A diario cifras van y vienen sobre el tema de los indocumentados en nuestro país. Es nota importante desde siempre y particularmente de octubre cuando empezaron las caravanas, a la fecha, nota diaria.
Y pese a que desfilan por todos los noticiarios historias estrujantes de abusos de los que son víctimas y testimonios duros sobre lo que los hizo venir acá, no se logra en Monterrey una empatía para con estos seres humanos.
“Que se vayan de aquí, no los queremos”, “ya tenemos nuestros propios problemas, mejor ayuden a los mexicanos más pobres”, son solo algunas de las frases pronunciadas y hasta escritas en redes sociales por los regiomontanos, tan pronto se toca el tema y se nos pide ponerse en sus zapatos.
Hay más frases incluso incriminatorias; los acusan de ladrones, de sucios y de venir a quitar el pan de la boca a los nuestros.
Paradójicamente, al mexicano le duele saber de historias en que los connacionales son maltratados y hasta encarcelados en Estados Unidos; le indigna también ver a los migrantes en jaulas, como aparecieron en las imágenes difundidas por el gobierno de Trump. Nos ofende que el controversial mandatario diga que los migrantes son hombres malos, ladrones y homicidas en potencia, que solo van a meter drogas a su país.
Ah, eso sí no está bien, solo entre nosotros podemos tratarnos de esa manera.
La palabra “migrante” en nuestros días es escuchada con repulsión, peor incluso que un narcotraficante, un corrupto, un falso pastor.
Como si este país no tuviera incluso a las remesas como una de sus principales fuentes de ingresos. Ese dinero que envían los mexicanos que fueron a probar suerte al país del norte, lavando platos, en la pisca, en labores domésticas, en trabajos rudos.
Es lo mismo, pero en carne propia suena diferente.
Así, mientras nuestro país está en una auténtica encrucijada, y parece inclinarse ante las presiones de Estados Unidos, arreciando incluso los operativos contra los migrantes, en nuestro territorio la empatía no es el más común de los sentimientos.
En los últimos cinco años se evidencia un incremento de solicitudes de refugio en Nuevo León. En Casa Indi y Casa Monarca, están a tope, ya no tienen más cupo para la llegada de tantos indocumentados. Así están en la Casa del Migrante del Padre Pantoja, luchando por sus derechos desde tiempos del mítico César Chávez y su ley agrícola; y lo mismo dice el obispo Raúl Vera, quien por tantos años ha arropado a estos desvalidos.
Realidades que ya están aquí, que no podemos evitar, y que si queremos ser una mejor sociedad, bien podríamos aprender a aceptarlas y ayudar.
Sí ya se, son delincuentes, huelen mal, nadie los invitó a venir.
Pero cuando Donald Trump nos descalifica, nos acusa y persigue, nos indignamos.
El doble discurso, la doble moral.
Twitter: @victormtzlucio