Acoso, misoginia, homofobia, discriminación, bullying… ¿Qué tienen todos estos temas en común? Pues depende a quién le pregunten. Muchos podrían decirnos, con razón —me gustaría creer— que estas son algunas de las principales cosas que debemos erradicar de nuestro tejido social. Pero cuando se trata de reality shows, como La casa de los famosos, o programas que antes llamábamos erróneamente talk shows, como los de Laura Bozzo, lo que estos representan es otra cosa por completo distinta: rating.
Y sí, esta doble moral es aún más contundente en tiempos de redes sociales, con cancelaciones colectivas y la búsqueda de ser trending topic o viral. Para muchos eso significa dinero, así que si alguien se queja de que estamos faltando a la decencia porque “alguien se burló del cuerpo de alguien más” —para citar un titular de hoy— queda más que claro que no estamos evitando el famoso body shaming. Más bien se está potenciando, para que la aldea del chisme colectivo actúe, juzgue, vote y participe al respecto. ¿Conclusión? Nada que ayude a nadie más que a la producción e involucrados.
No estoy en contra del entretenimiento popular como este. Lo entiendo y comprendo por qué funciona tan bien. ¿Pero qué tal si hacemos una pausa que nos refresque la noción de que no estamos siendo guerreros sociales ni mejores personas por entrarle a estas discusiones? No cuando todo está tan bien elaborado para reventar las indignaciones y generar lo que se llama engagement.
En otras palabras: nuestras mejores intenciones solo ayudan a usar todas esas actitudes reprobables en esa ficción que juega a realidad. Y eso es precisamente lo que quieren de nosotros.
