Sofía llegó a Estados Unidos cuando tenía 15 años. Dejó Guadalajara con una mochila llena de libretas, el corazón apretado y la promesa de una vida mejor. Su madre había decidido que lo más sensato era mandarla al norte a estudiar, a crecer lejos de la violencia y con más oportunidades que las que ellas habían tenido en México.
Se instalaron en Los Ángeles y, aunque al principio todo le parecía enorme y ajeno, pronto Sofía se adaptó. Aprendió inglés, se graduó de la preparatoria, trabajó duro y, hace dos años, decidió tomarse un descanso de la escuela para trabajar y ayudar en casa. Hoy tiene 20 años, un empleo en un restaurante y otro en un asilo y, por primera vez desde que llegó, no se siente segura.

La primera señal fue silenciosa. No ocurrió en las calles, ni en su lugar de trabajo, ni siquiera en las noticias: ocurrió en TikTok. Su algoritmo cambió de repente y comenzó a mostrarle videos en vivo de camionetas de ICE y agentes de la Guardia Nacional en las calles de Los Ángeles. Al principio pensó que era casualidad, pero al ver cómo se repetían los clips y aumentaban los casos, supo que algo estaba pasando. En uno de los videos que más la marcaron, vio cómo los agentes subían a una mujer a una camioneta como si fuera una amenaza, sentada entre otros detenidos, separados por barreras. “Parecía como si fueran animales”, recuerda.
Calles vacías ante el miedo de redadas
Durante algunos días, la vida siguió su curso: trabajo, comida, casa. Pero esa aparente normalidad se rompió cuando fue al aeropuerto a recoger a su madre. “Vi varias camionetas”, cuenta. “Siéndote sincera, las calles se ven vacías”. Aquellas imágenes que al principio solo veía en la pantalla comenzaron a cobrar forma a su alrededor. En el restaurante donde trabaja, la clientela ha disminuido drásticamente. “No hay gente, realmente no hay gente. Ni trabajadores ni clientes. Les da miedo que llegue migración y pueda pasar algo”, dice. En el asilo donde también trabaja, el ambiente es más callado de lo normal. La ansiedad flota en el aire.

No es la única en su entorno que vive con temor. Su compañera le contó que agentes de migración llegaron a la escuela de su hija. No sabe exactamente qué pasó, pero escuchó que hablaron con los niños y que algunos compañeros tuvieron que irse a casa. Su tía, que trabaja cerca de Santa Mónica, dejó de ir a trabajar por miedo a ser detenida. Lleva más de una semana encerrada. Su madre también tuvo que salir de su lugar de trabajo cuando sus supervisores recibieron el aviso de que migración estaba cerca. Y su novio, que fue llevado a Estados Unidos siendo un bebé y no tiene papeles, vive con la ansiedad constante de que lo detengan.
Sofía nunca se interesó en política. Como muchas jóvenes migrantes, trataba de enfocarse en sobrevivir, en avanzar. Pero ahora, dice, ya no puede mantenerse al margen. “Trump tiene unas ideas súper, súper racistas. No se da cuenta que la mitad de Estados Unidos era México. Y todo el trabajo bien hecho, todo el trabajo en general, lo hace la gente latina”, afirma. Para ella, la realidad ha dejado de ser un asunto privado. Es colectiva. Es estructural. Es política.
Ahora vive en una ciudad donde las calles están más vacías, los negocios más silenciosos y las casas más llenas de miedo. Donde los migrantes han empezado a desaparecer de la vista pública no porque se hayan ido, sino porque se están escondiendo. El miedo ha paralizado a toda una comunidad. Y aunque oficialmente las cifras de deportaciones actuales no han superado las de administraciones anteriores, el nivel de angustia es mayor. Porque ahora no se trata solo de números, sino de la sensación de que cualquier día, a cualquier hora, alguien puede desaparecer.
“Si tú le preguntas a un papá inmigrante por qué decidió tener a su hijo en Estados Unidos, yo creo que es porque quiere que tenga una vida mejor que la que tuvo él”, dice Sofía. “Lo toman como una oportunidad, pero no piensan en lo que podría pasar con un presidente como Trump”.
SRN