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Y no hicimos nada…

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  • Sophia Huett

Murió cuatro días antes de la Nochebuena, a la vista de todos y a la vez de nadie, porque ya era parte del paisaje.

Dicen que el frío se lo llevó, aunque sus riñones también pudieron ser los responsables.

El primer informe oficial no pudo recoger su nombre, apenas su apodo, “Miyagui”. Se calcula que tenía entre 55 y 60 años.

Dormía y vivía a la sombra de un árbol, afuera de un edificio de emergencias, en el que los fines de semana se estacionaba a un hombre a vender hielo, con el que se le veía platicar.

A veces aparecía con ropa y aspecto limpio, comía chucherías y casi siempre estaba acompañado de una garrafa de alcohol, tal vez aguardiente.

Cuando no se le veía en “su lugar” habitual, había la esperanza de que podría estar en rehabilitación o con su familia. Pero en realidad caminaba en los alrededores para regresar siempre a la misma cama banquetera en la que durmió varios años, la misma en la que murió.

Las preguntas eran muchas: ¿cómo ayudarlo? ¿y su familia? ¿y las autoridades?

Y las respuestas llegaban a la misma conclusión: el alcoholismo es una enfermedad con muchos paliativos, pero solo una solución de fondo que depende casi en su totalidad de quien la padece.

Seguro hubo quien lo alimentó, le dio ropa, le ofreció un techo e incluso atención médica. Imagino a su familia desesperada por no poderlo ayudar, pero también lo imagino a él agrediendo de alguna forma a los suyos.

Tal vez fue productivo e incluso con recursos. Ya sea whisky o aguardiente, el fondo y a veces destino, siempre es el mismo.

El alcohol mata no solo cuando el conductor ebrio atropella, da un mal golpe, acuchilla o dispara un arma. También lo hace cuando su consumo constante termina consumiendo a la persona misma.

Cuando quita vidas útiles y saludables, cuando quita oportunidades a quienes tenían todo para alcanzar el éxito, siempre y cuando hubieran vencido la adicción.

Es también una enfermedad hereditaria. Aún cuando los hijos son víctimas de violencia o descuido de un padre o madre alcohólico, irónicamente a veces es el lazo de convivencia. Unas “probaditas” para que “se enseñe a beber en casa” son el primer paso a la repetición.

¿Cuántas veces el buen amigo nos rellena la copa o el vaso? Siempre hay alguien, siempre. Y lo vemos bien, porque esta adicción es aceptada socialmente, asumida incluso como sinónimo de algún tipo de prestigio.

En el 19% de las muertes en México, el alcohol fue una “causa necesaria”, un porcentaje que probablemente aumentará en los próximos años, de acuerdo a las proyecciones de las y los expertos. Especialmente cuando los jóvenes traen dinero en la bolsa para su libre disposición, que no siempre va a construir su futuro y que seguramente es más con el que sus padres llegan a media quincena.

Y tal vez ese fue el caso de los cuatro jóvenes que a unas pocas cuadras de donde murió “Miyagui”, perdieron la vida en las primeras horas de este 2023, cuando su vehículo se impactó de frente con un árbol.

Sophia Huett


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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