Hace tres años un grupo de doctores estadounidenses comenzó a preguntarse si era posible disminuir el dolor a través de una técnica que solo involucra a la mente. Fue así como emprendieron una investigación enfocada en el uso de una práctica que data del 5000 a.C: la meditación.
Comenzaron escaneando el cerebro de 40 participantes a quienes aplicaron dolor intenso en la pantorrilla: un calor nocivo de 49° C. Tras experimentar los estímulos, los participantes tenían que calificar sus niveles promedio de dolor.
Posteriormente dividieron al grupo en dos de manera aleatoria. A uno de ellos se le solicitó iniciar con un régimen de meditación consciente de 4 sesiones de 20 minutos cada una. El otro grupo dedicó el mismo periodo de tiempo a escuchar un audiolibro.
El último día del estudio, los especialistas volvieron a medir la actividad cerebral de ambos grupos, pero a los participantes del grupo de atención plena se les indicó que meditaran durante la aplicación de calor. El grupo de control sólo tuvo que descansar con los ojos cerrados.
Quienes meditaron durante la prueba informaron una reducción del 32% en la intensidad del dolor y de hasta 33% en las molestias provocadas por el calor.
Meditación, ¿un aliado contra el dolor crónico?
La meditación comenzó como una manifestación ligada a la fe. Rastrear su origen implica a su vez explorar el budismo zen, el vipassana y el yoga. De acuerdo con algunas investigaciones, durante miles de años los monjes budistas postularon que alterar significativamente la experiencia subjetiva del dolor.

“Por ejemplo, el antiguo texto budista, el Sullatta Sutta (La Flecha), afirma que los practicantes de meditación tienen la capacidad única de experimentar plenamente el aspecto sensorial del dolor, pero de "dejar ir" la evaluación”, se lee en un estudio encabezado por investigadores del Departamento de Neurobiología y Anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad Wake Forest, Carolina del Norte.
Sin embargo, no fue hasta hace poco que la práctica pasó de los templos a los laboratorios: se convirtió en un punto de investigación para los neurocientíficos, quienes desde hace un par de décadas tratan de entender la forma en la que opera dentro del cerebro.
A mediados de los 80´s, noventa pacientes con dolor crónico recibieron entrenamientos en meditación de atención plena como parte de un programa especial para fomentar la relajación y reducción de estrés de 10 semanas.
Los tres doctores encargados de la investigación (entonces miembros del Centro Médico de la Universidad de Massachusetts) notaron múltiples mejoras en los pacientes. Además de tener mejor autopercepción corporal y reducir sus niveles de ansiedad y de depresión, los participantes expresaron sentir menos limitaciones para hacer actividades por culpa del dolor.
Sumado a ello, confirmaron que, la disminución del malestar físico también redujo el uso de medicamentos. Para finalizar con el experimento, los autores volvieron a analizar a los participantes 15 meses después de haber concluido con las pruebas.
Notaron que, aunque la percepción del dolor volvió a subir un poco, la mayoría de los demás beneficios se habían mantenido, por lo que concluyeron que, junto con otros métodos psicológicos, la meditación de atención plena puede ser una herramienta útil para manejar el dolor crónico.
Otros estudios han confirmado resultados positivos para atender problemas como fibromialgia, migraña, dolor pélvico crónico, síndrome del intestino irritable y otras afecciones.
Aunque aún no está claro cómo opera, el trabajo conjunto de neurocientíficos ha encontrado que la meditación puede cambiar la forma en la que el cerebro integra, separa y organiza la información mientras modifica áreas clave como la corteza cingulada anterior, el tálamo y la ínsula media, zonas que procesan las sensaciones físicas.

A la par, la red neuronal por defecto (parte del cerebro que se activa cuando alguien está en reposo o pensando en sí misma) muestra menos conexiones internas después del entrenamiento.
¿Cómo meditar?
Contrario a lo que muchos creen, la meditación no se trata de dejar la mente en blanco, sino de darle un momento de calma. Visto desde el cerebro, implica la activación de múltiples mecanismos cerebrales (entre ellos, los que atenúan la experiencia subjetiva del dolor) que le permiten centrarse en el momento presente.
Diversas instituciones, como el Servicio Nacional de Salud de Inglaterra recomienda:
- Reservar tiempo y espacio: Aunque no hay una regla de cuánto tienen que durar, se recomienda dedicar al menos 20 minutos al día para meditar, de preferencia en un lugar cómodo.
- Atención plena: una vez hallado el lugar y posición cómoda para comenzar (ya sea en una silla o el piso) hay que cerrar los ojos y comenzar a prestar atención a los otros sentidos, algunas preguntas guía que pueden funcionar son: ¿Qué oyes? ¿Qué hueles? ¿Hay algún sabor en tu boca?
- Respiración: con los ojos aún cerrados, hay que comenzar a inhalar y exhalar. El objetivo es poner toda la atención en este proceso, la forma en que el aire entra y sale del cuerpo, recorriendolo por completo.
Es natural que la mente comience a divagar en el proceso, el reto es volver a encausarla. Un artículo de la revista de la Universidad de Harvard recomienda concentrar la atención en alguna zona del cuerpo y, en caso de sentir dolor, reconocerlo, así como cualquier pensamiento o emoción que lo acompañe.
En su libro Vivir con Plenitud en Catástrofes: Usando la Sabiduría de Tu Cuerpo y Mente para Enfrentar el Estrés, el Dolor y la Enfermedad, el profesor de medicina Kabat-Zinn recomienda observar atentamente la incomodidad, sin esperar nada, sin juzgar: uno de los principios centrales de la atención plena es el precisamente saber que no somos nuestras experiencias.
“Te entrenas para experimentar pensamientos y sensaciones sin vincularlos con tu ego ni tu sentido de identidad”, explicó el Dr. Fadel Zeidan, profesor asociado de anestesiología en la Facultad de Medicina de la Universidad de California en San Diego a la revista UC San Diego Today.
LHM