Con los primeros rayos del sol y el ajetreo matutino, mientras los trabajadores acuden a sus labores, en la zona centro de León la música del organillo se adentra en los edificios históricos con melodías que alegran el corazón de quien las escucha. Es un instrumento que se niega a desaparecer.
Héctor Emmanuel Gallardo Ramírez es el responsable de conservar estas melodías, con una tradición que nació en las primeras décadas del siglo pasado y que se resiste a morir gracias a los oídos de quienes gustan escuchar esta música creada por el impulso de la mano de este leonés.

Tradición de tres generaciones
La historia de Héctor Emmanuel es única: él es la tercera generación de su familia que le da vida a este instrumento. Y el último con este oficio en la ciudad de la piel y el calzado.
Su abuelo, don Pilar Gallardo Mosqueda, fue quien aprendió y enseñó a tocar el organillo a cada uno de sus hijos: José, Antonio y Concepción Gallardo Castillo, quienes trajeron esta tradición a la ciudad zapatera directamente desde el entonces Distrito Federal en la década de los 60.
Para Héctor Emmanuel, sus primeros pasos de baile fueron al ritmo de lo que su familia de organilleros tocaba, a la edad de cinco años.
“Ellos iban a la vecindad allá en el Barrio de San Miguel y llevaban los organillos, tenían cuatro organillos. Ellos los trajeron de la Ciudad de México en 1965. Antes de entrar a la escuela, empezaban a tocar el organillo ahí en la vecindad y a mí me gustaba bailar y me empezó a gustar el sonido y toda la cosa”, rememoró.
El sonido único abarca alrededor de una cuadra todas las mañanas en el Centro Histórico y, para los gustosos de la música tradicional, es motivo suficiente para sacar una o varias monedas del bolsillo y colocarlas en el güiro de don Emmanuel, quien actualmente tiene 60 años, 40 de ellos como organillero oficial.

Con una palabra amable, como todo un caballero, con su vestimenta oficial en color beige, sus zapatos bien boleados, su camisa planchada, preparado como un gran artista que dará un buen concierto, y con su sombrero distintivo, este organillero dirige saludos a los paseantes mientras gira la palanca que reproduce las ocho canciones de su órgano.
“¡Señorita!, ¡Güerita!, ¡Amigo de azul!, ¡Señor de las gafas!”, es como pide una moneda a los peatones.
“¡Joven de la chava!” o “¡Chava del joven!”, expresa cuando las personas van en pareja. En la mayoría de las ocasiones saluda a decenas de paseantes a los que ya conoce tras tantos años de estar ubicado a unos pasos de la Plaza Principal.
Todos los días recorre de Silao a León para alegrar cada mañana
En pleno 2025, y a sus 60 años, ha confirmado que, aunque ama esta profesión, viene a León desde Silao —donde actualmente reside— para sacar unos pesos, pues después de tantos años de ser organillero sabe que no se vive de ello. También se dedica a la albañilería y a la fontanería.
Muestra de este hermoso, pero devaluado oficio es que él no cuenta con un instrumento propio, el que utiliza es el que compró su abuelo don Pilar, quien pagó 200 reales mexicanos por esta pieza histórica traída desde Alemania a inicios del siglo XX, durante el mandato de Porfirio Díaz.
Quien heredó este instrumento fue su papá, don José Gallardo, quien hoy tiene 90 años y a veces lo acompaña por necesidad y por gusto de escuchar las melodías.
“De alguna forma yo soy como un guardián de la tradición, porque de no venir yo aquí a tocar el organillo al Centro, y mi papá venir casi dos horas nada más cuando puede, pues ya casi nadie nos va a ver. De mis hijos a nadie les gustó seguir con esta tradición”, comentó.

