Sociedad

El fin de las reseñas musicales

En 2015, Pitchfork publicó la reseña de God Help the Girl, película de Stuart Murdoch, líder de Belle and Sebastian. El texto, sin negar la admiración por la independencia con la que conducían los escoses, se desbarrancaba en un precipicio de correctivos por su falta de diversidad racial. Pitchfork regañaba a Murdoch, burlón vocalista de los Belle, por sólo tener cabeza de regodearse en el indie blanco. Específicamente la falta de actores africanos o nombres de bandas raciales a lo Bad Brains o Living Colour. Todos los héroes indies que adoran los protagonistas del filme son blancos, apuntaba la reseña. La película le debe mucho al sentimentalismo seco del cine de Wes Anderson. Y básicamente es un collage de las letras de Murdoch hechas fotogramas. Por lo mismo, una cinta escocesa hasta la médula como el universo de humor terriblemente local y de erotismo cruel que predomina en Belle and Sebastian.

Los mismos escrúpulos auspiciaron las críticas al sencillo “Perfect Couples”. Cuyo video promocional, cortometraje de coordinadísima videodanza vintage, no había ni un solo bailarín que no fuera blanco.

Belle and Sebastian nunca se ha avergonzado de mostrar al mundo las calles menos turísticas del paisaje escocés. En el que conviven las tradiciones ahogadas en alcohol y resentimiento, con iglesias que ofrecen dulces envenenados de lascivia retorcida. ¿Porqué tendrían los Belle que forzar la realidad de su tierra natal? De acuerdo con los números del Scotland´s Census la población afrodescendiente en Escocia es del 0.7%.

Había algo de superficialmente cierto en aquella observación racial. A no ser que el barniz de razón disimulaba el hecho de que no hace mucho a los de Pitchfork les chiflaba el indie de exclusividad blanca. No sólo eso, mientras más rural fuese el artista la purificación se consolidaba. Buena parte del auge que gozó el llamado alt-country o folk alternativo de los primeros dosmiles se debió a las calificaciones por arriba de 8 puntos (que en escala de Pitchfork califica como bueno o muy bueno) a los artistas de este género. Todos blancos.

Para cuando la película de Murdoch llegó a salas, los de Pitchfrok ya estaban apuntando a otro norte de su brújula social. En 2015 las reseñas de rap y trap con sede en Atlanta se llevaban las puntuaciones más altas. Y hoy las palmas se la llevan los discos de reguetón con todas las variables urbanas.

De vez en tanto se cuelan mujeres con reclamos en la lista de los mejores discos.

La historia empezó justa. Pitchfork fue quizás el primer medio musical abiertamente digital, sin un pasado impreso como Spin o Rolling Stone que se clavaba en las reseñas de discos casi como género periodístico. Con la mente abierta a los sonidos indies, cuando lo independiente sólo estaba disponible en las descargas ilegales pues hacerse de sus compactos era como descubrir un nuevo continente. Gracias al primer Pitchfork llegué a las esquinas hipocondríacas de Death Cab for Cutie o la música de reconfortante experimentación indietrónica del sello alemán Morr Music.

Al principio sus listas tenían una vocación de melomanía sin guantes. Pero con el tiempo las ganó cierta propensión a juzgar a los músicos más que observarles sus acordes flojos. Rompían la regla no escrita de hacerse compas de los artistas si estos cumplían a cabalidad la cartilla moral que sin querer fueron imponiendo. Se concentraban en bandas que tuvieran algún posicionamiento ideológico aunque fuera cínicamente superficial. Por ejemplo, las bandas de punk hardcore han quedado fuera del radar de PItchfork desde hace rato. A no ser que sus canciones incluyan moralejas simplonas en algunos de sus versos como pasa con Idles. Tampoco son dados a explorar el underground de su propio país. San Francisco está produciendo docenas de bandas de neo psicodelia ignoradas por el otrora gigante de las bandas periféricas.

El periodismo musical es de los que más se ha visto afectado por las nuevas posturas que exigen un posicionamiento de ética tabulada por encima de la música misma. Lo que ha obligado a muchos músicos a satisfacer las expectativas, morales, de los críticos antes que adueñarse de su propia música. Bandas como The man o Ceremony han suavizado sus riffs para ceder al indie dance con conciencia. Un modelo que se contrapone al menos con la versión de Condenast, actual dueño del portal. Quien dijo la adhesión de Pitchfork a la revista GQ (referente masculino por tradición hegemónica) era un movimiento lógico luego de concluir que los lectores de las reseñas eran mayoritariamente hombres . Nunca explicaron como llegaron a esa estadistica. Cabe resaltar lo frontalmente abierto de sus páginas a denunciar acosos y hostigamiento sexual de parte de músicos, hombres, cisgéneros.

Por supuesto siempre será una desgracia que medios especializados sean relegados a un segundo plano o terminen cerrando definitivamente. Al final, Pitchfork terminó cumpliendo el destino de las burbujas de internet que también sucumbieron a la volatilidad digital como en su tiempo AOL, Netscape o Altavista, Terra y otras marcas que no pudieron el seguir el ritmo que ellos mismos establecieron.



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Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
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