Cultura

Palabra de granuja

Todos los días lo vemos, aunque no lo queramos. Muertos aquí y allá. AP
Todos los días lo vemos, aunque no lo queramos. Muertos aquí y allá. AP

Hace ya muchos años que ocurrió. Parecía increíble, en ese entonces. Érase una ciudad de Sinaloa donde el gerente de cierta sucursal bancaria otorgó un sustancioso préstamo a un señor que no pudo ni identificarse, pero que le dejó en garantía un paquete con dos kilos de goma de opio. No bien se descubrió, unos días más tarde, el contenido de la caja fuerte, el funcionario fue echado a la calle –para suerte de todos, el chisme no llegó a la policía– no tanto por malandro como por papanatas. ¿A quién se le ocurría hacer de un criminal a nivel federal un sujeto de crédito?

Se entiende que los tiempos han cambiado. Los traficantes de hoy son infinitamente más temibles, crueles y poderosos. Ya casi nada de ellos nos asombra y hay quienes se preguntan, al modo del gerente de aquella sucursal, si no sería tiempo de normalizarlos. ¿Qué tal que al fin no son malas personas? Pero el problema no está en lo que quizás eres, sino en lo que no puedes darte el lujo de ser. Pues en el universo criminal sólo se obtiene crédito matando y la traición no es más que otra herramienta de uso cotidiano.

Todos los días lo vemos, aunque no lo queramos. Muertos aquí y allá, como en aquellos westerns polvorientos donde la autoridad se hace a un ladito y la ley vale menos que un catecismo a medio deshojar. Vivimos, prácticamente, entre criminales. Están en todos lados y nos miran. Parte de los dineros que uno gana —me niego a saber cuánto, por salud mental— va irremediablemente a parar en sus manos. ¿Y cómo no, si somos sus rehenes? Hoy que el poder los ve con simpatía, no parece lejano el día en que sean los facinerosos quienes cobren impuestos y gobiernen según su conveniencia. Por lo pronto, millones de paisanos ya llegaron allí.

Oficialmente nada de esto pasa. Somos, si nos quejamos o lo padecemos, sospechosos delante del gobierno. Pues si los delincuentes nos quieren calladitos, algo no muy distinto pide la autoridad, que primero cree en ellos que en nosotros. Y ese es su gran error, pactar con quien se ríe de los pactos, considerando acaso que entre muchos políticos por ahora vigentes tampoco se respeta la palabra dada. Vamos, no está de moda que un funcionario salga y dé la cara por aquello de lo que es responsable; lo de hoy es que lo niegue, se deslinde y eventualmente insulte al mensajero. Si yo fuera sicario, actitudes como esta serían como un bálsamo para mis nervios.

Los maleantes de ahora no sólo se han profesionalizado; también son parte de una corporación y como tales han de dar resultados. Si alguna vez soñaron con la libertad que da la mala vida a sus cultivadores, hoy se saben esclavos desechables de una gran maquinaria donde ni la crueldad más obediente los sacará de pobres, y aun si eso sucediera no habría poder humano que los volviera dignos de confianza. ¿O es un secreto que en el mundo del hampa ser confiable es hacer papel de idiota? La calle enseña cosas incomprensibles para el pusilánime. No digamos la cárcel, que es propiamente la escuela del mal. Se equivoca el político que corteja al malandro si piensa que después logrará controlarlo, o siquiera evitar que le coma el mandado, como ya es su costumbre.

Para colmo, la ley está de adorno. Cada vez hace falta más valor para hacer el intento de aplicarla, en un país cuyos más altos funcionarios se pitorrean de ella cada día y la violan con cinismo y alarde sin que haya consecuencias a la vista. Desconfiamos, por tanto, de unos y otros, y ya damos por hecho que estamos solos y desprotegidos entre el poder del hampa desatada y el de la demagogia que la solapa. Somos esa república bananera donde la vida humana se cotiza en centavos y los más poderosos traen el pecho repleto de medallas. 


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Xavier Velasco
  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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