Desde la visión supersticiosa, mitológica o religiosa, el ser humano “ha tenido que ganar el pan con el sudor de su frente”, como una alegoría que observa al trabajo como un castigo o un factor de pesadumbre sobre la humanidad. Sin embargo, es por todos conocido que el trabajo siempre dignificará al hombre, ya que le hace conocedor no tan solo de su utilidad en el plano social, sino también es un elemento clave del desarrollo de sus propias habilidades, límites y aptitudes.
En la revolución industrial, el trabajo objeto de una sobreexplotación por parte de la burguesía, era en efecto ese castigo divino mencionado al inicio, que fue evolucionando conforme a las teorías económicas y sociales, así como la visión que se tenía de los derechos fundamentales de todo ser humano; se ha buscado que la labor diaria que realiza toda persona para mantenerse a sí mismo y a su familia, en su intento de buscar un mejor nivel de vida es derecho, obligación y prerrogativa, y en tal contexto se torna indispensable, no tan solo el observar la protección del derecho del trabajo (el cual ya se encuentra observado en diversas legislaciones desde inicios del siglo XX) sino en un avance de nuestra conceptualización como seres humanos, el determinar que implica trabajar bajo la bandera de la dignidad que enarbolan los derechos económicos, sociales y culturales.
Con base en lo anterior, es menester analizar la relación entre esa dignidad y el trabajo, y de cómo se mueven en un mundo sumergido en el neoliberalismo, que trae consigo condiciones precarias en el ámbito laboral. Para esto es necesario traer a la mesa un concepto que surge en la Organización Internacional del Trabajo en 1999: el trabajo decente.
El trabajo decente expresa el deber ser, sintetiza todas las aspiraciones de las personas durante su vida laboral, desde la oportunidad de acceder a un empleo bien remunerado, contar con seguridad e higiene en el trabajo, seguridad social, perspectivas de desarrollo personales y profesionales, y sobre todo el hecho de que el trabajador pueda expresarse libremente y participar de las decisiones que afectan su trabajo y su vida.
La pregunta es ¿se puede hablar de un trabajo decente en México? Si millones de mexicanos salen a trabajar sin una protección que logre garantizar mínimamente sus derechos laborales, hablamos de salarios precarios, informalidad, ausencia de atención médica, jornadas laborales extremas que están fuera de la ley, sin aguinaldo, sin días de descanso y vacaciones, por mencionar algunos.
Entonces, retomando la idea primigenia de que el ser humano tiene que ganar el pan con el sudor de su frente y de que el trabajo es un castigo, ante la realidad que nos envuelve por supuesto que así nos sentimos, con un gran peso encima; por el contrario si las condiciones laborales fueran las adecuadas y se le diera al trabajador el verdadero valor que posee, se respetaran sus derechos laborales independientemente de que tuviera un trabajo informal o formal, entonces contaríamos con un trabajo decente que nos dignificaría como trabajadores.
El trabajo decente no es algo inalcanzable o etéreo, simplemente es disfrutar de lo justo, y lo justo es la garantía y respeto de nuestros derechos laborales. Finalmente, es necesario mencionar que su implementación no se logrará sin el esfuerzo conjunto de gobierno, empleadores y trabajadores.
Claudia G. De la Fuente