Durante años, Héctor Emmanuel cargó los instrumentos. Recordó que llegó a tener uno que pesaba 100 kilos, el cual portaba en la espalda, incluso lo apodaron El Pípila.
Cargar este instrumento era recorrer casi tres kilómetros mientras caminaba junto con su familia hasta la Central Camionera de León para regresar a Silao.
“Yo me acuerdo que me lo cargaba y de aquí al Templo Expiatorio hacía como tres o cuatro descansos. Lo descargaba, agarraba aire y ahí voy otra vez”, comentó.
Si bien en ese entonces no resintió el peso, ahora sus pies y su mano ya le cobran factura.
Por eso, desde hace tres años decidió cambiarlo por uno de 35 kilos, además le adaptó ruedas a su organillo para facilitar su transporte.

Su música transporta a los leoneses a un viaje por los recuerdos que tienen origen en la década de los 50, pero la más pedida, aplaudida y, sobre todo, la que deja más monedas a don Héctor es Caminos de Guanajuato, de José Alfredo Jiménez. Esta canción provoca que turistas regresen hasta desde una cuadra para darle dinero.
“Les gusta mucho la canción de Caminos de Guanajuato, les encanta esa música. Se va gente ahí en la vuelta y se regresan y dicen: ‘¡Ay estás echando la canción de León!’, a lo que yo les digo que no, que es de todo Guanajuato, porque involucra otros municipios, como Salamanca. Se emocionan, vienen y me dejan cinco o diez pesitos”, comenta con una sonrisa al recordarlo.
El cilindro de música de su organillo toca Las Mañanitas; Las Golondrinas, de Narciso Serradell; Paloma Querida, Ella y Por un Amor, de José Alfredo Jiménez; Vals Alejandra, de Vicente Fernández; y Luna de Xelajú, de Paco Pérez.
La tercera generación y la última
Don Héctor es la tercera generación de organilleros de su familia y afirma que es el único originario de León que toca durante todo el año en esta ciudad. Quizá sea el último músico ‘panza verde’, ya que de sus hijos ninguno heredó la pasión que a él le surgió a tan corta edad, cuando sus pies se movían de inmediato al escuchar el organillo.
Todavía no cumplía los 18 años cuando llegaba hasta el Centro con el güiro a recoger el dinero del público leonés, sobre todo cuando salía de la escuela y en vacaciones. De sus seis hermanos, él era el único que asistía por gusto y voluntad propia.
“Mi papá casi obligaba a mis hermanos (a trabajar), y a mí me decían: ‘¿quieres ir?’, sí, sí voy, cómo no. Sí me encantó, la verdad, me sigue encantando”.
Los recuerdos de aquellas épocas le traen una sonrisa al rostro, de cuando se enseñaba a tocar este instrumento musical. Todavía hay marcas en el piso del Centro Histórico donde colocaba la base —solo un palo— para sostener su pesado organillo y evitar que se cayera.
Actualmente, hay otros organilleros que llegan a tocar en la ciudad, pero de manera esporádica, y son originarios de estados como Querétaro y la Ciudad de México.
‘Toñito’, el changuito, lo acompaña
En algún momento hubo proliferación de organilleros, y casi en cada esquina se encontraba un músico de este tipo. Se hacían acompañar por changuitos que sumaban atractivo al espectáculo callejero de la Ciudad de México y hacían que las familias se aglomeraran en torno a los artistas.
La familia Gallardo, por supuesto, también tuvo el suyo, que pedía a los espectadores unas monedas al terminar cada canción. Eso ocurrió entre 1950 y 1960.
“El changuito lo traían amarrado con una cadenita del cuello y el changuito andaba con su botecito. Llegaba la gente y daba dinero”, relató Héctor Emmanuel.
El changuito, que perteneció a la familia por más de una década, se llamaba Toñito. Sin embargo, las autoridades prohibieron su uso alrededor de 1964 en el entonces Distrito Federal, por lo que Toñito ya no arribó a León con la familia Gallardo.
Ahora, en homenaje a esos tiempos y en honor a Toñito, un mono de peluche lo acompaña a diario “para dar su concierto”.
Aunque este animal no cobra, sí atrae la mirada de los leoneses, quienes lo encuentran simpático, sin imaginar que detrás de ese adorno hay mucho más: una historia, una vida de aplausos, risas y recuerdos.

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