Como ningún otro, fue el asunto incendiario del Hay Festival, Querétaro 2018, capaz de poner los auditorios en calidad de localidades agotadas y despertar pasiones como ningún otro; por la inmediatez de la discusión, el frenesí y la búsqueda con que se propaga en las hogueras digitales que son las redes sociales, por la imperiosa ansiedad de empatar las experiencias personales con verdades definitivas: el acoso, el abuso de poder, la intimidación en la verticalidad de hombres hacia mujeres. Participé en una de esas mesas, aportando mi descomedida y exiliada perspectiva gay, salvaguardando la sudorosa democracia de los saunas y cuartos oscuros donde las chicas simplemente no pueden entrar, explicando cómo la ebullición de testosterona nos orilló a apoderarnos de las últimas hileras de los cines porno, los baños de los Sanborns y las plantas comunales del WTC, del último vagón del Metro poco antes de que finalice el servicio.
Fue ahí dónde lo escuché: una mordaz observación a la homosexualidad provocada desde el terraplén femenino en el que se desgranaban las variables del abuso masculino sobre personas que perciben como inferiores: el acoso a hombres adolescentes provenientes de hombres relativamente mayores como abuso de poder físico y mental que altera y perturba la salud sexual.
¿Qué querrán decir con salud sexual?, pensé.
Recuerdo que en la prepa simplemente no pude contener el impulso y metí la mano dónde no se debe, según el machismo lagunero, en el urinario del baño de hombres, recibí un trancazo mal dado en el pecho del bato al que le decíamos El Quirino, quien no se esperaba que le devolviera un puñetazo bien plantado en la barbilla. Mientras El Quirino se veía en el sucio espejo de la escuela verificando que no hubiera sangre, me dijo con una amabilidad seca y dócil que él no le hacía a eso; fui mucho más violento que la homofobia de El Quirino, me encabronó el rechazo, la homofobia instintiva me valía madres. Aprendí algo, había algo de sensatez después de los madrazos entre cabrones. No siempre, claro, cuando la homofobia enceguece simplemente se tiene que salvar el pellejo. El Quirino fue uno de los que se formó cuando presenté el Funerales de Hombres Raros en el mezanine del Teatro Nazas hace ya varios años, nos apretamos la mano como viejos compadres que nunca fuimos.
He llegado a pensar que la biología masculina condiciona en mayor o menor medida la violencia que mosquea los días en los que nos identificamos como homosexuales; por ahí los teorístas queers hablan de construcciones sociales y masculinidades tóxicas, pero la visceralidad con la que pretenden erradicar el machismo, o al menos visibilizarlo, me recuerda a los homofóbicos del Cine Savoy, que siempre querían patear a los gays más flacos.
El auditorio de Querétaro no perdía detalle del intercambio de ideas, como cámaras de circuito cerrado haciendo close up a las palabras que afianzaran posturas individuales. Los varones apenas si sobresalían, su intervención se limitaba a carraspear con pinzas y bisturí, quizás cuidándose de que la garganta no los hiciera pasar como mamarrachos propagando un mansplanning vocal. Mientras, yo procesaba el comentario, haciendo un repaso de mi propia experiencia que me impulsó a salir del clóset y tratando de reformular la pregunta: ¿acaso nos hacemos homosexuales por el abuso de poder? ¿Por la perversión de un tío fracasado que nos metía mano? Es más, ¿qué pasa con aquellos hombres que no padecieron el acoso de un hombre mayor y han hecho del clóset una hipocresía funcional libre de acoso? ¿Qué clase de violencia es la del gay casado con una mujer? ¿Cuál es la forma de descubrirte homosexual sin seducciones ni ejercicios de poder mientras el deseo revolotea en nuestros intestinos?
Lamentablemente, no tengo respuestas que no descompongan los parámetros con los que hoy día se conciben la atracción, el coqueteo o el deseo.
¿Descubrir que te gustan los hombres sin líneas de poder incita la posibilidad de convertirnos en acosadores? Para el diagnóstico políticamente correcto de estos tiempos, lo probablemente es que yo haya sido el acosador con El Quirino. Perdón, Quirino, van mis disculpas y un abrazo masculino.
Twitter: @distorsiongay
Acosados, acosadores y homosexuales
- El nuevo orden
-
-
Wenceslao Bruciaga
Monterrey /