Quizás no hay una fecha precisa, pero debió haber sido a mediados de los años sesenta del siglo pasado, ya que estaban bien establecidas las emisiones diarias de TV y la industria del cine se convertía en un modelo de vida, cuando empezaron a aparecer los nombres de Marshall McLuhan, Abraham Moles, Roland Barthes, Umberto Eco, por citar a algunos de los que empezaron a llamar la atención sobre los efectos que traían consigo los nuevos medios de comunicación y el conocimiento que arrojaban como resultado de su estudio y análisis.
Nunca, por lo menos en México, hubo en el currículo oficial o privado de las escuelas de educación elemental, o primaria, materias enfocadas a la enseñanza de las habilidades y herramientas que requiere el enfrentarse a los mensajes visuales, como tampoco hubo programas de capacitación para maestros en este orden. Lo que sabemos –y sabemos mucho– de las imágenes es gracias a los estudios académicos de la comunicación, el lenguaje, las artes.
Hace unos días, una joven compañera fotógrafa de Chihuahua me hacía el comentario de que ella se pasaba todo el día viendo imágenes, ya fuera Instagram, WhatsApp, YouTube, Facebook, Twitter, Google, Tik-Tok, Telegram, etcétera, una actividad, para ella, totalmente normal y rutinaria, que le permite estar al día lo mismo en su profesión que en su vida personal, exactamente lo mismo que hace cualquier joven de Tabasco, Nueva Delhi, Lyon, Senegal, Los Ángeles, etcétera.
A raíz de este comentario y de mi propia experiencia con jóvenes y viejos, me surge la siguiente reflexión: Creo que, si para la segunda mitad del siglo XX la alfabetización visual era una necesidad y urgía a su generalización, hoy en día, al menos para la población de 30 años o menos, este tipo de educación resulta por demás irrelevante, y lo es porque ya han adquirido esa habilidad, ya cuentan con las herramientas necesarias para interpretar e interactuar con cuanto mensaje visual se enfrentan. Ya no requerimos de Dorfman y Mattelart para prevenir a los bisoños de las perversidades del pato Donald o cualquier campaña política, ellos ya lo saben y manejan a su conveniencia.
Quizás esto último sea lo que resulta un tanto inquietante. Hoy en día, la mayoría de quienes más habituados están a la interacción con las imágenes, parece reaccionar con indiferencia o desatención a los contenidos de esas imágenes, pocas resultan ser las que logran arrancarles un mayor color en sus respuestas. Hoy, es tanta la exposición, es tanta la familiaridad con las imágenes, que ya no parece importante confrontar sus contenidos.
Xavier Moyssén L.