Cultura

2, 3 o +: la burra no era arisca...; 40 años, qué lección

LA BURRA NO ERA ARISCA...

En otras ocasiones he cuestionado la tendencia conocida como Cancel Culture. He visto con apuro como programas, personas e instituciones pueden ser víctimas de esta “cultura” simple y sencillamente por tener opiniones o juicios que difieren de la mayoría o de lo que otros consideran políticamente correcto. Por desgracia, una vez abierta la puerta, difícilmente se detendrá esta mala manera de actuar, es más, me parece que será uno de los rasgos más sobresalientes de la nueva normalidad.

Parecía que nos encontrábamos ante un nuevo acto de intolerancia, cuando el Museo Whitney se vió obligado a canelar la exposición (sin inaugurar) Collective Actions: Artist Interventions in a Time of Change, acusada de explotar a artistas afroamericanos. Sin embargo, en breve se supo que la exhibición contenía obras que en principio habían sido obtenidas a través de subastas u otros actos de recolección de fondos para apoyar las recientes protestas raciales. Es decir, el museo presentaba obras adquiridas por otros medios, más baratos por supuesto, que los habituales, pero peor aún, lo hacía sin dar aviso a los artistas que produjeron esas obras con otros fines, de ahí que su precio fuera sensiblemente más barato.

Desafortunadamente el episodio, con todo y las explicaciones y disculpas del museo y del curador de la muestra, pone en evidencia que, aun sin desearlo o de manera inconsciente, existen mecanismos culturales tan arraigados que lleva a generar este tipo de acciones. Es consecuente, entonces, que mientras estos mecanismos sigan actuando, crezcan las manifestaciones de la Cancel Culture, unas justificadas como este caso, otras extremas y desproporcionadas, abusivas incluso. No obstante, mientras aprendemos a distinguir cuál es cuál, se seguirán cometiendo injusticias de uno y otro lado.

40 AÑOS NO SON NADA

El pasado viernes, como sabemos, el Planetario Alfa decidió cerrar sus puertas poniendo fin a una historia que inició en octubre de 1978. La razón, la falta de presupuesto para continuar operándolo correctamente; el monto que tenía asignado se reasignará en apoyos a la educación según se dijo el día que se anunció su cierre.

A lo largo de esos más de 40 años de vida tuvimos momentos espectaculares, grandes eventos, envidiables exposiciones, pero también vimos cómo este Planetario Alfa que fue motivo de orgullo para la ciudad, en su momento el museo más visitado del país, fue envejeciendo, sin que a nadie le preocupara en demasía, así pues también en estos 40 años atestiguamos su decadencia, cómo se fue siendo rebasado, superado por lo que era su mismo eje temático, la tecnología y su difusión. Más que arrancarnos el cabello y echar cenizas sobre nuestras cabezas, de preguntar qué hacer para evitar el cierre, de escribir reglamentos que nunca se seguirán o de invocar leyes que jamás se aplican o acaban de entrar en vigor, creo que deberíamos tratar de aprender la lección que nos deja este acontecimiento.

Obviamente nadie ve a futuro y jamás, creo, se llegó a pensar que sucedería esta situación, los primeros sorprendidos habrán sido sus propios promotores que nunca pensaron que se acabaría el dinero. Así que podemos decir que tener un museo o una institución de este tipo cuesta y cuesta mucho. Dos, cualquier organismo requiere no solo de mantenimiento, sino de incorporar lo último en cuanto a la tecnología de su campo, solo así se podrá mantener competitivo, antes que ser un depósito de cacharros viejos (y más si pensamos en un museo de ciencia y tecnología). Tres, sorprende como es que en Alfa no se previó esto y no se hizo lo necesario para corregirlo, lo que significa que en la administración de estos espacios se debe tener bien planeado cuáles son los recursos, las estrategias, las acciones que les permitirán sobrevivir no este año, ni el próximo, sino las siguientes décadas por lo menos.

Que ahora después de 40 años caemos en cuenta de estas y otras tantas lecciones es una lástima, pero ya de nada sirve llorar por lo perdido, mejor pensemos cómo apoyar, reforzar y proteger lo que aún tenemos, y que corre el riesgo de seguir la misma suerte. 


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Xavier Moyssén Lechuga
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