Después de más de un año viviendo en pandemia, se ha reflexionado bastante sobre la crisis educativa que implica esta emergencia sanitaria; una crisis que quizás no es tan estruendosa en este momento, pero que afectará seriamente la vida, la libertad y las oportunidades de las personas. Para contribuir en el entendimiento de esta situación de este inédito cierre de las escuelas, en las siguientes líneas planteo una reflexión sobre la desigualdad de la que se partió y la equidad que debemos alcanzar.
Según la “Encuesta para la Medición del Impacto COVID-19 en la Educación”, realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, 5.2 millones de personas, de entre 3 y 29 años, no se inscribieron al ciclo escolar 2020-2021 por razones asociadas a la pandemia o por motivos económicos. Estando fuera de la escuela, todas estas vidas están en riesgo de no salir de la pobreza, no poder acceder a mejores oportunidades o, peor aún, no poder trazar libremente sus planes de vida.
También debemos preocuparnos por quienes siguen tomando sus clases a distancia. Sus procesos de aprendizaje dependen de elementos ajenos a lo que ocurre en las aulas, tales como el nivel educativo de los padres y su disponibilidad para guiar la educación de los hijos; los recursos tecnológicos con los que se cuenta en el hogar; e incluso la resiliencia de cada persona, es decir, su capacidad para adaptarse frente a la adversidad.
¿Pero quiénes están dejando la escuela? ¿Y quiénes, aunque siguen inscritos, están siendo particularmente afectados en su aprendizaje? Es útil dar un paso atrás y recordar que lamentablemente el sistema educativo mexicano refleja los problemas de desigualdad social que existen en el país. Esto significa que las personas que viven en condiciones de mayor pobreza suelen tener acceso a los servicios educativos de menor calidad; y que existen grupos sociales para los que, incluso sin crisis sanitarias, resulta difícil ejercer su derecho a la educación. Entre éstos figuran las mujeres, la población indígena y las personas con discapacidad.
Quienes más obstáculos encontraban para seguir estudiando y recibir una educación de calidad, ahora se encuentran en una situación de mayor riesgo. Es urgente emprender acciones focalizadas según las necesidades de cada grupo vulnerable, con el propósito de evitar el abandono escolar, brindar apoyo socioemocional, diseñar estrategias remediales y apoyar la ardua labor docente en estos tiempos revueltos. Para que nadie se quede atrás, es inminente comunicar el mensaje de que permanecer en la escuela, es un esfuerzo que vale la pena.
Ana María Zorrilla*
@AnaMaZN
*Miembro Consejo Directivo del CAEITAM