Hace tres meses me mudé a la CdMx lanzada por la irresistible aventura de vivir muchos mundos en una misma ciudad, su propia arquitectura me cuenta el porque es el lugar de los constantes cambios; un sitio ruidoso y seductor con un esplendor mojado en ruinas donde la vida no se detiene y cuya música de fondo es la incertidumbre social y emocional.
Este lugar me despierta un sentimiento que sobre vuela por encima de las formas y los tiempos, es la ironía de vivir lo mejor y lo peor de mi país. ¿Cómo se comunican las personas en un sitio así? ¿en una dualidad donde mientras unos son víctimas de los ‘’montachoques’’ (la nueva forma de extorsión en las calles), robos, agresiones; otros gozan de la fascinante y vasta oferta cultural, gastronómica y económica de la gran ciudad?
La conyuntura actual nos lleva a replantearnos y revisar qué tan efectiva es nuestra comunicación, especialmente en un contexto de aislamiento por pandemia en medio de bombardeos de información, feak news y constantes contradicciones de los discursos oficiales. Si a esto sumamos que hay dolor por todos lados, comunicarnos se vuelve más complejo y por si fuera poco nos limita al mínimo espacio que deja el cubre bocas para dos elementos vitales: hablar y respirar.
Aunque existe evidencia de que la impunidad y el aumento de la posesión de armas son elementos que abonan al fenómeno de la violencia, también estoy convencida que la violencia interpersonal de la cotidianidad nos afecta a todos a través de comportamientos agresivos y poca tolerancia en las calles, en las tiendas, en el tráfico, en el trabajo, en la familia. Toxicidad pura para la comunicación efectiva.
Pienso que el miedo que nos causa esta incertidumbre puede ser algunas veces mayor y más dañino que la propia enfermedad o el delito, ya que favorece la auto protección y restringe las respuestas organizadas a problemas colectivos, da paso a la agresión social y a una visión represiva de la seguridad.
Me preocupa esta realidad y veo que la sensación de indefensión sirve cada vez más como justificación a conductas impetuosas y dolosas. Por ello sugiero que la apuesta muy aparte de las urgentes políticas públicas, debería ser explorar otro lenguaje de comunicación entre las personas.
Según la RAE, el lenguaje es la “capacidad propia del ser humano para expresar pensamientos y sentimientos’’ contrario a uno de nuestros mayores problemas: la ilusión que existe al asumir que la persona que tenemos al frente nos entiende. La única manera de confirmarlo sería habitar en la cabeza del emisor. Empatía.
Hay un dicho que afirma que el problema más grande siempre será el de uno mismo; sin embargo y sin demeritar las diversas dificultades que cada uno atravesamos, me genera afinidad saber que la mayoría estamos pasando por la misma situación, lo hace más llevadero y nos invita a la compasión, pieza clave en la comunicación.
Pongo un ejemplo; la obsesión mundial por salir a comprar montañas de papel higiénico al inicio de la pandemia, tiene una lógica inconsciente, el foco estaba puesto en la intensidad y no en la pertinencia. Muchas veces las respuestas que buscamos no son biológicas o médicas, sino morales y sociales. Se han preguntado ¿porqué me pasa esto a mi? ¿porqué yo? casi siempre estas preguntas terminan en culpables y en estigmas.
Quizá dos cosas que hemos descubierto estos últimos 2 años es nuestra gran capacidad para el cambio cada vez que la necesidad lo amerita y que el mundo sigue girando pase lo que pase. ¿Cómo podemos recuperar todo aquello que hasta hoy hemos entendido sobre la forma de comunicarnos en esta vida que todos compartimos?
No sabemos aún las consecuencias de esto, pero sabemos que la libertad individual y las soluciones colectivas a través de la comunicación juegan un papel clave a la hora de generar legitimidad y confianza.
Ningún problema puede ser solucionado desde el nivel de conciencia en el que fue creado, necesitamos más conciencia y control social.
Verónica Sánchez