El actual gobierno federal dice encarnar la cuarta transformación de México y supone las tres anteriores en el horizonte histórico a la Independencia, la Reforma y la Revolución. Ninguno de los tres procesos fue rápido; duraron al menos dos décadas. No un sexenio.
De los tres movimientos, solo la Reforma tenía proyecto. La Independencia cuya mecha prendió Miguel Hidalgo (1810) no se proponía una nueva nación, sino reivindicaciones humanas; desató una guerra a la cual Morelos le dio sentido y causa. Los insurgentes guerrearon hasta septiembre de 1921 cuando nació el México Independiente. La Reforma fue un periodo turbulento que va de 1856 a 1878. En ese lapso hubo una Constitución (1857) una intervención, el Imperio de Maximiliano, una guerra civil entre liberales y conservadores, cuatro presidentes y mucha sangre. Aun así, de forma consistente se promulgaron 6 Leyes con absoluta coherencia ideológica. Juárez, Lerdo de Tejada y Ocampo fueron las mentes transformadoras. Francisco I. Madero solo quería elecciones limpias. La Revolución (1910) fue literalmente una revolución. Una mezcla de intereses, asesinatos políticos, cuartelazos, bandidaje y también causas sociales como impedir la opresión de hacendados a campesinos y una Constitución que sería una quimera. Los balazos terminaron cuando Calles (1929) alineó a los generales en un Partido en el que cabían todos. Con sus propias referencias, el gobierno no puede sostener que una nueva transformación de México sea posible con solo decirlo. No pueden ser al mismo tiempo origen, inspiración y horizonte. Las epopeyas modernas no pasan hoy por la fuerza y el dominio. Vivimos la época del conocimiento que nos dice que un país se transforma con educación y trabajo.