Política

Un Estado de Bienestar para los niños

Este 30 de abril es una fecha para preguntarnos qué pueden hacer sociedad y gobiernos por la felicidad de menores. ARIEL OJEDA
Este 30 de abril es una fecha para preguntarnos qué pueden hacer sociedad y gobiernos por la felicidad de menores. ARIEL OJEDA

Todos los días es día de algo. Pero a diferencia de otras conmemoraciones, el Día del Niño y de la Niña nos convoca a todos sin excepción porque, si no somos niños en este momento, lo fuimos alguna vez. Si el recuerdo de haberlo sido es grato, lo atesoramos con nostalgia, y si es amargo, con mayor razón nos empeñamos en que quienes son niños ahora conserven en el futuro un recuerdo mejor. 

Confieso que no me gusta, y por eso no voy a usar, el término “infancias” para sustituir al de “niños” o “niñas”, pues aunque tiene la supuesta ventaja de evitarnos tener que escoger entre géneros gramaticales para designar a los individuos de este grupo, “infancia” es una entidad abstracta —ya sea una etapa de la vida o el conjunto total de los infantes—. Por si fuera poco, «infancia» lleva en sus raíces latinas la imagen del que es incapaz de hablar (infans), y aunque la etimología no determina el significado actual de las palabras, cualquiera que sea consciente de esa raíz sabrá también que es una designación equivocada: de hecho, si hay alguien capaz de hablar, y hacerlo de la mejor manera, con soltura, con honestidad y con creatividad es una niña,

o un niño. 

Que su palabra sea apreciada es otra cosa, y precisamente para eso es que se dedican días como el 30 de abril, que en México desde 1924 nos recuerda que los niños tienen derechos, de cuya vigilancia y ejercicio están a cargo, inevitablemente, los adultos. Más allá de celebrar en las escuelas con juegos y regalos y procurarles a los festejados un poco más de diversión que de costumbre —todas ellas actividades encomiables—, el Día del Niño y la Niña es una ocasión para preguntarnos qué pueden hacer la sociedad y los gobiernos para garantizar la felicidad y la dignidad de los niños.

Se suele difundir la idea de que el gobierno de López Obrador y, en general la llamada cuarta transformación ha dejado en el olvido a los sectores vulnerables. Sin embargo, esta percepción no concuerda con la realidad de las políticas y programas sociales existentes. Por hablar sólo de Ciudad de México, el programa social al que se destina mayor presupuesto en esta entidad es Mi Beca para Empezar, que otorga a cada niño o niña inscrito en una escuela pública 600 pesos si está en preescolar y 650 si cursa primaria o secundaria. El monto lo reciben por diez meses del año, y tiene un millón 250 mil beneficiarios. 

El programa vino a reemplazar desde 2019 a un programa previo, un cambio que además le confiere una nota de orgullo: anteriormente existía un apoyo económico para los niños que tuvieran 9 o 10 de calificación promedio, a los que llamaban “niños talento”. Nadie demerita el esfuerzo de los niños con buenas calificaciones, pero bien sabemos que es más difícil obtenerlas si no se llega a la escuela bien desayunado. O si para llegar hay que atravesar la ciudad porque la escuela está cerca del trabajo de los padres, a decenas de kilómetros de la casa. O si en casa se habla una lengua distinta al español porque los padres llegaron de alguna comunidad rural a vivir a la ciudad obligados por la precariedad económica. Todos estos niños también son talentosos, pero no siempre pueden reflejarlo en una calificación numérica. Premiar a quienes sí pueden y dejar fuera a los que no, sólo incentivaba el círculo vicioso de la desigualdad y la competencia. 

Mi Beca para Empezar, en cambio, es universal: la beca se entrega a todos los niños y niñas por igual, y desde noviembre de 2022 es un derecho consagrado en la Constitución de la Ciudad de México. Está garantizado, pues, que se ministrará el apoyo aunque cambien de mano los gobiernos.

La directora general del Fideicomiso Bienestar Educativo, Alejandra Márquez Torre, hace énfasis en el carácter integral del programa: no se trata únicamente de dispersar dinero, sino también de asegurar que los niños tengan uniformes y útiles escolares, además de un seguro que les cubra la atención médica, ya sea pública o privada, en caso de que sufran algún accidente en la escuela. Mi Beca Para Empezar, además, se coordina con Mejor Escuela, un programa que otorga recursos a los padres de familia, constituidos en asambleas, de las cuales se designan comisiones, para mejorar la infraestructura de los planteles escolares. Este año se destinaron 350 millones de pesos para que estas comisiones realicen trabajos de mantenimiento. A cada comisión de ejecución le acompaña una comisión de vigilancia que asegura que el presupuesto sea ejercido de manera justa y ahorrativa, además de transparente. 

A quienes no sufren ninguna carestía podrá parecerles que un apoyo de 600 o 650 pesos mensuales no es significativo, pero para muchas de las familias beneficiarias puede ser la diferencia entre comprar o no comprar despensa ese mes, o la posibilidad de ahorrar para comprarles a los hijos una computadora. Además, las familias suelen tener más de un niño en edad escolar, con lo que el apoyo recibido se multiplica. 

Por increíble que parezca, no hay otra entidad en el país que cuente con un programa como Mi Beca para Empezar. A veces, cuando nos preguntamos, en ocasión de fechas como la que se aproxima, qué es lo que podemos hacer por mejorar las condiciones de vida de los niños, tener información sobre este tipo de programas nos da la respuesta: buscar un Estado de Bienestar que se haga responsable de garantizarles a las niñas y los niños condiciones de vida más dignas y más felices.


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Violeta Vázquez-Rojas
  • Violeta Vázquez-Rojas
  • Lingüista egresada de la ENAH, con doctorado por la Universidad de Nueva York. Profesora-Investigadora, columnista y analista, con interés en las lenguas de México, las ideologías, los discursos y la política.
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