Sociedad

Crusing de William Friedkin, la muerte usa chamarra de cuero

Mi primer contacto con el popper fue más bien un jalón visual. Sucedió cuando me encontré con Al Pacino en su papel del oficial Steve Burns, con su hermoso cabello quebrado y fuertes patillas, inhalar del frasquito en ese bar gay leather hasta la médula. Según el plan, debía ser uno de los lugares frecuentado por el asesino de homosexuales que protagoniza sigilosamente el filme Crusing.

Recuerdo verlo a la edad más inapropiada: quizás doce o trece años. A las once de la noche cuando el canal de cable Cinema Golden Choice programaba cintas soft porn de heterosexualidad elemental. Recuerdo la secuencia de incontrolables erecciones que me provocó esa película a pesar de los malditos asesinatos porque Cruising era todo menos soft porn. No había sexo explícito pero tampoco hacía falta porque el erotismo respiraba a través de la grasa para pollo frito y gafas oscuras de aviador. El roce de las chamarras y brazaletes de cuero como las que usa Pacino en su cacería del asesino de homosexuales eran masturbaciones de piel a piel.

La recién muerte de William Friedkin puso el inmortal valor de El Exorcista como la película que sentó las bases y biblia que debe respetar el cine de horror y posesión diabólica. Su legado en la historia del cine. Pero tal cual como sucedió a principios de los ochenta, poco se habló de Crusing, el peligroso filme de de 1980 que penetraba, literalmente, la subcultura de la homosexualidad leather hasta la muerte por la eycaulación.

Parecía que Friedkin atravesaba por una etapa en la que pretendía desestabilizar los puritanos valores que regían el subconsciente de la sociedad americana en lo setenta que arrancaron con la penosa caída de Richard Nixon. A partir de ambientes cerrados con sus propios códigos de sobrevivencia. French Connection era el contrabando de drogas amenazando la juventud y la ambición del sueño americano. El Exorcista proponía sangrientos diálogos sobre el fin último del bien y el mal encarnados en la pérdida de la inocencia de la adolescente Regan.

En Crusing, también con la sangre y la muerte de por medio, mostraba las fronteras del placer de todos esos hombres que se penetraban entre ellos rebelándose frente al modelo heterosexual que fundaba la base de la estabilidad norteamericana.

Friedkin ya había incursionado en la homosexualidad con su cinta The boys in the band de 1970 pero aquello fue más bien una broma camp sobre los clichés homosexuales de la época.

En cambio Cruising mostró justamente lo que hacen los homosexuales de Boys in the band cuando no se la pasan lastimándose entre ellos interiorizando el muro de crueldad que les imponía la sociedad para salir del clóset.

La película se vive con la liberación homosexual como realidad neoyoquina ganada diez años después de los disturbios de Stonewall. Como dicta el puritanismo americano, tanta lujuria debía ser castigada. Es entonces que un asesino en serie se aprovecha del anonimato del sexo entre hombres en parques como los rincones sucios de Central Park donde los turistas heterosexuales nunca se tomaban fotos, cabinas de video o al fondo de los bares para cometer sus espeluznantes crímenes. Poniendo a sus víctimas atadas y boca abajo listos para recibir la daga del placer. Sólo que en lugar de la erección es un cuchillo el que atravesaba sus espaldas hasta dejarlos con los ojos abiertos como en un tétrico orgasmo suspendido. Al acumularse el número de cuerpos de hombres con heridas por penetración de cuchillo en la espalada, la policía de Nueva York decide poner manos a la obra y capturar al asesino. Para ello, propone al agente Steve Burns, interpretado por un Al Pacino hacerse pasar por anzuelo. Es decir un homosexual tan viril y sudoroso como para seducir la atención del asesino. Con su italiano encanto condensado en ajustados jeans empieza a infiltrarse al mundo de la cultura leather en esplendoroso surgimiento. El mismo nombre de la película era un acercamiento de perversión didáctico. Crusing es el nombre que refiere al sexo en lugares públicos entre hombres sin coqueteos y Al Pacino nunca lució tan apestosa e excitantemente masculino. Ahí aprendí como funcionaba el código de paliacates en los bolsos traseros del pantalón, por ejemplo, amarillo si te gustaban los meados y según el lado, izquierdo o derecho, la posición: dar o recibir. La forma analógica de mostrar tus preferencias antes del campo en las apps de ligue.

