Dulce Lucía Barbosa Maravilla tiene 29 años. Se graduó de la licenciatura de Educación Especial y, ahora, estudia Cosmetología. Siempre le había llamado la atención, pero lo costoso de sus tratamientos no le había permitido inscribirse. Su tío la apoya con la colegiatura.
Nació con síndrome nefrótico. Un mal que la llevó desde los primeros días de su vida a la insuficiencia renal.
Cuando tenía 16 le hicieron un trasplante. Ocho años y medio después una bacteria comprometió ese órgano y dejó de funcionar en un 80 por ciento. Desde hace cuatro años volvió a la lista de espera de un donador.
Dulce tuvo tres hermanos. Dos de ellos fueron trasplantados y hacen su vida de la forma más normal que su padecimiento les permite. Así se los enseñó su madre. La otra, la tercera de sus hermanas, falleció hace 31 años, cuando acababa de cumplir tres. A ella, dice Dulce, no le alcanzaron a hacer nada.
Dulce es la menor de su familia. Su padre es quien la apoya en lo que necesita para sus tratamientos. El primer trasplante, realizado hace 13 años en el Hospital Civil de Guadalajara, les costó 150 mil pesos.
Dulce está entusiasmada porque ocupa el tercer lugar en la lista de espera. Está a “una nada”. De hecho, la joven cuenta que van dos veces que estaba a punto de ser trasplantada, pero, luego de que le hicieron estudios, se dieron cuenta de que tenía las defensas muy bajas y la regresaron a su casa.
Hace poco, le dijeron que ya estaba lista para el trasplante. En días pasados tuvo que tomarse un par de medicinas que le costaron 40 y 20 mil pesos. Además, después del trasplante, ella y su familia tendrán que hacerse cargo de costear los medicamentos del primer mes. Serán como 50 mil pesos.
Su hermano mayor, de 40 años, es abogado y gasta 10 mil pesos al mes en medicinas. Su otra hermana está casada y su esposo la tiene asegurada. Ella depende de su padre, que es secretario de una secundaria de la SEP, porque, aunque ha trabajado por varios periodos, ahora está más cansada que antes.
Para Dulce, el que exista un donador para ella significa una segunda oportunidad de vivir. En este caso una tercera. En la lista del IMSS le dijeron que la espera sería de unos 10 años. Mejor se inscribió en la del Hospital Civil Viejo, donde le vaticinaron unos cinco años, de los que lleva cuatro y medio.
Aun así, ella sabe que mientras más tiempo pase su cuerpo se deteriora más. Le hacen hemodiálisis cada tercer día: “Con ese proceso se llevan lo malo de mi cuerpo, pero también se llevan lo bueno. Mientras espero puede pasar cualquier cosa. En un año, en dos, en cinco. A veces el cuerpo ya no aguanta”.
SRN