
Desde hace década más o menos que los rankings privados se han convertido en un ritual inevitable para justificar, con plantillas cursis, el tiempo tirado al drenaje cada que alimentamos nuestras redes sociales.
Es un hecho que el imparable allanamiento de las redes sociales ha mutado un punto en la evolución humana. Hoy es prácticamente imposible concebir la existencia si ésta no se ostenta en algún muro, hilo o secuencia digital en la pantalla de un dispositivo de última generación. El exhibicionismo como trueque existencial cuya moneda es el like.
Las misas plataformas nos orillan a eso. A recapitular el año a punto de extinguirse sustituyendo los megabytes de almacenamiento por nuestro propio ejercicio de memoria. El algoritmo se encarga de recordar por nosotros. Estos son los momentos más importantes de tu vida, te recuerda el bot de Instagram con jingles emotivos que lo mismo recrean una artificial sensación de chantaje sentimental como facilitan la adrenalina de sentirnos validados.
Es morboso ver cómo nuestras redes sociales favoritas empiezan a ser patrones de personalidad. Me queda claro la debilidad de los aferrados a Instagram. TikTok es el termómetro generacional. Por lo que es incómodo de ver a todos esos pasados de 30 años haciendo piruetas sin gracia con tal de llenar el vacío de su minuto que los acerca más a la muerte que a la juventud con la que pretenden encajar.
Las plataformas de streaming musical no tendrían por qué ser la excepción. Y uno de los momentos más esperados por el nuevo valor social del exhibicionismo fugaz son las listas de los más escuchados de nuestros perfiles de acuerdo con la cantidad de veces que reproducimos una canción o audio.
Hace mucho que no publico la taxativa conclusión que plataformas como Spotify hace de mis supuestas manías musicales. No solo por la pereza que me da mantener activas mis redes sociales conforme el dolor en la rodilla aumenta. Sus cálculos también me parecen tramposos. A veces uno tiene que recurrir varias veces al mismo álbum o canción para compensar el hecho de que el catálogo no se encuentre medianamente completo. Como es el dramático caso de The Rollins Band o los MeatPuppets.
Para no hacerle el caldo gordo a las plataformas decidí replantear su algoritmo por escrito.

De los discos más escuchados definitivamente elijo el Living Proof de Drain como el disco del año. Punk hardcore oldskool hecho desde los baños públicos de Santa Cruz, California. Masculinamente tóxico y cuya autocrítica recae en su adicción al surf a falta de cocaína pura. Sus canciones se debaten entre el lavado del cerebro de las universidades y la auténtica ansiedad de justicia social. Sin la pose de maestra frígida y regañona de los Idles. Llevan más de diez años orientando a los universitarios sin futuro ni tiempo para pensar en él pues la ansiedad de las redes sociales es un trabajo de tiempo completo, sin remuneración económica, pero con la visibilidad suficiente para ser avatares merecedores de atención. Adictos al surf a falta de cocaína pura. Desmadroso hasta la axila. Seguido por los The Stools R U Saaved? punk garage recién parido de Detroit que rehúye de la gentrificación y el éxito aún en contra de su propia voluntad.
El dúo Sleaford Mods y su UK Grim como siempre desmantelando con mordaz ingenio e ironía fálica que raya en lo homoerótico esa despreciable costumbre de fetichizar a los barrios bajos y su gente.
Platicando con un buen amigo que lidera un podcast de novedades post rock que más bien parece un constante tributo a los lados b que The fall nunca publicó, mientras le mencionaba a Zulu, esta banda que también se encuentra entre mis más escuchadas y que suena a mitad de Bad Brain, Living Colour y el acid jazz de Brand New Heavies, me dijo que debería perderle miedo al pop de este año. Ser más abierto. Y dejar de mirar al pasado. Le dije que si alguien se la pasa mirando al pasado es justo el pop hecho por jóvenes de 24 años. Elk-pop de las New Jeans básicamente suena al drum and bass de mediados de los noventa pero con voces de pornografia adolescente aburridamente inofensiva.
La evolución tangible la hicieron los rucos de Everything But The GirlEBTG con Fuse, su magistral regreso que pone a la vejez a la vanguardia de elegancia y entendimiento por el momento actaual. Similar al regreso de Natalie Merchant con su Keep your courage. La ex vocalista de los 10000 Maniacs lanzó una obra de arte que continua con esa vocación suya de narrar a los más olvidados de la Norteamérica desbarrancada por una izquierda derechizada por sus delirios de punitivismo y cancelación. Y la derecha dispuesta a cristalizar sus sueños de distopia conservadora.
Los discos de fresca lealtad a las convicciones electrónicas fueron DancOrama de los islandeses Gus Gus y la polémica disrupción de Róisin Murphy con Hit Parade. Las letras de ambos discos son descripciones de una humanidad reducida frente al narcisismo digital. La búsqueda de cualquier sentimiento tangible. Tirar hate con tal de sentir algo.
El mejor cover del 2023 lo hizo Stephanie Salas con “Horizonte de las estrellas” de Miguel Bosé.
Desde que salió Nave Nodriza de Titán no dejo de escucharlo. Pinche down tempo siniestro y delicioso con crudas referencias a las telenovelas que han marcado la educación sentimental de los mexicanos. Pop hipnótico que le escupe a la evasión y muestra la criminal miseria del México sin dejar de bailar.
Los ep´sde la dj trans OctoOctaep´s “Down of a dancefloor” y “Trablonika Daly” que deberían ser escuchadas obligatoriamente por la diversidad.
El nuevo sencillo de los Porno for Pyros “Agua”. Pero esto merece una digna columna del 2024.