Discapacidad es una palabra que increíblemente desconoce nuestra sociedad regiomontana.
Se lee raro, pero es cierto.
Paradójicamente, somos discapacitados para entender la discapacidad.
Cuando uno habla de ese tema en Nuevo León, puede pararse donde sea y comprobar que nuestra “ciudad de primer mundo” está llena de banquetas rotas, rampas obstruidas o mal planeadas. También abundan los cajones azules utilizados por conductores sinvergüenzas, las escaleras sin rampa como opción, los pasillos y calzadas obstruidas.
De la Ley de Movilidad vigente ni hablemos.
Dice el Artículo 4: “La movilidad es el derecho de toda persona y de la colectividad a realizar el efectivo desplazamiento de individuos y bienes para acceder mediante los diferentes modos de transporte reconocidos en la Ley…”.
Pues bien, aquí no hay un efectivo desplazamiento, o que le pregunten a los ciegos, débiles visuales o personas en silla de ruedas, si pueden acceder a ello.
Dice el Artículo 5: “El Estado proporcionará los medios necesarios para que las personas puedan elegir libremente la forma de trasladarse a fin de acceder a los bienes, servicios y oportunidades que ofrecen los Centros de Población”.
Pues bien, nos hay acceso a todos los bienes y servicios por igual; comenzando por la gran tragedia que viven aquellos que viven condenados al desempleo por una sociedad que se jacta de ir camino a la paridad, la diversidad, y de más conceptos, pero olvida en el camino la otra palabra clave para una sociedad justa, la inclusión.
Más allá de la movilidad, materia reprobada por nuestra ciudad, está este último punto; la inclusión laboral no ha llegado a quienes padecen una discapacidad.
Incluso, pese a que hay empresas que lo presumen, lo publican y hasta lo certifican para ser socialmente responsables, una verdadera inclusión, preparada y honesta, es escasa en nuestros tiempos.
En la vida real, aquel que envía su currículum y consigue que lo reciban en una entrevista de trabajo, si bien le va, recibe la esperanza de “nosotros le hablamos”, porque salvo contadas excepciones, la mayoría al ser descubierta su condición recibe por respuesta un “lamentablemente la vacante se acaba de ocupar”.
Pocos se animan a enfrentar algo que no conocen y no saben si podrán controlar; no quieren lidiar con impedimentos físicos, sin pensar que existe una realidad innegable: quien lidia en la vida con una discapacidad está acostumbrado a enfrentar cualquier cosa con aplomo, no lo mueve cualquier viento. Y su grado de compromiso es mayor, directamente proporcional a la oportunidad que recibe.
Quienes en alguna etapa de nuestra vida adquirimos una discapacidad física, sabemos que la compasión no es un favor ni una llave, sino todo lo contrario.
Alguien dijo por ahí que lo contrario al amor no es el odio, como se piensa; lo contrario al amor es la lástima. A los discapacitados se les demuestra el amor con las oportunidades, nada más no valen menos.