Ya pasaron algunos días desde que vimos un show que inició con música de Celia Cruz y Soda Estéreo, cerró con ese extraño fenómeno llamado Bad Bunny y en el inter hizo homenaje de nuestras más grandes voces que hemos perdido este año y, debo decirlo, sigo un poco confundida.
Como les escribía hace un par de días, estos premios Grammy Latino, los número veinte, son de lo mejor que he visto y en el sentido de crear industria. En eso, sin la menor duda, son un éxito.
Además es verdad que gracias a ello hay muchos jóvenes que han recibido becas y apoyos para poder dedicarse a la música de una manera espectacular.
Pero sigo con una profunda duda, una que decidí compartir con quienes me encontraba en el evento para ver si solo yo me sentía así. Más allá del idioma (que tampoco, porque incluye portugués), ¿qué es lo que hace de esto un solo género que nos une?
La mejor respuesta que obtuve vino tanto de un experto en periodismo musical como de un gran intérprete: los latinos sentimos la música, así la vivimos. Otros, suelen pensarla más.
¿Será? Que nuestra naturaleza es el movimiento, lo sensual y las emociones de tal suerte que un Pepe Aguilar puede cantar de manera angelical a José José justo antes que Rosalia recibiera un premio más por usar su gloriosa voz para pujar extrañamente (y llevarse la noche)?
No, esta industria no es un género. No compartimos gustos todos ahí. Pero se notó un esfuerzo nuevo por no dejar fuera lo mejor de lo que amamos muchos a favor de lo que vende millones y millones en dólares constantemente.
¿Existe realmente la música latina, entonces? Sin duda. ¿Está sujeta a los mismos problemas y recompensas que todo lo demás en Estados Unidos? Absolutamente. Por eso sale tan pero tan bien y a la vez, para algunos, tan raro.
Miren que esta es la ceremonia que cumplió el sueño de mi vida de platicar hace unos años con Serrat y a la vez me hizo entender que Pitbull tiene su encanto si no se toma demasiado en serio.
Y vaya que hay muchos en esta industria que están en esa situación. Solo que ponerlos a competir o siquiera agruparlos, sigue siendo una extraña y fascinante experiencia.
Sentir, más que pensar entonces. ¿Les convence?