Abrió de súbito la puerta de su oficina y avanzó con decisión hacia la salita donde lo esperábamos, enfundado en unos jeans negros, camisa azul arremangada y el cabello bien peinado. Con una sonrisa franca enmarcada por su característica barba, el recién electo presidente de Chile, Gabriel Boric, tendió la mano a Marcelo Ebrard, quien conversaba de pie y de forma animada con Izkia Siches, la jefa de campaña del político chileno.
A los pocos minutos, en torno a la mesa de madera de su oficina, Boric, de 35 años de edad, y el canciller mexicano partían una rosca de Reyes y, con un tono desenfadado que hacía pensar que se conocían de tiempo atrás, hablaban por igual de los desafíos que aún representa la pandemia de COVID-19 como de las oportunidades que se avizoran para nuestra América Latina en los próximos meses.
El episodio ocurrió este jueves en la sede del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile, una casona del barrio de Providencia a la que los periodistas —congregados a diario en su exterior, atentos a la entrada de visitantes— bautizaron como “La Moneda Chica”.
Ahí despacha Boric —hasta hace no mucho líder de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile—, cuya victoria sorprendió y entusiasmó en diversas latitudes, y quien, con su equipo más cercano, en el que sobresalen mujeres y hombres tan jóvenes como él, afina su plan de gobierno y su próxima llegada a La Moneda, la grande: la de Salvador Allende.
El canciller Ebrard llegó la víspera a Santiago con una encomienda del presidente Andrés Manuel López Obrador: transmitir a Boric el cariño y respeto del pueblo y gobierno de México, invitarlo a nuestro país en una fecha próxima y, lo más importante, promover una alianza cercana con Chile, capaz de funcionar como una fuerza positiva en la región en favor del bienestar de nuestros pueblos y el continente.
El mensaje recibió de inmediato una buena acogida. El presidente electo Boric fue generoso en sus palabras y gestos. Le expresó a Ebrard su cariño y agradecimiento hacia los mexicanos y hacia México, refugio de tantos chilenos perseguidos tras el golpe de Pinochet, así como el respeto hacia nuestro presidente.
En cuestión de minutos, la visión progresista de dos gobiernos —uno que va a la mitad del camino y otro que está por nacer— facilitó las primeras coincidencias: la idea de reforzar y extender la cooperación bilateral y regional; las metas de impulsar la causa del bienestar de los más pobres y avanzar hacia sociedades más justas e igualitarias. También el objetivo de cooperar en materia sanitaria para, de una vez por todas, salir de la pandemia y fortalecer la Alianza del Pacífico, de la que ambos países son miembros y cuya presidencia pro tempore pronto asumirá México.
Acaso la noción más relevante surgida del encuentro en La Moneda Chica es forjar una alianza profunda entre México y Chile: una a la altura de la historia compartida y la amistad de sus pueblos para, en conjunto, promover que América Latina hable ante el mundo con una sola voz.
Boric y Ebrard se pronunciaron por una alianza progresista latinoamericana cada vez más grande, fuerte y solidaria. Como colofón de esta charla fluida, siguieron las fotos y los abrazos. Antes de partir al aeropuerto con rumbo a Buenos Aires, Argentina, el canciller mexicano reiteró al próximo mandatario chileno la invitación a nuestro país y, antes de cruzar el umbral de salida, deseó suerte a Izkia Siches, a quien le tocó el muñequito en la rosca.
Daniel Millán*
* El autor es Jefe de la Oficina del Secretario de Relaciones Exteriores de México