En estudios realizados en México a adolescentes de Telesecundaria, resultó que lo que más veían en la televisión abierta eran (o son) las series policiales, evidentemente de origen extranjero.
Las series televisivas, principalmente de origen norteamericano, gustan porque ofrecen tramas y personajes atractivos: policías de ambos sexos, bien parecidos, que capítulo a capítulo viven diferentes retos de los que siempre obtienen la victoria.
Están en buena forma y aunque su vida personal no es exactamente estable, sus encuentros amorosos siempre son emocionantes. Trabajan vestidos de civil, con el arma siempre dispuesta a la cintura y cierran la jornada en algún bar local.
¿En dónde podrían encontrar las y los adolescentes una opción en la vida real para parecerse a esos modelos que les presenta la televisión?
No la encuentran en la policía de su pueblo, cuyo uniforme ya no es azul sino morado a fuerza de tanta lavada, porque hace años que no se les da una nueva dotación y ni qué decir de las destartaladas patrullas o los bajos sueldos.
Tampoco encuentran la opción en las instituciones que arman y desarman con base en la ocurrencia cada tres o seis años, mucho menos en policías que no han asumido su función de investigación y se limitan a la flagrancia que resulta del patrullaje.
Y tampoco inspira el policía que justificada o injustificadamente es utilizado políticamente para desacreditar una institución o una administración.
¿A quién en su sano juicio le gustaría ser maltratado por hacer cumplir la ley, no solo por la ciudadanía, sino también desde el Estado? ¿Quién decidiría ser policía en un país en el que difícilmente se puede seguir una carrera policial y que en cualquier momento se puede ser despedido bajo el irrefutable argumento de los indiscutibles exámenes de control y confianza, que aunque duela, en ocasiones son utilizados como un instrumento de poder?
¿A qué policía se quieren parecer en México? Si, hemos tenido series mexicanas, ¿pero cómo esperar un buen producto si la realidad que busca reflejarse no es muy positiva?
¿De qué sí están inundadas las pantallas? De narcoseries, en las que seguro habrá un personaje que se humanice tanto (justificación criminal), que habrá quien se le quiera parecer.
Con esas ansías de soltar adrenalina y las pocas opciones que hay de hacerlo del lado correcto de la ley, no resulta descabellado que haya quien argumente que en México el crimen organizado es el quinto empleador, con más de 160 mil empleados, como lo señala la revista Science.
¿Qué podrían ofrecer las organizaciones criminales? Pertenencia, dinero fácil y rápido, “poder” y sentirse “chingón”.
¿Qué no les están diciendo? Que no hay criminal que llegue a viejo a disfrutar de sus ganancias, que no hay vida familiar estable o siquiera vida familiar y que eso son: empleados que son reemplazados fácilmente, no por la inteligencia artificial o por una fusión empresarial, sino porque encuentran la muerte y la cárcel, en el mejor de los casos.
Y efectivamente, mientras no se corte la capacidad de reclutar y de financiar, así como que se detengan a sus líderes, las organizaciones delictivas se vuelven cada vez más fuertes.