
Casi nadie se jacta de leerla, si bien somos legión quienes la consultamos día tras día —cuando no hora tras hora— por los motivos más volubles y disímbolos, con el sigilo de un estudiante copión. Eventual receptáculo de lugares comunes, vaguedades y, en ciertas ocasiones, meras falsedades, Wikipedia es también la gran enciclopedia de estos tiempos; su cáscara y su pulpa; su síntoma y su sombra; su vivísima imagen. No es una autoridad, ni lo pretende, porque es la más plebeya de las obras y porque sus autores son una masa de hijos de vecino que no por fuerza saben lo que han hecho, pero a menudo se hace indispensable como un báculo para una cojera.
Si en su momento hubo quienes se preciaron de haber leído toda la Enciclopedia Británica, nadie puede aspirar a recorrer en vida la centésima parte de la Wikipedia. Según cálculos que ahí mismo aparecen, nada más su versión en inglés ocuparía 3,700 tomos, cada uno de cinco centímetros de grueso (y, ay, sin ilustraciones). Más de siete millones de artículos —es decir, cinco mil millones de palabras, ocho millones de columnas como esta— sobre todos los temas concebibles, sujetos a continuas mejoras y revisiones y cuyo crecimiento implica medio millar de nuevos artículos diarios. Carece, por supuesto, de rigor, y uno la lee asumiendo sus riesgos, si bien lo cierto es que se equivoca mucho menos de lo que cabe imaginar.
Cualquiera, a cualquier hora, puede meterle mano, sin otro requisito que pasar por ahí ni más pago que el gusto por hacerlo. Y sin embargo tiende a sorprendernos. Los casi doscientos mil caracteres que ocupa en español la carrera de Lionel Messi, por ejemplo, suman apenas cincuenta mil más que los consagrados a Jorge Luis Borges. Ciertamente la obra del autor de El Aleph ha merecido muchas páginas más, que cualquier buen lector hallaría preferibles, pero en el caso del futbolista argentino yo al menos no sabría por dónde comenzar. Consultar Wikipedia se parece a pasear a ciegas por una ciudad desconocida, a cuyos transeúntes va uno preguntando qué camino tomar. Puede que te equivoques, o que alguno te engañe por pura mala leche, pero acabas llegando adonde ibas.
A veces, cuando voy a escribir sobre algún tema que creo conocer, la consulto sólo por evitarme el quemón de citarla sin querer. Y así como me topo con buena información, no es inusual hallar un dato suelto de cuya falsedad o inexactitud tengo plena constancia, así que lo reparo de inmediato, tras lo cual me acompaña fugazmente la cándida ilusión de que sólo por eso nuestro mundo está un poco menos mal. No es difícil marearse especulando sobre la cantidad de enciclopedistas que ha sido necesaria para construir tamaño laberinto global, ni asombrarse de ver que la gran mayoría de los contribuyentes lo hace de buena fe y en absoluto honor a la verdad.
Cuando niño, solía consultar el Tele-Guía para leer en no más de tres líneas la sinopsis de tal o cual programa. Hoy, para cuando llego al primer episodio de una serie, ya me he empapado en la Wikipedia de incontables detalles sobre la producción y sus participantes. Y si pasa que voy adelantado y olvidé ciertas partes de la trama, ahí mismo encontraré todos los pormenores pertinentes. En el caso de un partido de tenis, tengo a la mano todos los resultados de la totalidad de los jugadores a lo largo de su carrera profesional, de modo que lo veo desde el pellejo mismo del experto que habría querido ser.
Hace unos pocos días que la interfaz alerta a sus lectores en torno a la importancia de donar una pequeña suma —la sugerencia es de cincuenta pesos— para el sostenimiento de la única obra que se ocupa, sin discriminación y en tiempo real, de todos los asuntos de este mundo, cuya sola existencia es prueba planetaria de buena voluntad. Pocos seguramente lo reconocerán, pero igual casi todos tenemos una deuda con la Wikipedia. A saber qué demonios haríamos sin ella.