Política

Hotel Colonia Roma

Voy a escupirte una historia de amor en la cara, no en el alma. El alma es invisible, de nada sirve escupirle. Una mujer que leía la mano afuera del Hotel Colonia Roma que ya no existe me la contó. Aquella mujer había sido camarista del lugar, cayó en desgracia, se entregó al amor. Una tarde tropezó con los restos de una botella de Charanda mientras aseaba una cama en la que dos personas bebieron derrámandose uno dentro del otro hasta salir de sí mismos, acababa de dejarla su amante, empezó a beber, nunca paró.

El hotel estaba en la esquina de Jalapa y Álvaro Obregón, una mole de piedra y ventanas de color naranja. Es una rebelión escribir de amor en una ciudad gobernada por la ultra-violencia, las historias de amor ya no importan a nadie, solo a mi actual amante  y a mí: los últimos amantes idealistas.

Puede matarte amar a la forma de los románticos alemanes. Cualquiera puede escribir de los datos históricos de una calle, de amor, pocos. De la mafia, del miedo, de los desaparecidos, del coronavirus, cualquier escritor mexicano puede hacerlo, tendrá asegurado el aplauso fácil. Cualquier subnormal puede escribir que desapareció una heladería en la colonia Roma, me importa un carajo que José Emilio Pacheco la mencione en la peor y más comercial de sus novelas: Las batallas en el desierto, por favor lean: Morirás lejos.

La anciana tras su despido no supo qué hacer con sus 71 años, ni con perder el dinero que le permitía rentar un cuarto, se vio obligada a vivir en la Plaza Luis Cabrera, para sobrevivir empezó a leer la mano afuera del Colonia Roma y del Oxxo que estaba abajo. Nos citamos para un helado en La Bella Italia, para hablar. Me encontré con una cortina cerrada probablemente por la gentrificación, frío metal de la ausencia. Intento llamarte, recuerdo que no tienes teléfono, “sufrió una caída”, ¿eras un volante que tiraron y vagaba por las calles tambaléandose, pisoteado por tus demonios y el alcohol? ¿Huyendo de ti o de nosotros? Nunca me contaste los detalles, no sé si realmente pasó.

Ignoro cuántas cosas ocultaste, no quiero saberlo. La anciana me tomó del brazo, a punto de llegar al cruce con Orizaba y Chihuahua, me pidió dinero para contarme otra, se lo di, después de hacerlo se alejó. Sé que te enamoraste en estas calles, me lo dijiste una noche hablando dormido, primero balbuceaste fuerte el nombre de una mujer que no alcancé a entender, eso me despertó.

— No la quiero.

— ¿Dónde vivía?

— En la Roma, tú no me dejes.

Fue lo último que dijiste tras despertar sobresaltado. Me miraste de reojo, no te dije nada. Lo hicimos. Tenías hambre, me pediste levantarnos de la cama, vas al lavabo, frente al espejo te enjuagas la boca, acaricias tu barba, el mentón, te miras tratando de reconocerte, no sonríes, estás serio, después volteas, estás sonriendo, te deslizas entre las sábanas, te abrazo, me meto en tu enorme y fuerte pecho. Nos tapas con el duvet, esos pequeños gestos tan tontos me hicieron quererte. No pude parar, no quise hacerlo. Me apartaste esa noche con palabras que a veces resuenan en mi cabeza.

Ahora el amor es la pantalla de un teléfono. Las personas dicen sus sentimientos por mensajes a destiempo, tras la ausencia de semanas. No veo belleza ahí. No hay nada. Es un mugrero, bala en la nuca. La belleza del amor eran tus manos en mi cabello, sentarnos a beber, dejar correr la noche. Tus primeros besos tan arrebatados, lentos, bailábamos. Todo cambió tras la aparición de uno de tus fantasmas. Una noche, iniciaste una conversación violenta, confusa.

—Antes de dar el siguiente paso que quieres dar, tú y yo tenemos que hablar.

No hablamos, te impusiste. Hablar es de dos. Hablar: escuchar al otro, no solo articular sonidos, ni arrojar palabras crueles. Es diálogo, no monólogo. De un momento a otro me pediste dejar de ser amantes para ser “cuates”. Trabajo con palabras, sé lo que significa esa vulgar palabra. Me heriste. Fue humillante. Causamos daño al no hablar claro.

Me acusaste de querer dar el paso a un compromiso, dijiste no poder ni querer darme lo que yo supuestamente quería. Quise llorar, me contuve, traté de despedirme de ti, de tus besos, me rechazaste. Tenías una fiesta, yo lo sabía, tras dispararme una bala directa, te fuiste, dejando todos los regalos que te di cuando llegaste, fui a despedirte a la puerta, llevaba en las manos la libreta pequeña que te regalé, quería que al menos te la llevaras para escribir, me contaste que tenías ganas de hacerlo. Me miraste duramente, tus palabras las tengo bloqueadas, ya no las recuerdo. Encontré como única defensa azotarte la puerta cuando saliste.

Entré a casa, no recuerdo casi nada, fue un momento duro. Empecé a romper todos mis libros del escritorio, de un manotazo tiré las velas encendidas de la mesa con el deseo de que todo se incendiara, de morir quemada. Se apagaron de milagro. Ya lo dije, casi no recuerdo. El frío del piso me hizo reaccionar, estaba tirada llorando hecha nudo a los pies del sillón en el que una noche nos besamos y acariciamos antes de hacerlo. Vidrios por todas partes, fue despertar de un momento en el que no entendí qué me pasó. Tres días después el médico dijo que fue por tanto dolor que recibió mi corazón. Estuve muerta durante semanas, tú en la playa, tal vez con alguna “amiga”.

Hui de mi casa, busqué a Zombra, me escuchó. Al regresar solo pude saber que eras la primera persona a la que había querido después de tantos años tras ese novio que se estrelló en su Mustang. Mi amante me dejó, no dejé de repetirlo hasta cansarme, no dejé de beber, ni de arrastrarme como una cucaracha por todo Garibaldi buscando mi muerte de nuevo.

Estoy en la intersección de Orizaba y Chihuahua, llorando, presiento que no vendrás. Muerte al atardecer: iluminas la plaza Luis Cabrera, aquí me han traído mis pies. Saco mi anforita, me siento en una banca, bebo despacio. A lo lejos veo tu bicicleta, luces hermoso. Ya no tengo miedo de decírtelo, no importa ya lo que pase, si ya te perdí necesitas saberlo. 


* Escritora. Autora de la novela Señorita Vodka (Tusquets)

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Susana Iglesias
  • Susana Iglesias
  • Escritora. Autora de la novela Señorita Vodka (Tusquets)
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