Cultura

El tigre y la liebre

“Yo jamás pienso en eso”, remató Rafa, con talante de gladiador y, ay, talento de mentiroso.

Enero de 2011. Llegué a Melborne detrás de la leyenda. Como la mayoría del público presente en el Abierto Australiano, estaba apasionado por la entonces ya histórica rivalidad entre Roger Federer y Rafael Nadal. En el segundo día del torneo, vi a Nadal caminar a solas por un pasillo del estadio Rod Laver. Arrastraba los pies y miraba hacia el piso, cual si llevara su leyenda a cuestas. Media hora más tarde divisé a Novak Djokovic, que departía con media docena de personas sobre el mismo pasillo circular. Sonreía, bromeaba, estrenaba una dieta libre de gluten y era la viva imagen de la autoconfianza. Diríase que exudaba osadía.

Desde el principio me las había arreglado para ocupar una buena butaca, junto a uno de los palcos especiales para los invitados de los contendientes. Fue así que aquella noche –la del partido de cuartos de final entre Nadal y David Ferrer– se acomodó a mi izquierda Toni Nadal, tío y entrenador del Rey de la Arcilla. Ya nos había pasado en otras ocasiones, mismas que aproveché para pedirle una entrevista, que él rehuyó con colmillo y cortesía. Me había acostumbrado a oír los insistentes gritos en catalán con los que asesoraba a su sobrino, pero esa vez pasó algo diferente: tras el segundo juego del primer set, Rafa sintió un tirón en algún músculo y en cuanto pudo se acercó a su gurú, entre notorios gestos de dolor. No podía ya más, quería retirarse.

–No, Rafael. ¡Ni en broma! –sentenció Toni, en un español claro e implacable, y no pudo el sobrino más que obedecer.

Tres sets perdidos más tarde, un apesadumbrado Rafael Nadal apareció en la conferencia de prensa, al final de la cual un reportero le preguntó si acaso, durante el juego, había concebido la posibilidad de retirarse. Para mi gran sorpresa, el español le respondió que no. “Yo jamás pienso en eso”, remató Rafa, con talante de gladiador y, ay, talento de mentiroso.

¿Me creerían que no le creo nada a Nadal? YVES HERMAN/Reuters
¿Me creerían que no le creo nada a Nadal? YVES HERMAN/Reuters

Cubría yo el evento para las páginas de MILENIO-La Afición, al tiempo que planeaba escribir un libro sobre el tema. ¿Pero cuál era el tema, si recién se me había caído un mito y el triunfador de Melbourne había sido Djokovic? Un tanto entrado en ocio especulador, advertí que según el zodiaco chino corría el final del año del tigre y se asomaba el año de la liebre. Nacidos con un año de distancia, el signo de Nadal es el del tigre, y a Djokovic le toca justo el siguiente. No lo sabía entonces, pero la era de Novak arrancaría con el año de la liebre.

Al final de aquel año, el serbio había ganado las finales de Wimbledon y Nueva York a un Rafael Nadal de repente incapaz de contenerlo. Mi libro, por supuesto, se atoró, Djokovic continuó acaparando triunfos y un día decidí que esperaría, si era necesario, a que volviera a ser el año de la liebre para saber si el prófugo del gluten era capaz de superar las proezas del español y el suizo, sus maestros.

Ha pasado algo menos de trece años desde que Novak Djokovic, con veintitrés de edad, se lanzó a perseguir a los dos colosos. Hoy, a finales de 2023 y en las postrimerías del año de la liebre, su ventaja parece irremontable, y encima de eso continúa creciendo. Recién pasé dos horas revisando sus marcas en Wikipedia –experiencia, por cierto, alucinante– luego de que Nadal declarase, con cierta mala leche, que en realidad al serbio le importa más que a él seguir rompiendo récords. Como quien dice, al fin que él ni quería.

Hoy mismo, Novak Djokovic está a sólo diez puntos de terminar el año, por séptima ocasión, en el primer lugar del ranking mundial. Le bastará a la liebre con ganar uno solo de sus tres próximos partidos para hacerse con esa y otras marcas mundiales que apuntan hacia el trono de la Historia. Y el tigre, lesionado, no puede remediarlo. Por eso insiste en que le importa poco.

¿Me creerían que no le creo nada?


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Xavier Velasco
  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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