Cultura

Los entierros del México antiguo

Las ceremonias funerarias de los indígenas del México antiguo se ejecutaban de forma sorprendente, y aún son llevadas a cabo en algunos pueblos aislados.

Fray Bartolomé de las Casas nos relata que cuando algún enfermo agravaba, sus parientes lo llevaban en una hamaca al monte que colgaban de unos árboles por un día entero, cantándole y bailándole. Le ponían a su cabecera agua y comida para cuatro días, alejándose de su lado. Si el enfermo convalecía y volvía a casa, lo recibían con grandes ceremonias.

En la provincia de los Mijes, a 20 leguas de Oaxaca, enterraban a los muertos en el campo, y cada año le rendían homenaje, llevándole a sus sepulturas comida como ofrenda por el mes de noviembre, dos días antes o después del día que los cristianos celebramos el día de los difuntos.

En las provincias de Coatzacoalcos e Yluta se creía en la resurrección de los muertos, y cuando sus huesos estaban secos los recogían en un canasto, colgándolos de la rama de un árbol para que no los anduvieran buscando cuando se levantaran.

Por el norte de la Nueva España, los náufragos de la expedición de Narváez cuentan que cuando a los indios se les morían sus hijos, se tiznaban la cara y los enterraban con grandes llantos. El luto les duraba un año y lloraban tres veces al día todos los del pueblo; en todo aquel tiempo no se lavaban los padres ni parientes. Cuando morían los médicos o brujos, los quemaban, bailando y cantando mientras ardían los huesos. Se guardaban sus cenizas, que los parientes bebían con agua al cabo de un año.

En Centroamérica acostumbraban cantar loas a los muertos, sepultándolos en la casa, o bien desecándolos al fuego. Luego los colgaban y guardaban. Al cabo del año, si había sido señor importante, se invitaba a comer a sus amigos, los que llevaban sus propios alimentos. Danzaban alrededor del muerto, pateaban, miraban al cielo y lloraban a voz en grito. Quemaban los huesos y le daban la cabeza a su mujer, como reliquia. Creían que el alma era inmortal, pero que comía y bebía allá en el campo donde andaba, y que era el eco el que respondía.

En Tenochtitlan se aderezaba el cuerpo del rey que moría, y los señores le rendían homenaje obsequiándole comida, ricas joyas y esclavos. Se quemaba su cuerpo frente a la imagen de Huitzilopochtli y sus cenizas se rociaban sobre sus mujeres e hijos. Se concluía sacrificando a sus esclavos para que fuesen a servir a su señor en el camino de los muertos.

El arqueólogo Antonio Caso relata que los zapotecas de Monte Albán enterraban provisionalmente al muerto acompañado de un perro que le serviría como guía y protector en el camino a Liobáa, el mundo inferior. A los cuatro años se desenterraban sus huesos y se pintaban de rojo, enterrándolos de nuevo en solemne ceremonia. La costumbre de honrar a nuestros muertos nos viene de antaño, nunca deberemos de olvidarlos. _

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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