La inspiración le vino del libro del periodista Gerald Walker también llamado Cruising en el que narraba en primera persona sus propias aventuras en el submundo del sexo anónimo. En el libro de Walker un asesino en serie que cazaba homosexuales como, quizás, una forma de vomitar su propia homosexualidad reprimida. El libro es a la vez un trabajo de investigación sobre el sadomasoquismo homosexual casi inmediato a la primeras marchas del orgullo.

Pero también de una escalofriante coincidencia: Paul Bateson. Un asesino, real, de homosexuales cuyos cuerpos aventaba al borde del Rio Hudson y que al ser capturado, confesó trabajar en un pequeño rol del El Exorcista. Es el radiólogo que le practica el examen a la poseída Reagan.

Muy pocas películas han capturado la esencia de una subcultura sin romantizarla provocando una aspiración inventada. Pero sin juzgarla tampoco. Desde una moralidad apretada. De los valores más fuertes en Crusing es la exposición franca de los homosexuales atraídos por la cultura leather que muestra músculo y al mismo tiempo vulnerabilidad desnuda que puede doblarlos hasta la muerte.

Para darle veracidad a las escenas multitudinarias, Friedkin pegó anuncios donde solicitaba extras en los mismos bares leather que frecuentó para conocer la tensión sexual de primera mano. El sudoroso realismo de las escenas se debe en parte a que cuando Friedkin gritaba corte y Pacino volvía a su camper, los extras seguían besuqueándose hasta eyacular, “¡que difícil era hacerlos parar!” diría Friedkin en el documental The Making of Crusing.

Una espiral de ambigua promiscuidad en paleta de colores ocre y los destellos de las chaquetas y las gorras de cuero bajo las descuidadas lámparas nocturnas. La identidad del asesino se diluye con la misma excitante angustia con la que el detective Burns empieza a sentirse atraído por aquel ambiente de exceso de testosterona e iracundo apremio por darle sentido al cúmulo de erecciones bailando al ritmo post punk de los Germs. Por cierto, el soundtrack es un gozo de electro industrial, post punk y disco oscuro. La escena en la que el detective Burns empieza a bailar bufando y con la excitación en su entrepierna como centro de gravedad del mundo después de un par de popperazos, intercalados con la confusa y delirante secuencia del fisting con grasa Crisco (en la versión de aniversario y sin censura) es una fantasía que pone a la homofobia y el deseo entre hombres en arriesgado límite. Como el live action de las ilustraciones de Tom of Finland llevados a la asifixia.

En ese sentido, la película estimuló quizás por primera vez la eterna tensión del activismo homosexual: negar la cruda sexualidad disidente de la que supuestamente sienten orgullo. Apenas se supo del rodaje, activistas homosexuales se presentaron a los set de grabación para evitar el mismo. Decían que avivaban el fenómeno de la homofobia interiorizada. El argumento que se reprodujo con insistencia fue aquel que culpaba a Friedkin de promover una imagen negativa de la homosexualidad que sólo piensa en sexo y encima es castigado por ello. Siendo que de las teorías que se discuten en la película es precisamente la de un asesino que no admite su homosexualidad o la vive con tremenda culpa como para exterminar a uno de los suyos. Cruising ponía en la pantalla grande precisamente el sexo no heterosexual y en ambientes no reproductivos.

Sin embargo la comunidad leather respondió con agradecimiento entusiasta el verse reflejados en su naturaleza sin nada da la cual avergonzarse.

Comparada con El Exorcista, Crusing fue un título desapercibido. Se le tuvieron que cortar 40 minutos para ser exhibida en cines y nadie sabe a donde fueron a parar los negativos censurados. James Franco haría un corto experimental recreando esas escenas pero como la original tampoco hizo ruido.

El triunfo de Cruising se lo ha dado el tiempo. Hoy es un título que ha alcanzado el estatus de culto que desata largas filas cuando se proyecta en cines como el Castro Theatre por ejemplo. Es considerada un testimonio lúcido en la historia de la visibilización de la homosexualidad. Un punto cúspide antes de que otro asesino arruinara la fiesta: el VIH/Sida.

En mi caso, el éxito de Crusing es enseñarme al sentido de la homosexualidad en chamarra de cuero. George Michael haría el resto.


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Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
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