Si uno busca la definición de pandilla en el diccionario de la Real Academia Española encontrará conceptos tan contrastantes que van desde considerar que se trata de un grupo de amigos para divertirse en común, hasta un grupo de personas que se asocian con fines delictivos.
En términos estrictos, esto es cierto en alguna forma.
La Organización de Estados Americanos presenta una clasificación de pandillas que van desde las pandillas escolares (de las que no disocia la posibilidad de delinquir) hasta las pandillas criminales. La principal interpretación es que la niñez y adolescencia ligada a las pandillas, busca modo de compensación, satisfacer su derecho a la supervivencia, a la protección y la participación; refiere que se trata de una búsqueda de ejercer ciudadanía, con normas propias, territorialidad y una identidad propia.
Dichas pandillas van evolucionando, así como los esquemas de intervención por parte de la ciudadanía y autoridades. Para el caso de las pandillas irregulares que frecuentemente surgen en el ámbito escolar, la intervención proviene de las autoridades escolares y la propia comunidad. En su evolución a pandillas transgresoras, se habla de que sus integrantes tienen como principal objetivo el dar un sentido a su vida en la que consideran, se les ha privado de oportunidades, sin que por si mismas representen al crimen, sino que forma parte de una de sus manifestaciones; la intervención se basa de forma principal a fomentar un clima favorable para el desarrollo de las y los jóvenes.
Y hasta aquí todo suena muy bien, con posibilidades de atención en el ámbito local y comunitario.
En la clasificación, le siguen las pandillas violentas, en donde además de buscar una identidad, el delito se convierte en una fuente de ingreso incluyendo participar en homicidas; es aquí en donde aparece el uso de la fuerza pública, como una medida de control, junto con actuar interinstitucional para la rehabilitación.
Finalmente llegamos a las pandillas criminales, cuyos objetivos son dinero, reputación en ciertos territorios y un “poder paralelo” al poder que consideran que los excluyó de la sociedad. Cuentan con un mayor nivel de entrenamiento, disciplina, planificación y logística para realizar sus actividades delictivas, con una organización jerárquica definida y grupos especializados para distintos tipos de delito. Su evolución es hacia crimen organizado, en donde el propósito y el alcance de la política pública queda superado y es solo la fuerza del Estado y el ámbito de la justicia la que podrá erigirse como un mecanismo de control. Es el punto de no retorno, tanto para sus integrantes como para el propio Estado.
¿En qué momento las pandillas escolares o juveniles se convirtieron, de golpe en pandillas criminales?
El número de jóvenes participantes en delitos, los homicidios, el aumento del narcomenudeo y la incorporación de este sector de la sociedad a actividades criminales, hiciera parecer que ya no hay una evolución de la pandilla, sino que va directo a la actividad delictiva organizada. Ya no son los jóvenes en la búsqueda de una identidad, sino el reclutamiento de mano de obra para el crimen organizado a través de grupos criminales territoriales organizados jerárquicamente. En Ciudad Juárez son identificables las pandillas de los Aztecas, Mexicles y Sureños 13, siendo sus principales actividades el narcomenudeo y ser brazos armados de cárteles de Juárez y Sinaloa; en la gran mayoría del país, con la incursión y operación del grupo delictivo originado en Jalisco, ya no hablamos de pandillas, sino de un reclutamiento directo por parte del mismo.
Jóvenes más expuestos a un reclutamiento directo y autoridades locales con menor posibilidad de intervención.
Sophia Huett