Sociedad

El evangelio según la izquierda mexicana

La ciudadanía de los homosexuales solo funciona como obligación rentable en épocas de campañas electorales. Que es cuando los supuestos izquierdistas nos usan como detergente perfumado jactándose de respaldar nuestra disidencia mientras los conservadores nos agarran de mala influencia por la misma razón. Según la derecha, solo nacimos para pervertir nuevas generaciones. No se han enterado que somos ya muchos jotos como para andar fichando nuevos militantes de una causa perdida excepto por el hedonismo anti-reproductivo del que al menos yo, me considero adicto.

Recuerdo no hace mucho, en 2018, cuando muchos defendían la alianza de López Obrador con partidos de frontal inclinación evangelista. Entre ellos hombres abiertamente homosexuales que militaban en el Movimiento de Regeneración Nacional. La militancia gay en cualquier partido político es como una suerte de sífilis mental. Una hipócrita renuncia que es también autodesprecio sodomita y que exige a cambio reproche y embozo. Los importante logros que la izquierda mexicana ha conseguido como el matrimonio igualitario han sucedido no sin pagar sus debidos anatemas. Incluso el homosexual más radical en partidos o corrientes de izquierda extrema se disfraza de hábitos higiénicos, de heteronormatividad liberal, pero buga al fin y al cabo, con parejas contenidas, hijos, mascotas, tarjetas de crédito, débito y máximas prefabricadas para demostrar cualquier empatía con toda injusticia que se le cruce enfrente. Los homosexuales solteros inscritos al padrón de un partido político nos son muy distintos. La represión les sopla la misma nuca que suda en los pasillos de un cuarto oscuro donde no llega el ojo social. Esa fue la razón por la que Pier Paolo Pasolini renunció al Partido Comunista de Italia: “Mi homosexualidad la he sentido siempre como un enemigo a mi lado, nunca la he sentido dentro de mí” dice Pasolini en sus famosos “Escritos Corsarios”, refiriéndose a su renuncia del Partido Comunistas.

Como sea, el argumento para rescatar a López Obrador de las fotografías en las que estrechaba la mano de evangélicos con registro ante el INE, era una versión travestida de aquello de que el fin justifica los medios. Lo importante era que una auténtica izquierda llegara al poder para que por fin México disfrutara de las bondades de la equidad e integración a una sociedad fascinada con sermonear a todo aquel que no se arrepiente de sus placeres carnales.

La izquierda ganó y de los primeros efectos secundarios fue un repentino desabasto de antirretrovirales para personas que vivimos con VIH. En mi caso tuvieron que interrumpirme el Stribild de un solo madrazo, de un día para el otro. Tampoco es una tragedia. Pero lleva tiempo adaptar al cuerpo a nuevos fármacos que en sí es una chinga. El desabasto, se supo después, fue el efecto secundario de una estrategia que desmontaba un sistema de precios inflados, monopolios farmacéuticos y activismos coludidos, según reportaron las autoridades en su momento.

Como hace un sexenio, la izquierda mexicana ha vuelto a retratarse con la militancia evangélica. Claudia Sheinbaum departiendo en mesas con las sobras del Partido Encuentro Social reformado en nuevos estatutos pero con sus valores intactos. En seis años pasaron muchas cosas de brío insólito: una pandemia, escándalos y encontronazos de marchas gays con líderes hasta por debajo de las alcantarillas taponeadas, otra pandemia mucho más velada que afectó en su mayoría a homosexuales, la de Mpox, cuya vacuna nunca llegó a México, documentales que muestran a Martí Batres hoy a cargo de la Ciudad de México asistiendo al cumpleaños del líder de la Iglesia de La Luz del Mundo. Mismo líder que hoy cumple sentencia en una prisión estadunidense acusado de abuso y otros horrores.

Los mismos homosexuales que hace seis años defendieron a López Obrador de sus acercamientos evangélicos vuelven a minimizar el hecho. Por si fuera poca la bochornosa autocensura que debe tragar un homosexual cuando decide contender por un cargo público, limpiar el encuentro de Sheinbaum con un ala que esnifa conservadurismo demuestra el punto de Pasolini: la homosexualidad siempre será el enemigo de cualquier partido sin importar su espectro ni el mismo gay militante. Porque no hay opciones. Nunca las habido. Tanto Claudia como Xóchitl no tienen cuidado de empacharse en sus discordancias con el conservadurismo religioso que las respalda y que se oponen radicalmente a las exigencias de los derechos gay y otras realidades de la diversidad sexual.

No sorprende a nadie. Pasolini lo vaticinó en 1971 inscrito en el prefacio de sus Escritos Corsarios:

“Nadie podría distinguir ya por la presencia física a un revolucionario de un provocador. Derecha e izquierda se han fundido físicamente”.

Para la ocasión han dicho que los votos de blanco beato no son ni serán relevantes en la elección que se viene. La conclusión es lógica. Sin embargo el mensaje gráfico rebasa la ecuación matemática. No es que un movimiento orquestado desde el púlpito de unos evangélicos más otros homofóbicos y espantados con el sexo penetrativo entre hombres, bloqueara iniciativas que legalizara cuartos oscuros, saunas o clubes de sexo que sirvieran, además de los hospitales, de centros de prevención o vacunas de Mpox. Como sucedió en San Francisco, Nueva York, Montreal o Lima, entre otros. Sin necesidad de estar adscritos a un sistema de seguridad social.

Cenares distribuyo 6 454 frascos de la vacuna contra la viruela del mono hasta el momento
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Simplemente los homosexuales les valemos madres.


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Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
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