Sociedad

El regreso de la franela sin futuro

Hacía un calor contaminado y sudoroso en la Ciudad de México. Inusual por aparecerse en medio de una supuesta temporada de lluvias. Así que opté por usar unos viejos shorts en denim crudo que no son otra cosa que unos ajustados con más de quince años de antigüedad a los que rebané con tijeras de las rodillas para abajo. Una camiseta de los Beastie Boys en la portada del “Check your head” y encima una franela de manga corta en cuadros azules y grises que más o menos disimulara mi sobrepeso amorfo. Mis viejas Dr. Martens en modelo greasy mate. Así estaba echándome unos caguamas cuando vi a un joven exactamente con las mismas prendas que la mía. Excepto que su camiseta llevaba impresa la portada del “In Utero” de Nirvana.

Exactamente 30 años después el ciclo de la moda volvía a repetirse sin ningún grado de innovación. Quizás la vuelta de tuerca sea el diálogo digital. El grunge a través de los filtros de TikTok. Pero la devoción por las prendas de segunda mano se respiran igual que en 1993. El déjà vu se refractaba al doble. Ya en los noventa reciclábamos la moda y la ropa vintage de los 70.

Mark Fisher tenía razón: hace mucho que el futuro dejó de serlo. Solo nos queda la nostalgia programada por la inteligencia artificial.

Sin embargo, en 1989 el futuro parecía vomitar sus últimos alientos. Cuando el día cero, aquel en el que se cruzaron el “sonido” Seattle y los diseñadores de moda de alto presupuesto ansiosos por asombrar a los burgueses, sucedió el 18 de marzo de 1989 cuando la revista inglesa “Melody Maker” publicó el reportaje de Everett True sobre las bandas pertenecientes al sello discográfico propiedad del idealista del punk Bruce Pavitt y el consciente del marketing Jonathan Poneman: Sub Pop Records, que empezó siendo un fanzine barato, Subterranean Pop; llegó el dinero y se transformó en revista, tal ventaja financiera les permitió escribir un amplio texto sobre la escena del rock local en la que se editaba la Subterranean: Seattle, estado de Washington, famoso por tener uno de los más altos índices de pacientes con trastornos mentales y suicidios, el texto fue acompañado de una compilación editada en tres viniles de 12 pulgadas que llevó por título Sub Pop 200, y en el que se incluían bandas como Tad, Mudhoney, Soundgarden y unos desconocidos Nirvana, en el booklet de aquella trilogía. Poneman escribió por primera vez la palabra grunge tratando de unificar el sonido de las bandas reunidas: una mezcla de guitarras ralentizadas, pero ejecutadas con las influencias más crudas del punk, el garage y el metal. Nacía un sello determinante en la historia del grunge como género. De algún modo, el Sub Pop 200 llegó a manos de True, quien no dudó en hacer maletas y viajar al noroeste de los Estados Unidos para averiguar qué diablos estaba pasando en Seattle: “Básicamente, esto es lo auténtico. No hay trazas de estrellato de rock, no hay perspectiva intelectual, no hay un plan maestro para el dominio del mundo. Estamos hablando de cuatro tipos recién entrados en la veintena, del Washington rural que quieren hacer rock y que, de no hacer esto, estarían trabajando en un supermercado o un aserradero o arreglando coches”, escribió Everett True para la “Melody Maker”, describiendo al aún cuarteto de Nirvana y la escena en la que se gestaba un movimiento de guitarras que recordaban los primeros destellos del punk.

Pero el texto de True no solo eran palabras, las fotos que lo acompañaban mostraban a una juventud envuelta en camisas de franela, denims rotos, botas mineras o industriales, gorros de lana. No era una emulsión de costura conjeturada, sino las prendas necesarias para sobrevivir en un estado de clima frío y rudo con buena parte de la economía local basada en la maderería, a un costo accesible: “Vestir con ropa de segunda mano no fue un asunto fashion, simplemente era lo que podíamos comprar”, contaba Kurt Cobain en una entrevista citada en el libro del mismo True “Nirvana: The Biography”. El Washington que vio nacer el grunge se caracterizaba en ser olvidado por la supuesta economía cuesta arriba de la que tanto se jactaba Ronald Reagan.

Las prendas de segundo mano bufaban un estilo urbano que despertó el olfato de muchos diseñadores.

