Con frecuencia entendemos que el mundo actual se evalúa o se califica en números. Nada nuevo, en realidad, solo que en el presente parecemos atados a ellos todo el tiempo.
Un político y escritor alemán escribió alguna vez: “Los números dicen si un país está bien o mal gobernado” (Johann Wolfgang von Goethe). Incluso Pitágoras fue más allá al decir que “el número gobierna el Universo”.
Para bien o para mal, los números son fríos y con ellos podemos saber hacia dónde vamos, más allá de los adjetivos o versiones matizadas.
¿Cómo va México en el tema de la inseguridad?
Ayer el gobierno federal dio sus cifras, mismas que protegió con una frase tan cierta como predecible: “Recibimos el país en una crisis de inseguridad crónica”.
La expresión fue de Alfonso Durazo, secretario de Seguridad y Protección Ciudadana.
Las cifras que dio son duras y poco alentadoras; un total de 33 millones de delitos y casi 25 millones de víctimas solo durante 2018, dijo. Agregó que el 79 por ciento de los mexicanos dijeron vivir con miedo durante 2018, cifra que se repite año con año.
Son un total de 29 mil 106 carpetas de investigación abiertas por homicidio doloso en ese año, con cifra récord en julio.
Reconoció que todavía México es uno de los países con mayor corrupción, porque está en el lugar 138 de 180, según Transparencia Internacional.
Lo peor de todo es que a la cabeza de las instituciones más corruptas están las de seguridad.
Así, los fríos números nos dicen cómo andamos y cómo el avance en la lucha contra el crimen es muy pobre.
Pero cuidado; se equivoca quien culpe a la Cuarta Transformación del ambiente de inseguridad, porque olvidaría que se trata de la herencia maldita de los anteriores gobiernos, algunos incapaces, otros coludidos y otros sin el menor interés en resolverlo.
Aunque un año es suficiente para que vayan tomando su parte en esta “tragedia del México que vive con miedo”.
Se equivoca también quien exonera a los gobernadores o alcaldes que se fueron; muchos de ellos escondieron la cabeza al ver pasar al crimen frente a sus narices, otros fueron más allá y se sirvieron de sus jugosas ganancias en campaña o ya en el poder.
Creer que por obra y gracia de no sé quién, los delincuentes van a amar a México y le regresarán la paz que le han arrebatado, es un error, una fantasía.
Ellos no son patriotas.
Para revertir esos números se necesitarán años, tal vez décadas, porque primero hay que salvar a los jóvenes de las garras de la delincuencia, de las drogas y las tentaciones propias de la falta de oportunidades. Luego hay que actuar con dureza contra aquellos que compran voluntades, los que ofrecen plata o plomo. Salvar a nuestros policías.
Se necesita también al maestro, al pastor, al soldado, a los padres de familia y a los líderes que no se vendan, que tomen el toro por los cuernos.
Las cifras son frías, pero deben “calentarnos”, activarnos para bien.
Cuando se entienda que con la inseguridad perdemos todos, las cifras serán otras.