Estoy exhausta y estoy triste. La verdad ya me da vergüenza ver lo que los voceros de los políticos han hecho con las peores herramientas de la fuente del espectáculo y definitivamente me quería distraer. Hay muchos, no digo que Selling Sunset ha cambiado el hilo negro del formato. Y sé que hay cosas como los realities de cocina que aportan mucho más (no puedo creer el nivel que se maneja con eso de las gomichelas) pero, disculpen, la serie que supuestamente está basada en la realidad de un grupo de mujeres de proporciones solo posibles en Beverlly Hills, vendiendo casas de millones y millones de dólares y peleando como niñas de cuarto de primaria, me ha regresado la esperanza.
“¿La esperanza en qué?”, se preguntarán. Obviamente lo que les acabo de escribir es más allá de absurdo. Y eso que no he empezado ni con los tacones y la moda que usan para el negocio de las bienes raíces. Es precisamente eso lo que me da paz.
No me había podido desconectar de los extremos tan rudos de la realidad que hemos compartido en tiempos de pandemia, pérdidas y cinismo político a más no poder. Las cintas que más me gustan tocan esos temas. Las puestas en escena más increíbles hacen ensayos brillantes al respecto. De eso se trata. Pero a veces solo hay que apagar la luz.
Eso ha sido para mi este reality de Netflix. Lo solemos llamar placer culposo. Lo es, porque el morbo siempre viene acompañado de una dosis de culpa cuando está bien hecho. Y mientras no descubra a nadie emulando estos extremos en la vida real, amo saber que la comedia involuntaria (bastante bien planeada) puede ser un escape de pocos minutos para recargar pila. A veces de eso se trata el showbiz, ¿saben? Puro show.
Susana MoscatelTwitter: @susana.moscatel