El 20 de octubre pasado, el museo Marco abrió al público la exposición “En el jardín”, generada a partir de la colección de arte de Isabel y Agustín Coppel. Esta es la segunda muestra dedicada a la presentación de colecciones privadas, de hecho, creo que así se llama este programa de exhibiciones. La primera fue “Ecos de lo eterno, un viaje a la modernidad desde lo contemporáneo”, conformada también con piezas tomadas de una colección privada. Una buena y rara oportunidad para ver de cerca cómo es que se arma una colección, sobre todo de la importancia que tienen estas dos. Sería deseable, y más si se pretende seguir este programa, que el propio Marco llevara a cabo una especie de encuentro o mesa redonda dedicada a las colecciones, su presente y futuro, con representantes tanto del mundo privado y empresarial, como del sector público, tanto a nivel nacional como local e, incluso, por qué no, internacional.
“En el jardín” pretende ser una amplia reflexión sobre el paralelismo que pueden guardar el museo y el jardín como espacios que generan diversas actividades en su intercambio con el mundo exterior, que cambian, como objetos culturales que son, con el tiempo y las necesidades de cada época y sociedad. La exposición se divide por subtemas, paisaje, terreno baldío, bordes y límites, cartografía y representación de la naturaleza.
Quiero pensar que por ser información privilegiada no se dice la cantidad total de obras que componen la colección. Imagino, por lo que se puede ver en esta muestra, que debe estar formada por varios cientos de piezas, tantas que dan la opción de curar una exhibición como esta; menos probable sería que el tema del jardín o de la naturaleza sea el eje que da sentido y orden a toda la colección (no es tan absurda esta idea si tomamos en cuenta que la misma institución, el CIAC, está directamente relacionado con el Jardín Botánico de Culiacán, Sinaloa). Esta muestra deja ver, además, que la colección, iniciada en 1992, es disciplinada, seria y congruente, que está bien asesorada y se deja asesorar, que lo mismo está bien dirigida y cuenta con curadores maduros conocedores de su campo, como es el caso de Magnolia de la Garza (al parecer directora también de la colección), responsable de este “Jardín”.
Con 135 flores, hierbas, troncos, musgo, hojas y pastos, De la Garza nos lleva a un recorrido formado por diversas representaciones de lo natural y de lo natural que podría encontrarse en un jardín, desde tierras abandonadas hasta espectaculares imágenes de constelaciones y estrellas; desde interminables páramos y jardines dedicados a las aves hasta aspectos o conductas simbólicas a través de las cuales nos relacionamos con ese otro mundo que también se encuentra en la ciudad.
Imposible dar cuenta en este espacio de todas las buenas piezas que están “En el jardín”, por mencionar un par de ellas, el recorrido inicia con dos maravillosas mixtas de Anselm Kiefer y más adelante nos topamos con una de las bellas e insondables selvas de Armando Morales. A pesar del valor y relevancia que tienen muchas otras pinturas, grabados, esculturas e instalaciones aquí presentes, yo me quedó, me han de disculpar, con la fotografía y videos que se presentan. Me atrevería a decir que casi la mitad, sino es que la mitad de las 135 obras que componen la muestra, son fotografías y qué fotografías. Sin duda hay un excelente ojo que ha adquirido y curado, al menos, las fotografías que aquí se exponen. El recorrido nos lleva de sorpresa en sorpresa, lo mismo estamos en una instalación de Shirin Neshat, que contemplando la obra de Ana Mendieta, para pasar a ver a Ansel Adams o Jeff Wall. Andreas Gursky, Man Ray, Edward Weston, Gregory Crewdson, Irving Penn, Sugimoto o la Yampolsky, son otros tantos de los fotógrafos que hacen que valga la pena visitar esta exposición.
Desgraciadamente no todo es miel sobre hojuelas, para la exhibición del “Jardín” se optó por una museografía aparatosa, poco funcional, que requiere más personal de seguridad, e impide ver las obras con comodidad y a distancia adecuada. No creo que haya sido la mejor solución para ganar espacio para presentar la muestra entera, pues hay huecos vacíos evidentes; nada, solo la ocurrencia de alguien que olvidó que la mejor museografía es aquella que no se nota.
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