Un año antes de que Nirvana editara su primer largo bajo el sello de Sub Pop (“Bleach”, 1989) un joven Marc Jacobs era nombrado director creativo de la casa Perry Ellis. Su ascenso en la industria de la moda fue casi paralelo a la explosión del grunge, sobre todo en la MTV, con el lanzamiento de “Smells like teen spirit” que desbancó con furia el “Dangerous” de Michael Jackson y despeinó a las boy bands lideradas por los New Kids On The Block. Los jóvenes a kilómetros de distancia de Seattle querían más guitarras espesas y así fueron descubriendo a una pandilla compuesta por bandas como Pearl Jam, Soundgarden, Alice in Chains y unos pioneros Mudhoney o Tad. El sortilegio del grunge no solo tenía que ver con la aspereza que parecía recordarnos el verdadero aliento de rock, sino que era fácil emular el estilo obrero urbano de su indumentaria: “El grunge es la manera en que nos vestimos cuando no tenemos dinero”, diría Jean Paul Gaultier.

Meses después del lanzamiento del “Dirt” de Alice in Chains, Marc Jacobs presentaba su colección de invierno para Perry Ellis inspirada en la usanza grunge, que para ese 1992 ya llevaba un buen rato acomodado en el mainstream. La colección es mítica en las historia de la pasarelas por varias razones, aunque dos son las trascendentales: durante el montaje de la presentación de la colección y en el agitado backstage, Sonic Youth grabó el video para su sencillo “Sugar Kane” con una muy joven y en ese entonces desconocida Cloë Sevigny; la segunda y más importante, Jacobs fue despedido de la casa Perry Ellis por mostrar una tendencia más cercana al asfalto que al glamur, y eso suponía escasas o nulas ventas.

Aun así, por esa colección, Marc Jacobs se llevó ese año el premio al mejor diseñador del año otorgado por la Council of Fashion Designers of America.

Para muchos la hazaña de Marc Jacobs fue la disrupción entre un movimiento honesto y su frivolización al mundo de alto consumo. De pronto, una franela cuadriculada elevó su precio y las camisas de segunda mano resultaban las más socorridas. La ropa vintage entraba a la competencia con las prendas de boutique. Pero lo cierto es que la visión de Jacobs también tuvo el efecto de divulgación de un movimiento-sonido que si bien ya gozaba de la atención de la industria discográfica perteneciente al sector “comercial”, aún no se popularizaba más allá de la MTV. Como muy pocas veces en la historia, la moda estaba al servicio de un movimiento auténtico.

No obstante, el furor del Seattle no duraría mucho más después de aquel 1992. Salvo el “In Utero” de Nirvana de 1993, pocos discos de grunge volvieron a tener la brillantez e ingenio de los primeros fichajes de la Sub Pop, aquellos editados entre 1989 y 1992. En cambio, surgió una nueva camada de bandas que imitaban el sonido grunge de una forma predecible y sobre todo plagiándose el look de la franela y las botas mineras, más que apropiarse de un espíritu que hablaba sobre las desventuras de la clase trabajadora de Seattle, intolerancias y esperanzas.

Quizás por eso el grunge también significó un marcaje generacional.

El último grito de la moda. Literalmente. Y es que el movimiento surgido desde las calles más olvidadas de Seattle fue, muy probablemente, la última ola musical en ser rastreada por las pasarelas para traducirla en inspiración, influencia y apropiación. El último diálogo propositivo entre la creatividad callejera y los escaparates de barrios ricos. Después del grunge (quizás con una ligera mención honorífica a la era electrónica británica de la segunda mitad de los noventa, que pusieron las franjas deportivas de Adidas como hilo conductor de la moda del baile en mdma), la relación entre músicos y diseñadores se invirtió estirando la verticalidad, tergiversando la apropiación hasta convertirla en plagio. Hoy en día pareciera que los guitarristas hojean algún catálogo de modas inmediatas, escogen un look y con base en los resultados filtrados por el Instagram definen un sonido. No es que el orden de los factores altere una propuesta musical: hace varias décadas Bryan Ferry, después de repasar concienzudamente las pasarelas haute couture, abandonó a tiempo el maquillaje excéntrico y las plumas del glam rock para hacerse de un estilo sobrio y refinadísimo que echó a andar con el “Avalon” de Roxy Music y mantiene hasta su último álbum en solitario, “Avonmore”, lanzado a finales del año pasado. Ferry además de ser uno de los estandartes del rock pop de sobrada inteligencia es un referente obligado para muchas revistas de moda masculina. De algún modo, los Strokes también surgieron a partir de un geométrico outfit. Pero son casos aislados. La mayoría de los grupos que se rigen a partir de una imagen suelen tener un sonido intrascendente, desechable, ¿o es que acaso alguien se acuerdan de bandas como los Tings Tings, Foster the People, Black Kids?, ¿qué fue de ellos y su moda?


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Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
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