Quizás no hay una fecha precisa, pero debió haber sido a mediados de los años sesenta del siglo pasado, ya que estaban bien establecidas las emisiones diarias de TV y la industria del cine se convertía en un modelo de vida, cuando empezaron a aparecer los nombres de Marshall McLuhan, Abraham Moles, Roland Barthes, Umberto Eco, por citar a algunos de los que empezaron a llamar la atención sobre los efectos que traían consigo los nuevos medios de comunicación y el conocimiento que arrojaban como resultado de su estudio y análisis. Fue en ese entonces también que iniciaron las campañas en pro de una educación visual, que permitiera la lectura correcta de los contenidos explícitos y latentes de cualquier mensaje visual, una especie de educación que nos defendiera de la explotación que implicaba el uso de los nuevos medios, pero también una necesaria e impostergable alfabetización que nos preparara para los nuevos tiempos. Giovanni Sartori, lo explica así en su famoso Homo Videns (1997), la humanidad ha pasado por diferentes etapas de una cultura basada en la oralidad, transitamos a otra cuyo éxito y expansión se debió a las habilidades de lecto-escritura. Hoy día nos encontramos en el cambio de aquel modelo al de una civilización basada en el lenguaje visual.
No podría decir qué tanta penetración, difusión o éxito tuvieron esas voces que alertaron del nuevo cambio y de lo que se necesitaba para participar y operar en él. Nunca, por lo menos en México, hubo en el currículo oficial o privado de las escuelas de educación elemental, o primaria, materias enfocadas a la enseñanza de las habilidades y herramientas que requiere el enfrentarse a los mensajes visuales, como tampoco hubo programas de capacitación para maestros en este orden. Lo que sabemos –y sabemos mucho– de las imágenes es gracias a los estudios académicos de la comunicación, el lenguaje, las artes. Gracias a ellos es que se insiste en la necesidad de hacer posible o fundar una educación que nos enseñe a lidiar con miles y miles de imágenes con las que día a día nos rodeamos. Así pues, lo cierto fue que crecimos en la dirección prevista y hoy día somos un vasto conjunto de culturas (se trata de un fenómeno global) que depende en su desarrollo general, de los miles de imágenes que genera.
Hace unos días, una joven compañera fotógrafa de Chihuahua me hacía el comentario de que ella se pasaba todo el día viendo imágenes, ya fuera Instagram, WhatsApp, YouTube, Facebook, Twitter, Google, Tik-Tok, Telegram, etcétera, una actividad, para ella, totalmente normal y rutinaria, que le permite estar al día lo mismo en su profesión que en su vida personal, exactamente lo mismo que hace cualquier joven de Tabasco, Nueva Delhi, Lyon, Senegal, Los Ángeles, etcétera.
A raíz de este comentario y de mi propia experiencia con jóvenes y viejos, me surge la siguiente reflexión: Creo que, si para la segunda mitad del siglo XX la alfabetización visual era una necesidad y urgía a su generalización, hoy en día, al menos para la población de 30 años o menos, este tipo de educación resulta por demás irrelevante, y lo es porque ya han adquirido esa habilidad, ya cuentan con las herramientas necesarias para interpretar e interactuar con cuanto mensaje visual se enfrentan. Y estas habilidades las aprendieron no por una alfabetización programada, dosificada, con base en el ensayo y error, enseñada en la escuela, no, si se han alfabetizado lo ha sido por exposición a que han estado expuestos, esta ha sido tan brutal e invasiva que no le ha quedado de otra a nuestros jóvenes que ir aprendiendo de esa exposición a fin de sobrevivir en un mundo de imágenes. Ya no requerimos de Dorfman y Mattelart para prevenir a los bisoños de las perversidades del pato Donald o cualquier campaña política, ellos ya lo saben y manejan a su conveniencia.
Quizás esto último sea lo que resulta un tanto inquietante. Hoy en día, la mayoría de quienes más habituados están a la interacción con las imágenes, parece reaccionar con indiferencia o desatención a los contenidos de esas imágenes, pocas resultan ser las que logran arrancarles un mayor color en sus respuestas. Para nosotros enterarnos de las nefastas campañas capitalistas apoyadas por Donald y su entorno, de la homosexualidad de Batman o las mentiras implícitas en los comerciales de cigarrillos, nos llevaron a poner el grito en el cielo y reconocer la vulnerabilidad en que nos encontrábamos de no saber cómo reaccionar ante esos mensajes. Hoy, es tanta la exposición, es tanta la familiaridad con las imágenes, que ya no parece importante confrontar sus contenidos.
Xavier Moyssén