Por: José Antonio Aguilar Rivera
Ilustración: Belén García Monroy, cortesía de Nexos
Visto a la distancia, el gesto del presidente Fox de darle a su hija un crucifijo fue nada comparado con las incesantes menciones a la divinidad y las virtudes cristianas que hemos visto en años recientes. Los pleitos por los símbolos a menudo son una parte constitutiva del proceso de cambio político. Es algo anómalo que el fin del régimen autoritario mexicano no tenga un símbolo canónico. La transición a la democracia no sólo fue pacífica sino anodina: ocurrió por la aburrida vía electoral. Los héroes nacionales no se tocaron ni tampoco el calendario cívico. No se abusó de la parafernalia hagiográfica de figuras señeras. En ese sentido, tal vez el momento actual es más normal. Si lo que experimentamos es un intento de cambio de régimen, una regresión autoritaria, no es extraño que ese proceso sea acompañado de un programa simbólico.
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