Vivimos en Monterrey, la gran ciudad de las montañas. Cuna de empresas que marcaron el desarrollo económico de nuestro país, origen también de instituciones académicas de altura y fama mundial. Lugar donde nacieron también hombres ilustres.
Aquí abunda el trabajo, el progreso ligado siempre a las ganas de sobresalir, de nunca decir “no se puede”.
Pero viene luego el claroscuro, pese a los valores innegables de los regiomontanos, persisten también el consumismo disfrazado de modelo aspiracional, el elitismo por guardar las apariencias: las marcas de vestir, el mejor automóvil, el celular de última generación, entre otros. En el día a día imperan la doble moral, la crítica y el chisme. Contrario a lo que se piensa, no es cuestión de nivel socioeconómico.
Le atribuyen a José Vasconcelos aquella frase dura de que en el norte “Donde comienza la carne asada, termina la cultura”, y desde entonces se nos ha criticado por ello cada que se puede.
Tal vez sacada de contexto, dicha frase se convierte en sentencia cuando en medio de la vida acelerada que llevamos en esta gran ciudad, nuestra conducta no está a la altura. Tiramos basura en las calles, invadimos espacios, olvidamos la cortesía.
Pero pocas evidencias tan claras de nuestra ambivalencia como ciudadanos, como la falta de cultura vial.
Es cierto que son 2 millones de autos que circulan por avenidas mal planeadas, donde calles pequeñas desembocan en las mismas vialidades, donde un paso elevado de cinco carriles al bajar se adelgaza hasta quedar en dos. Una ciudad donde el crecimiento no va de la mano de un plan de desarrollo ordenado, donde se pueda convivir de manera sencilla.
Pero también es cierto que nos transformamos al volante, que nos cuesta trabajo dar el paso a los demás, y que el uno y uno solo es válido cuando es a nuestro favor o cuando no traemos prisa. El ámbar de los semáforos lo interpretamos no como un preventivo, sino como una invitación que nos dice “acelérale si no, no alcanzas”.
El agente de tránsito es nuestro enemigo, porque asumimos que solo quiere nuestra mordida, y qué decir de las fotomultas, un auténtico insulto a nuestra falta de autocrítica y precaución. Cualquier medida como esa es recaudatoria, porque pensamos que es una injuria que manejamos mal. Somos, por tanto, líderes per cápita en accidentes viales a nivel nacional; nadie nos gana; sin olvidar que borrachos son detenidos cada fin de semana y remitidos a las celdas.
Muchos de los percances se deben al uso de los teléfonos móviles o al exceso de velocidad, en resumen, la falta de precaución.
Así, la ciudad progresista, ejemplo de modernidad y primer mundo a la que se refieren los primeros párrafos de este texto, queda etiquetada también como la capital de los choques, el lugar donde cada vez vemos más lejos que las cosas cambien, porque a nadie le interesa.
Cuando uno habla de estos temas está exagerando, así que sin autocrítica parece imposible.
Si te propones cambiar a mejor, difícilmente lo lograrás, pero si no te los propones, cambiarás a peor.
Ni hablar.
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