Mañana será el Día Mundial del Medio Ambiente, como lo marca el calendario, aunque para ser sincero, será para mucha gente solo un tema del cual platicar en el almuerzo o en el café.
El ser humano, al menos en una sociedad como la nuestra, vive tan de prisa como el calendario y no se detiene con sobriedad a analizar, más allá de su nariz, a menos que pase algo estridente, a menos que un video se vuelva viral en redes sociales, a menos que un influencer se aviente un monólogo de ésos que cautivan y generan likes y RT como aplausos en un circo.
De no ser así, el medio ambiente será solo tendencia pasajera, que morirá al caer el día, como ejercicio estéril de comunicación masiva.
La reflexión correcta sería que todos nos detuviéramos en el camino, e hiciéramos algo para cambiar la realidad de los números.
Que detuviéramos el impacto que nuestros desechos ocasionan en el ecosistema que, según cálculos, para el 2025 la cifra alcanzará las dos mil 200 millones de toneladas.
Lo correcto sería que emprendiéramos acciones que marquen la diferencia, como reducir el consumo de plástico al no comprar desechables como platos, cubiertos o servilletas.
Llevar bolsas de tela al hacer las compras, adquirir productos reciclados y bajarle al PET, ese enemigo que llevamos a crecer tanto por simplemente seguir un estilo de vida consumista y pretencioso; bebiendo agua y refresco de una manera moderna.
Por eso México es uno de los principales consumidores de bebidas embotelladas en el mundo, y Nuevo León destaca entre las entidades del país con la mayor tasa de uso de PET.
Cada año ocho millones de toneladas de plásticos acaban en los mares y océanos; hay estudios que indican que al menos unas 600 especies marinas han sido afectadas por este problema.
Cuando se desecha un plástico simplemente arrojado en la vía pública, éste termina en los sistemas de drenaje, y por ende, en los océanos.
Al plástico hay que sumarle las colillas de cigarro, las botellas y las taparroscas, los popotes, envoltorios, bolsas de plástico de supermercado.
El problema es que todos piensan que es tarea de las autoridades o tarea del otro ciudadano, cuando en resumidas cuentas todo empieza por uno mismo. Dejarnos de rollos y de golpes de pecho, dejar el activismo de redes sociales y pasar a la actividad de ciudadanos conscientes.
Si no, seguiremos siendo una farsa, ecologistas de los dientes para afuera.
A todo esto tal vez se agrega la tendencia actual de ver la vida en un solo tiempo verbal; el presente, como si todos los mensajes de alerta fueran tomados por el inconsciente como un llamado a la pasividad, “total para qué pienso en el futuro, si todo va a acabar mal”.
Por eso el futuro nos está alcanzando, porque muchos se sientan a ver cómo arde el mundo, sin tomar la iniciativa de combatir las llamas con un cubetazo de amor propio, de amor por el mundo.
Ni hablar.