en situaciones de extrema violencia. Todas estas estrategias buscan aplicarse para mejorar la tensa y compleja conversación política contemporánea.
Las prescripciones son múltiples pero simples y practicables: dedicar más tiempo a escuchar que a hablar; no sacar conclusiones por el otro, ni equiparar las experiencias propias a las de los demás; disponerse a aprender incluso de los más dogmáticos; utilizar lenguaje colaborativo más que confrontativo; ser veraz y sincero pero diplomático; monitorear los propios estados de ánimo y no dejarse conducir por los más nocivos; rechazar ideas y situaciones, no personas; cambiar las perspectivas de una charla que se estanca; buscar pequeñas coincidencias y matices más que un acuerdo unívoco; plantear las preguntas correctas para, más que atacar las conclusiones antagónicas del interlocutor, indagar en las creencias, razonamientos y emociones que lo hacen llegar a aseveraciones incómodas y, en ciertos casos, cuando los argumentos se impongan, estar dispuesto a ser persuadidos, pues, como se supone que decía Sócrates, a veces “es mejor ser refutado que refutar”, y, así, deshacerse de falsas nociones. La meta de esta actualización del método socrático, la “epistemología callejera” que acuñó Boghossian, consiste en lograr un ambiente dialógico que, por medio de la inteligencia, el ingenio y el tacto, produzca, más que el choque de trenes, la tormenta de ideas.
AQ