No, perdón, no todos estamos rotos, estar roto no te da derecho a romper a los otros para que estén igual de muertos que tú. Romper al otro es romperte más. Si de verdad sintieran/lamentaran el dolor que traen a nuestra vida algunas personas, cambiarían su forma de actuar o despedirse, sin violencia. “Así soy, así es mi vida”, vaya mediocridad. No honró sus palabras, mentira que siempre estaría ahí, no existe amor en el abandono. No se abandona bajo ninguna circunstancia lo que se quiere o se ama. Lo entendí huyendo del dolor, ¡cómo si se pudiera! escondida en los callejones de Plaza Garibaldi rogando al dios vodka piedad y perdón a diosa gin por mostrar mi corazón. Murmuraste que todo se podría entre nosotros, hasta el viaje que me ofreciste para ver el volcán, nunca llegó, pobre de tu muerto corazón, debí creerte: eres una piedra. Ofrecer lo que no cumplirías, en eso eras constante. Me sentí como un trapo sucio ese domingo cuando dijiste que sabías que los sentimientos no cambiaban en poco tiempo, casi llorando tras el teléfono para manipular, fue otra mentira…¿cómo le hiciste para ya no estar enamorado tan rápido? En un par de días se te acabaron los sentimientos, no fue aquel julio como aseguras, ni siquiera octubre, fue noviembre, te hablé largamente de lo que sentía por ti ante una separación probable, hablamos de sexo tántrico, estabas “confundido” una vez más. Todo lo que escribí arriba no se trata de mí, se trata de una mujer que me contó su historia, ella dijo que murió asesinada por la espalda hace tiempo. Un amanecer estaba en una cortina metálica de bar, ahí la encontré llorando aventándose contra ella, su cuerpo se estremecía, gritaba un nombre, de esa cortina cerrada salió una entidad voraz con forma de hombre que la tomó por los cabellos y la azotó contra el metal, antes de escupirle dijo riéndose: “aquí te besé, te la embarré diciéndote que quería todo contigo, que te enseñaría el amanecer en mi terraza, que nunca había sentido algo tan mágico y sagrado con nadie, acuérdate siempre de esto: quiero drogarme para no sentir”.
La levanté del piso, la llevé a desayunar. Hace unos días una pareja estuvo bebiendo en el Museo del Tequila, al salir de ahí se desplomaron vomitando, estaban inconscientes en el piso, el ERUM sólo miraba, estaban noqueados, ¿fue muy fácil levantarlos? Nunca sabremos, pasaron tal vez 45 minutos, nadie se los llevó. No dejaban acercarse, advirtieron que podían detenerte por documentar o ayudar, en ese estado alguien puede morir de un infarto, broncoaspirado boca-abajo en el piso, ¿en qué ciudad nos convertimos? Una igual de indolente que el ser que te dice: “no quiero hacerte mierda” y te hizo mierda. Dirán que por ebrios les pasó, que por eso los desplumaron, que ocurrió bebiendo en la calle, ¿cómo? No dejan beber, cerraron la venta libre para convertirlo en un “mejor” lugar, destruyendo sus hermosos portales. Quiten sus garras de Plaza Garibaldi, dejen de culparlos, buitres.
Susana Iglesias*
* Escritora. Autora de la novela Señorita Vodka (Tusquets)