La noche del duelo estuvo abarrotada, en su mayoría por vestidas, drags y homosexuales que manifestaban su apoyo a Lyn May usando kimonos japoneses, aunque su biografía describe su ascendencia como china. Pero qué más da. Creo que la lógica era ojo rasgado igual a Lejano Oriente y eso era suficiente para que algunos hombres se pusieran un outfit a medio camino entre El pecado de Oyuki y Mulan.
Y no sé si eran miembros del club de fans de la Campuzano, pero cuando hizo su primera aparición muchos le gritaron: "¡Arriba el perico!".
Lyn May retó a Campuzano la noche del 27 de noviembre a un duelo de DJ. Al parecer, no quería que Carmen fuera la única oportunista en esto de hacerle a las tornamesas.
Entonces ella misma determinó que el ring fueran los elevados balcones del teatro Fru Fru, bajo una fiesta que llevó por nombre "La bomba oriental". En uno de los extremos se colocó La Campu, envuelta en blanco, mientras que, enfrente, del lado derecho, Lin May hizo lo propio.
Antes ya habían hecho una presentación sobre el escenario principal. Lyn May se aventó un baile de mambo en traje de dos piezas rojo fichera, mientras que la Campuzano optó por un traje blanco cocaína que lucía mientras entonaba "Hijo de la Luna".
Dice Glein Marcuss en su libro Mystery Train: Images of America in Rock 'n' Roll Music, que: "La gente paga por ver a los artistas creer en sí mismos". De algún modo, los gays pagan porque los artistas crean en su capacidad de representar su alter ego de fama, género o decadencia bajo el reflector. De hecho, hoy día, los gays pagan lo que sea con tal de fusionar sentimientos de confección de personalidades que, a su vez, conduzcan a una zona de confort, de pertenencia, sin reparar en la lentejuela que encubre la falta de talento. "La bomba oriental" fue un evento pensado para satisfacer el morbo y la fascinación por el glitter de muchos homosexuales que rinden cierta pleitesía a las divas con tendencia a la autodestrucción, situación que ellos mismos no se sienten capaces de encarnar.
Seguro que fue por todo lo que ha inhalado, pero a La Campu se le olvidó que los refranes terminan por estrellarte su sabiduría en la nariz (aunque suene a pleonasmo yonqui, en el caso de la ex modelo) en los momentos que menos lo esperas, cuando crees que llevas ventaja por aquello de que apareces en más flyers con tu nombre seguido de las iniciales dj.
Y es que, además de sus años (las revistas de chismes dicen que va para los 80), Lyn May no es pendeja y tenía el as perfecto bajo la manga: mientras la primera repitió su truco de combinar la electrojotería de éxito garantizado en la huestes gays alternativas, ésas que se jactan de hacerle el fuchi al reencuentro de las Jeans porque, según esto, son seguidores del beat sucio, pero sin los huevos como para llegarle a KMFDM o los Revolting Cocks (el grupo de industrial percudido y homosexual por excelencia, que no deja de sacar discos de 1993 hasta el día de hoy), con temas como "Pobre estúpida", de María Daniela y su Sonido Lasser; "Flash", de Lorena Herrera; "Fashionista", de Jimmy James, o "La chica ye ye", de Olé Olé, la May soltó el gancho al hígado con el éxito que la convirtió en el icono kitch-pop de la Generación X nacional: "Mr P-Mosh" de los Plastilina Mosh. Y, ahora sí, la bomba oriental y la bomba de la nostalgia noventera dinamitaron el interior del Fru Fru en un caos de euforia. La Campu no pudo resucitar en lo que quedó de la fiesta.
Además, Lyn May demostró tener más astucia para amenizar el jolgorio, pues no se limitó a indemnizar los lugares comunes de la jotería, pues lo mismo soltó "Ojos así", de Shakira, que el rico mambo de Pérez Prado y "No te metas con mi cucu", de la Sonora Dinamita. Con su selección, Lyn May relajaba la noche a niveles más reales, sin falsas pretensiones, mientras que Campuzano la forzaba a orillarse a ese inexplicable afán de muchos homosexuales y travestis de recrear los excesos dorados de La movida madrileña.
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